“La década pasada se centró en encontrar  nuevos modelos de colaboración e innovación en la web. Esta década será acerca de cómo aplicarlos el mundo real”. Esta declaración de Chris Anderson, cofundador y CEO de 3D Robotics, justifica en cierta forma la cantidad inimaginable de aplicaciones, sitios e iniciativas que fomentan la relación peer-to-peer en los hábitos de consumo.

Además de ser un modelo económico, el intercambio de bienes y servicios a través de plataformas digitales conlleva un cambio cultural que involucra el factor confianza gracias a transacciones sencillas, transparentes y a nivel personal.

Tras la crisis financiera de 2008, el concepto de la economía compartida despegó  debido a su apuesta por un respaldo colectivo que supone un ganar-ganar para las partes involucradas. La figura del intermediario tradicional se elimina y los recursos parecen ser utilizados con mayor eficiencia.

Enfocar el sharing economy a la industria del turismo nos permite identificar los beneficios de manera inmediata: los viajeros ven sus gastos reducidos al aprovechar ofertas de propietarios que, además de darle uso a sus posesiones, reciben cierta cantidad a cambio. La definición de The Economist lo resume con claridad: “Lo mío es tuyo, a cambio de una pequeña cuota”.

A simple vista parecería que los proyectos dedicados a transporte y hospedaje dominan el mundo de la economía compartida enfocada en el turismo. Podríamos nombrar a Airbnb y a BlaBlaCar como los reyes digitales de la comunidad viajera (con millones de usuarios respaldando su imperio), sin embargo, la cartelera de opciones cubre casi cualquier necesidad al momento de estar lejos de casa.

Los viajes de negocios ya no tienen el riesgo de no encontrar espacios temporales de trabajo gracias a iniciativas como SpaceBee o Coworking, mientras que awayNshare permite la renta de objetos difíciles de transportar como cunas o instrumentos musicales a ciudadanos locales.

También existen plataformas para cambiar boletos de avión o tren (ChangeYourFlight), para conseguir guías o para reservar experiencias gastronómicas (Trip4Real) todo a un nivel mucho más personal.

Pero como no todo puede ser color de rosa, en especial si se trata de un modelo que perjudica a los titanes de la industria, existe una crítica constante al modelo de sharing economy que vale la pena considerar. Los principales detractores del movimiento resaltan sus fallas en el área de regulaciones jurídicas y seguridad para el consumidor.

Si bien se trata de un aprovechamiento de la tecnología, emergen ciertos vacíos legales que resultan en una carente regulación que debería servir como punto de partida en el nuevo mercado digital para evitar una “competencia desleal”.

El sector hotelero ha emitido una crítica constante hacia las nuevas iniciativas debido a que éstas no tienen que lidiar con los aspectos fiscales impuestos a la actividad turística tradicional, un punto de vista totalmente válido y justificado.

En cuanto a la seguridad, a pesar de tener usuarios con perfiles y referencias confiables, aún existe  un cuestionamiento sin respuesta en caso de experiencias fallidas, principalmente en asuntos de hospedaje: ¿quién va a  responder si el departamento que renté o el dueño no cumplen con lo que me prometieron? No hay forma de bajar al lobby a presentar una queja que solucione el problema de manera inmediata.

Resulta inevitable celebrar el impacto que la economía compartida ha generado en la industria creativa gracias a plataformas como Crowfunding y Fondeadora, mediante los que se han concretado un importante número de proyectos, sin depender de los molestos obstáculos propios de los grandes corporativos.

Es aquí donde encontramos el verdadero valor del sharing economy: no se trata de una corriente regulada para todo tipo de viajeros que está lista para derrocar al turismo tradicional, sino de la transmisión de una cultura del consumo con beneficio mutuo. Se trata de un modelo que apuesta por recuperar la confianza en el otro, orientado a las necesidades de un mercado entusiasta de las alternativas que ofrece el mundo digital.

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