Simbólicamente, el Bósforo es la amplitud, el dinamismo, la pureza: un contrapunto necesario de la ciudad. Todos los días, infunde vida a la ciudad. Es su vía de comunicación con el mundo y consigo misma. Los habitantes de Estambul festejan en el Bósforo, los niños nadan o nadaban en sus aguas, los hombres pescan todo lo que se deje pescar.

Miles de personas lo cruzan por alguno de dos puentes o lo navegan a bordo de alguno de los ferries que parten a Kadıköy, a Üsküdar, a las islas y ciudades ribereñas del Mármara. En todo momento, un enjambre de embarcaciones lo circunnavega: botes, paquebotes, ferries, yates, remolques, pesqueros, cruceros, cargueros, con su estruendo de sirenas, motores, voceadores de rutas, música a bordo, clamor al que se añade el pregonar de la mezquita, en la tierra, y el chirrido de la gaviota, en el aire.

Los visitantes de Estambul pueden aprehender su totalidad desde el aire, a bordo de un hidroplano, que despega en el Cuerno de Oro, y recorre sus 30 kilómetros de extensión entre el Mar Negro y el Mármara. Desde los aires, la ciudad es una minuciosa maravilla. Los monumentos, joyas. La vista panorámica permite estructurar la geografía desconcertante de la ciudad.

Desde el agua, en yate, recorrer el Bósforo permite visualizar un corte transversal de Estambul. Uno tras otro, en lógica sucesión, se suceden sus barrios, marcados con la señal de un monumento: palacios, mansiones, puentes, mezquitas, y de noche, los restaurantes y bares de moda de Ortaköy, y de los de la horizontal y plácida Bebek. Más las murallas derruidas de la ciudad antigua, las hoscas fortificaciones medievales, los puentes transcontinentales.

Conviene atracar momentáneamente en un yali, una de las mansiones de la aristocracia otomana, hechas de madera, con acceso al mar. Sus interiores deparan el encuentro con los conceptos otomanos del confort y de la intimidad, con el encuentro, marcado por la continuidad o el contraste, entre el gusto recargado de Occidente y el gusto, más austero, de Oriente, lo victoriano y lo otomano.

Los barrios del Bósforo

Junto con Nişantaşı, para captar el momento que vive Estambul, es indispensable visitar los barrios del Bósforo, especialmente Bebek, en el distrito de Beşiktaş, un barrio en el que las calles dan al mar, en el que los cafés están a metros del muelle, y los vecinos beben arrullados por el chasquido gentil del agua, a la vista de veleros y yates que el viento mece suavemente, en su pequeña y profunda bahía. Bebek encarna la idea del buen vivir en Estambul.

En sus calles adoquinadas, se mezcla imperceptiblemente la elegancia urbana y el desenfado dominical, las tiendas de diseñador y las heladerías. Aquí se encuentra, por ejemplo, uno de los bares de moda de la ciudad, Luca. Éste es el destino ideal de un sábado estambulita, lejos de la antigüedad abrumadora de la ciudad vieja, de los turistas y de las multitudes locales. Aquí se cultiva una versión reposada de la decencia y de la distinción.

Ortaköy, más cerca del centro, es una estación del Bósforo más popular. Muchos lugareños vienen aquí a sentarse en el parque que se extiende a orillas del río, a la vista del primer puente continental, y de la mezquita imperial del sultán Abdülmecid. Además de la oferta de comida popular, que se expende entre souvenirs y amuletos azules de cristal para prevenir el mal de ojo, hay restaurantes que ofrecen alimentos de primera calidad con vista al grandioso Bósforo.

Extracto tomado del libro Turquía: la guía de los expertos, proyecto especial de Travesías Media en colaboración con Sea Song. 

Sea Song Tours es una agencia de viajes y un operador turístico turco que ofrece itinerarios memorables de por vida, diseñados para los viajeros más exigentes. Para más información sobre Turquía visita Seasong.com 

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