Quizá no exista una cultura migrante que haya moldeado tanto su lugar de destino –y, sobre todo, en un periodo tan corto– como la comunidad cubana en Miami. Aunque ahora es uno de los núcleos latinos definitivos en Estados Unidos, hasta 1959 en realidad no era muy diferente de cualquier otra ciudad de Florida, al menos demográficamente. Entonces, la población cubana en Miami no rebasaba los 10,000 residentes e incluso había más presencia hispana en otras ciudades cercanas, como Tampa. Desde luego, ahora eso es una realidad distante.
Tras la Revolución cubana, la diáspora que partió con rumbo a Miami no sólo fue numerosa –de aproximadamente medio millón de exiliados en 15 años consecutivos–, sino contundente. En su mayoría, los recién llegados fueron recibidos en buenos términos por el gobierno y la sociedad estadounidenses, que rechazaban tajantemente el avance del comunismo en el Caribe y el resto del mundo. Las primeras generaciones de exiliados incluso recibieron ayudas oficiales y no tuvieron que pasar por el mismo proceso de asimilación y adaptación cultural que se ha exigido a otros pueblos migrantes a lo largo de la historia.

En su mayoría, los cubanos que huían de la isla tras el triunfo castrista mantenían su identidad y buena parte de sus costumbres, incluso montando negocios y clubes sociales tan pronto como llegaban. Así, durante la década de los sesenta se fueron formando en Estados Unidos comunidades de un arraigo cubano intenso y auténtico, casi como visitar la isla sin necesidad de cruzar el Caribe. El sur de Florida era el destino más lógico por la proximidad, de escasos 600 kilómetros, con su país de origen. La ciudad predilecta fue Miami, a donde la mayoría llegó, atraídos por las oportunidades. Sobre todo, a un barrio al oeste del centro de la ciudad que, tras su cambio de identidad, incluso recibió el nombre de Little Havana.
En ese cuadrante a un costado de la zona de Brickell se empezó a hablar y a señalizar en español. De los bares salía música de salsa de Celia Cruz o trova habanera. En los parques se jugaba dominó. En las calles se usaba guayabera y se fumaban unos codiciados cigarros, supuestamente prohibidos en territorio estadounidense por unas frágiles cuestiones ideológicas.
Hoy, la población de origen cubano en el área metropolitana de Miami se calcula incluso por arriba del millón de personas. Con el tiempo y el alza de los precios en las zonas más céntricas de la ciudad, la comunidad se ha dispersado a condados periféricos, como Hialeah. Sin embargo, Little Havana aún es una médula identitaria y auténtica, aunque hay que saber más o menos por dónde moverse.
El barrio es tan icónico que se ha convertido en uno de los puntos de mayor interés y entretenimiento en Miami, y, desde luego, todos quieren llevarse una parte. Para aprovechar el flujo millonario de turistas y curiosos, también se han montado algunos negocios de dudosa autenticidad, más como una versión fabricada y exótica de un fenómeno cultural que sobrevive en paralelo y a pesar de toda la faramalla comercial.

Muchos restaurantes y centros culturales que se forjaron con la primera diáspora histórica de los sesenta siguen funcionando y son los clásicos a donde se puede proceder sin temor a equivocarse. También hay algunos proyectos que han tomado la esencia y cultura del barrio para formar nuevas propuestas de clase mundial. Lo importante es seguir el rastro del sabor.
Una calle: Calle Ocho
La arteria principal de Little Havana es, sin duda, Southwest 8th Street. Pero, si preguntas así por direcciones, quizá nadie sepa decirte cómo llegar. Recuerda, esto prácticamente es Cuba y hay que buscarla como Calle Ocho. Si el idioma, la música y el gentío no son sugerencias bastante claras para saber que has dado con tu destino, entonces hay que estar atento a las esculturas de unos gallos vestidos de campesinos o doctores, que son la referencia más clara para encontrar la entrada al barrio y un emblema entre la comunidad cubana en Miami.
Eso sí, no hay que recorrer Calle Ocho sin cierto grado de cautela. Este es el punto de partida para descubrir Little Havana, pero hay quienes no pasan de ahí. Es común encontrar la avenida abarrotada de turistas y algunas trampas para atraerlos. Pero también hay lugares donde vale la pena echar un vistazo antes de partir para las calles aledañas, como el Calle Ocho Walk of Fame, que reconoce con estrellas a las personalidades más grandes de la comunidad cubana en Estados Unidos, de la talla de Gloria Estefan.

Dos sándwiches
Quizá el ícono más reconocible de la cultura cubana en Miami es el sándwich cubano. Tanto así que su consumo se ha extendido por el resto de Estados Unidos y no es difícil encontrarlo en otras grandes ciudades, como Nueva York o Los Ángeles. Pero, desde luego que el mejor está aquí, en Little Havana, aunque varios restaurantes se disputan el título.
El Cuban Sandwich, o Cubano a secas, está diseñado como una comida completa. Sus ingredientes básicos son láminas gruesas de jamón –preferentemente del tipo lacón cocido–, lechón, queso amarillo, pepinillos y mostaza, además del característico pan cubano que brilla, literalmente, por la cantidad de grasa que se le embarra antes de ponerse a la parrilla. Aunque también sería preciso decir que, más que lo que lleva, el Cubano tradicional se define mejor por lo que nunca tiene: mayonesa, tomate, lechuga o, en realidad, ningún vegetal.
La disputa por el mejor sándwich es tan vieja como la propia diáspora, pero no es poco común que las recomendaciones generales apunten a Sanguich De Miami. Aunque se trata de un proyecto joven –apenas abrieron en 2017, lo que es relativamente poco en un barrio donde los negocios suelen al menos superar medio siglo de operación–, en ese tiempo se han hecho de una mención en la Guía Michelin. Lo que al principio funcionaba dentro de un pequeño contendor, ahora es un restaurante en forma, precisamente sobre la Calle Ocho, donde se amansan largas filas de hambrientos comensales que buscan su jamón marinado por días en ajo y especias.

Pero lo que quizá no muchos sepan es que Miami tiene dos sándwiches, muy diferentes entre ellos. Mientras que el sándwich cubano no es realmente cubano –en realidad, su invención ha sido rastreada hasta las primeras comunidades de migrantes al sur de Florida–, el famoso sándwich Elena Ruz sí viene directamente desde la isla. Como su nombre lo indica, fue inventado en La Habana por la socialité Elena Ruz y, a diferencia de su primo directo, no lleva ningún tipo de jamón ni lechón, sino pavo, queso crema y fresas en conserva. No se tuesta y definitivamente no es el típico sabor que uno espera en un bocado cubano, sin embargo, cualquier restaurante auténtico que se digne de serlo debe servirlo.
¿Dónde comer en Little Havana?
Para quienes hayan guardado espacio después de un sándwich o estén dispuestos a volver a Little Havana para un segundo round culinario, la buena noticia es que la cocina de calidad abunda en este barrio. La decisión puede basarse en la disyuntiva entre tradición y modernidad, pero siempre con propuestas auténticas.

El Versailles asegura ser “el restaurante cubano más famoso del mundo”. Si la sentencia realmente se cumple, mucho tiene que ver su longevidad, pues es un punto neurálgico de Little Havana desde 1971. Su menú está completo con los básicos de cualquier cocina cubana: moros, croquetas de yuca, tasajo y, por supuesto, sándwiches, tanto el Cubano como el Elena Ruz. Los comensales del Versailles conviven en un salón enorme, con espacio para más de 350 personas, y, como otros restaurantes del barrio, también tiene una típica “ventanita” desde donde despacha café cortadito y su panadería.
Para una versión más moderna de toda esta tradición hay que ir a Café La Trova, un proyecto que se formó de la colaboración entre la chef Michelle Bernstein, ganadora del James Beard Award, y el maestro cantinero Julio Cabrera. El resultado es un menú con ingredientes y sabores clásicos, Además, Café La Trova tiene su fuerte en una propuesta de coctelería que es tal como si estuviéramos en la isla, compuesta de tragos como el Hotel Nacional, el Periodista, el Presidente y, claro está, daiquiris y mojitos.
Cultura: dominó, salsa y arte contemporáneo
Por si aún quedan dudas de la autenticidad cubana de Little Havana, entonces hay que hacer dos paradas más. La primera es por el Parque Máximo Gómez, el punto de encuentro principal para los residentes del barrio, conquistado por partidas de dominó sin importar la hora o el día, a tal punto que ahora lleva el nombre extraoficial de “Domino Park”. Si tienes la suerte de estar en el barrio el viernes por la noche, entonces no puedes dejar de sumarte a los Viernes Culturales: un festival semanal que desde el año 2000 reúne a residentes y curiosos en la Calle Ocho, entre conciertos, exhibiciones de arte, baile o funciones de cine y teatro en el emblemático Tower Theater.

Las nuevas generaciones de artistas también le han inyectado vida a Little Havana. Conscientes de lo que significa el barrio para la historia de Miami y Cuba, toman las tradiciones como base para crear por medio del arte contemporáneo. Futurama 1637 Art Building es un centro cultural que reúne 12 galerías con la obra de 37 artistas locales, todo en un mismo edificio. Otra parada imperdible para acercarse a la actualidad del barrio.