El sentimiento no debe de ser ajeno, sobre todo si eres un viajero habitual, ávido de cultura y devorador de arte o historia. Después de pasar días enteros recorriendo salas de museos, admirando pinturas y esculturas, muy probablemente empiezas a sentir un cansancio fuera de lo normal, diferente al que puede provocarte una actividad física o una mala noche de sueño. No eres sólo tú, se trata de una sensación común que incluso tiene nombre. Lo que te ocurre se conoce como “fatiga de museo”.
Podrías estar paseando frente algunas de las obras más extraordinarias de la historia del arte, la Gioconda o el Guernica incluso, pero ni toda la belleza junta en el mundo podría parecerte más atractiva que la gift shop o una cerveza en el restaurante del museo.

Este peculiar fenómeno ha sido ampliamente estudiado por expertos curadores y museólogos a través de la historia, buscando que la experiencia de los visitantes a estos recintos de cultura sea lo más provechosa posible. El primero en nombrar la fatiga de museo fue Benjamin Ives Gilman, librero y curador del Museum of Fine Arts de Boston, quien en 1916 analizaba el esfuerzo de los visitantes para recorrer la colección del recinto y apreciarlo todo con calma. Ives Gilman se percató que, en general, la atención iba disminuyendo conforme avanzaba el recorrido.
¿En qué consiste la fatiga de museo?
A pesar de que existe una amplia bibliografía dedicada al tema, los análisis sobre el efecto de la fatiga de museo y sus causas exactas se siguen debatiendo por académicos.
Desde luego hay factores no tan misteriosos que contribuyen a una fatiga general, sobre todo si llevas muchos días viajando. Recorrer un museo normalmente requiere de una exigencia física que no podemos desestimar. Se calcula, por ejemplo, que la totalidad del museo Louvre de París equivale a algo así como 14.5 kilómetros. Los visitantes caminan sin parar, la mayoría de las veces sin asientos y espacios de descanso, subiendo y bajando escaleras. Pero, lo que caracteriza la fatiga de museo, es que tiene un impacto mental, incluso aún más importante que el físico.

En uno de los estudios recientes sobre el fenómeno, apenas en 2009, Stephen Bitgood explica que este agotamiento podría atribuirse principalmente al hartazgo de exhibiciones o museología repetidas, estrés externo, sobrecarga de información, dificultad para jerarquizar y la necesidad de tomar decisiones. Entre todo, asegura el académico, es bastante lógico que el visitante acaba extenuado antes de terminar la exhibición.
¿Cómo evitarla?
Por fortuna, este es un fenómeno cada vez más conocido y, de hecho, muchos museos han ideado métodos para erradicarlo en sus salas. Se ha vuelto más común encontrar lugares para sentarse en las salas y así apreciar las obras en mayor comodidad o crear museografías didácticas, lejos de la especialización, para evitar el aburrimiento. Pero, aunque mucho depende de lo que puedan hacer los curadores, los visitantes también podemos evitar la fatiga de museo.

Lo primero es entender que no es necesario verlo todo, sobre todo cuando se trata de recintos muy grandes. Es común que los museos de mayor tamaño cuenten con sugerencias de recorridos para ver las obras más importantes de su colección. Si no es así seguramente puedes encontrar algo parecido en línea o planear tu visita desde antes, conocer un poco sobre la colección y elegir qué te interesa previamente. Tampoco necesitas leer todas las fichas, puedes limitarte a la información de las obras o las secciones que más te interesen.
Si estás decidido a pasar mucho tiempo en el museo, para evitar la fatiga es recomendable tomarse descansos frecuentes, en la cafetería o en la tienda de regalos. Otra cosa importante, sobre todo para viajeros que quieren aprovechar su tiempo en algún destino y conocerlo todo en pocos días, es intentar espaciar un poco las visitas. Si tienes la posibilidad de jugar con el itinerario y limitarte a sólo un museo por día, o incluso uno cada dos días, es probable que disfrutes tus visitas mucho más.
Aunque, como mencionamos arriba, cada vez es más común que se haga un esfuerzo por crear recorridos didácticos, también es posible que el visitante lo haga por su cuenta. Si te gusta dibujar, intenta llevar una libreta para replicar las obras que te encuentres. Algunos museos incluso permiten el ingreso con caballetes y lienzos para que los visitantes den rienda suelta a su creación y conecten con el museo en un nivel mucho más intenso.
