Japas made in Sampa

Fue hace casi ocho años que conocí a Caio Izumi en el tren que se dirige hacia Aguas Calientes, poblado a los pies de Machu Picchu, Perú. Como es de imaginar, los vagones venían repletos de gringos, europeos y orientales. Los rasgos de mi nuevo amigo pertenecían a los de esa última clasificación, por eso no dudé en que él era chino, como vulgarmente acostumbramos a llamar a quienes tienen los ojos rasgados. Pero, cuando cruzamos las primeras palabras, su acento me pareció conocido, entonces la pregunta cayó de cajón: “Where are you from?” . “Eu sou do Brasil”, me respondió. Difícil de creer a simple vista, pero sí, Caio era brasileño.

Sin embargo, no fui la única que dudó de su nacionalidad. Jerry, como lo llama cariñosamente su familia (su abuela falleció sin saber su verdadero nombre), aún recuerda cuando en Perú la gente llegaba a preguntarle hasta tres veces si realmente era de Brasil. En São Paulo ocurre lo contrario, ya que quienes viven en la ciudad saben o intuyen que todas las personas con rasgos orientales son otros compatriotas.

“El primer japonés que llegó a Brasil fue en 1908. Mis abuelos llegaron en 1920 por problemas económicos, y después nunca nadie regresó a Japón. Pero nadie se olvida de nuestra procedencia, incluso mi padre hasta los 15 años me inculcó mucho de esa cultura, cómo hablar, escribir y leer en japonés, además de practicar kendo, un arte marcial en el cual llegué a ser campeón en el país a los 12 años, y cuyo símbolo acabo de tatuar en mi espalda”, cuenta Caio con orgullo.

La comunidad nipona en Brasil es la más grande fuera de Japón; sólo en São Paulo residen un millón de japoneses. Están los isseis, niseis, sanseis y yonseis; Caio pertenece a ese 41% de sanseis, es decir, la generación de nietos de japoneses. Su fuerte presencia también se deja ver en los 600 restaurantes que hay en la ciudad y que, incluso, superan a las famosas churrasquerías. Uno de los barrios donde más se cocinan los temaki o los yakisobes —comida típica oriental— es en Liberdade, el que la comunidad japonesa hizo su punto de encuentro.

“Sin embargo, estamos repartidos en toda la ciudad, porque en São Paulo la cultura japonesa está muy integrada, puedo afirmar que no hay prejuicios hacia nosotros, por supuesto que hay bromas y chistes, pero nada muy fuerte o discriminatorio. Yo no tengo que dejar de sentirme japonés, aunque a la vez tengo muchas cosas de la cultura de Brasil que me encantan, como la samba, el axé, el carnaval y el futbol”, enfatiza.

Y, así como los japoneses fueron insertándose por toda la ciudad, lo mismo ocurrió en Liberdade, barrio dejó de ser netamente nipón y hoy acoge a coreanos, chinos y paulistanos, algunos para vivir y otros sólo de visita, especialmente el fin de semana, gracias a la feria que se hace cada domingo con artesanía japonesa, masajes orientales y comidas típicas. Un pequeño Japón en la gran metrópolis de São Paulo.

 

El centro: entre la vida y la muerte

En 2004, a los 20 años de edad, Caio entró a estudiar a la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo y, luego de titularse, ingresó al Ministerio Público, ambas instituciones ubicadas a pocas cuadras del corazón del centro paulistano: La Catedral da Sé. Por eso, cuando nos encontramos y le pido que me acompañe a reconocer lo que mejor sabe de “Sampa”, nos vamos directo al barrio que ha sido testigo de un tercio de su vida. Llegamos al marco zero, punto de referencia de la ciudad, ya que desde allí se cuentan todos los kilómetros que abarca esta interminable urbe. Basta con dar una vuelta al prisma hexagonal para tener una idea de lo que es el centro, durante el día, claro, pues por la noche es casi un misterio lo que pasa afuera de sus edificios deshabitados.

“Me encanta su diversidad, la dinámica y el movimiento de la gente, acá te encuentras con prostitutas, mendigos, artistas, vendedores callejeros, nordestales, pastores y sus seguidores; es la cara loca del verdadero São Paulo. Por eso es más fácil preguntar qué no hay en el centro, y creo que lo único que no hallas son habitantes. Pues la mayoría de los edificios están vacíos y me da tanta rabia, pues infelizmente afuera de ellos hay cientos de mendigos viviendo en la calle”, comenta con algo de amargura.

Desde los patios de su ex facultad, nos vamos a otro más popular y famoso: el Patio del Colegio, donde los jesuitas fundaron São Paulo en 1554. Y es que a pesar de sus 459 años de vida, el antiguo establecimiento aún sobrevive tranquilo y silencioso. “Es como si viviera en una burbuja”, dice Caio. “Parece que es bien privilegiada”, le respondo. Es que en desmedro de sus vecinos que se desgastan día a día, el establecimiento está casi intacto, en su exterior como en su interior. Le propongo a Caio sentarnos a tomar un refresco en la cafetería que posee en el interior, pero me responde fuerte y claro: “Esta maluca!” (loca en portugués). Eso porque a pasos de éste hay un rival difícil de combatir: el Mercado Municipal.

Ubicado en una antigua construcción que abarca 12000 metros, el mercado ofrece un show de colores, aromas, sabores y costumbres culinarias que no dejan indiferente a nadie. Un gran atractivo es el enorme sándwich de mortadela que Caio me convida. ¡Pero no!, me rehúso a comer ese pan de 20 centímetros de alto y 200 gramos de mortadela. “El sándwich nació como una broma para un cliente que siempre alegaba que su pan tenía poca mortadela, entonces le prepararon uno enorme y tuvo tanta aprobación, que no dejó de hacerse jamás”, me cuenta.

Ahora que es mi turno, le propongo recorrer el mercado para degustar las exóticas y coloridas frutas que se exponen en alguna de sus 360 tiendas y que pueden llegar a costar hasta 50 dólares el kilo. Y como la mayoría de los vendedores ofrece degustaciones, no dejé a nadie con la mano estirada y me lo comí todo. La única recomendación es no dejarse engañar por su textura, a veces peluda, o si están repletas de pepas como la pitaya vermelha, pues como suelen decir, las apariencias engañan.

Para terminar nuestro recorrido antes de que caiga la noche y los transeúntes desaparezcan del centro, buscamos algunas construcciones altas y emblemáticas adonde subir a la azotea y, así, apreciar esa selva de piedras, como apodan a la ciudad. Nuestro destino fue el Edificio Martinelli, ubicado en la rua de São Bento 405 y que fuera el primer rascacielos de Brasil, de 130 metros de alto. Una vez en su azotea, estar casi de frente a ese mar de cemento y cielo gris me perturbaba, pero Caio sentía lo contrario: lo que tenía frente a sus ojos era una postal maravillosa… Le comenté que no sería capaz de vivir acá mucho tiempo, pero él, como la mayoría de los paulistanos, no dejaba de apreciar su ciudad con admiración, aunque lo seguía frustrando que entre tanto edificio, aún no lograba conseguir un departamento para vivir en el centro de la ciudad, como ha sido su sueño eterno.

 

ADN paulistano

Son las 19 horas en São Paulo, y aunque todavía es verano, acá parece invierno. Es que al menos durante los primeros meses de este año, el famoso apodo de país tropical casi no regiría si no fuera por las intensas lluvias húmedas que se dejan caer sorpresivamente a cualquier hora del día. Ha sido un verano atípico, aseguran los paulistanos, pues durante enero y febrero de 2013 el calor o los rayos del sol desaparecieron, y más bien son los matices de gris los que se apoderaron de sus cielos.

Pero hoy estamos con suerte, me dice Caco Barcellos, un importante presentador de la televisión brasileña a cargo del programa Profissão Repórter, trasmitido por Rede Globo. No pronosticaron tormenta, eso quiere decir que no nos tomará mucho tiempo llegar hasta el restaurante adonde iremos a cenar, y puede que en unos 50 minutos estemos allá. “Hace dos días me demoré tres horas y media desde el canal [Rede Globo] hasta mi casa y es absurdo que haya gente que pierde hasta 36 horas por semana a causa de eso. Pero el tránsito es parte de nuestra vida y es una cosa muy nuestra en São Paulo, incluso puedo asegurar que es el único lugar del mundo donde los siete millones de motociclistas que hay en la ciudad ganaron una pista que hoy es sólo de ellos. Fue un proceso de conquista no oficial, hoy conocido como motofaixa y que usan de lunes a viernes, aunque esa carretera ordenada no evita que mueran 10 personas a la semana”, señala Caco.

Una de las grandes críticas y problemas de São Paulo es su locomoción pública, por eso cualquier método que evite usarla es bienvenido. Actualmente, uno de cada dos habitantes tiene auto, y el transporte aéreo también tomó fuerza, de hecho, la ciudad posee hoy en día la flota más grande de helicópteros en el mundo. Es que para no perder las 36 horas que le toman al ciudadano común y corriente, los grandes empresarios prefieren trasladarse por ese medio hacia su domicilio y trabajo.

Pero luego de un pequeño viaje que no duró más de 50 minutos, conseguimos llegar hasta el Veridiana. Y si en algún momento llegué a dudar de la popularidad de Caco, eso rápidamente se disipó cuando a pocas cuadras del restaurante, la mayoría de los jóvenes lo apuntaba con el dedo, otros lo paraban para saludarlo y los que no alcanzaban, gritaban con voz alta: “Mira, allá va Caco Barcellos”.

El Veridiana es un tradicional restaurante de pizzas que se ubica en una antigua casona de fuerte color salmón, al estilo de Frida Kahlo. Las pizzas son un componente importante de esta ciudad y se llegan a preparar 720 por minuto; de hecho, muchos paulistanos aseguran que se preparan mejor que en Nápoles. “Yo no sé mucho de pizzas y no sabría decir si acá son mejores o no, pero sí me queda claro que esa costumbre de exagerar con los ingredientes refleja la forma de ser de los paulistanos, ya que actualmente las personas parecen estar obligadas a mostrar lo que tienen y para eso colocan de todo en abundancia. Lo mismo ocurre con las pizzas”, dice Caco.

En lo que sí se considera experto es en panaderías, pues Caco vivió dos años en París (otros tantos en Londres, Río y Nicaragua), y por eso asegura con propiedad que el mejor pan se hace en Sampa. ¡Tamaña afirmación! Por eso, al otro día fuimos a desayunar juntos a la panadería Aracajú. Ésta se ubica en la calle Maranhão 760, cerca de la pizzería y a pasos de su departamento ubicado en el barrio de Higienópolis, un sector de clase alta en el que abundan los antiguos y amplios departamentos y donde viven otros presentadores de tv e incluso un ex presidente de Brasil, que también es fanático del pan y los sándwiches que se preparan en la Aracajú.

“En París no hay pan fresco como acá que sale a cada minuto, además, tampoco hay tanta variedad como los 30 tipos que aquí se ofrecen, y lo mejor es el trato de la gente. Los meseros me atienden como si fuéramos amigos de toda la vida, pero no sólo son así conmigo, sino con todos sus clientes.” La panadería es sencilla y el diseño es como la mayoría de su tipo en la ciudad, la diferencia está en que, como dijo Caco, el trato es amigable y, lo mejor, la variedad de pan es impresionante.

Mientras disfrutamos de un jugo de vitamina (naranja con plátano) y de un pan integral con queso mineiro y peito de peru, Caco confiesa que le gustan los lugares que ofrecen la posibilidad de conocer lo cotidiano de la ciudad, en especial a sus habitantes. Si fuera por él, recomendaría a todos los turistas visitar las fiestas auténticas que se realizan en las favelas o en la periferia, que son el reflejo de nuestra cultura, pero aún existe ese miedo absurdo a la violencia.

“Pero la violencia existe en Brasilândia, en las periferias, no en los barrios donde vive la gente burguesa, en Leblón, en Río de Janeiro, por ejemplo, durante seis meses sólo ocurrió un asesinato. En São Paulo ocurre algo parecido, ya que actualmente en los principales puntos turísticos no hay asesinatos, y sí mucha presencia policial.” Aunque advierte, como siempre —y por experiencia propia— que reaccionar frente a un asalto sí puede llegar a ser peligroso. El resto es sólo invento de los medios.

Safari en una selva de rascacielos

En una ciudad donde a diario se mueven más de 11 millones de habitantes, la diversidad florece a borbotones. Es cosa de dar una vuelta por la estación de metro Consolação y ver el desfile que brindan sus hippies, artistas, bailarinas, prostitutas, inmigrantes, góticos, punks, darks y cuantos grupos que aún no sé cómo clasificar. Me siento rara, diferente, hasta un poco incómoda caminando sin tacones, lentes, sin maquillaje y vestida sin nada llamativo. Cuando llego hasta la boletería, miro las dos opciones que me permiten arrancar rápidamente: una es la calle Augusta con dirección al centro, por donde sigue una avalancha de jóvenes alternativos para apoderarse de los bares y casas de diversión que llenan los 1.7 kilómetros de esquina a esquina, mientras que en dirección hacia Augusta Jardins, ocurre todo lo contrario, parece más tranquilo, me decido a tomar ese camino.

Quienes se dirigen a ese barrio son hombres que usan traje y corbata y mujeres vestidas a la última moda. Por eso ya es fácil intuir que me acerco a uno de los barrios más top de São Paulo. Y es cierto, pues en sus calles no hay ferias artesanales, sino mercadinhos chic. También a poco andar ya noto a mujeres muy arregladas, rubias naturales y delgadas, con ropa de marca y que entran a tiendas de fama internacional, son las patricinhas, como las apodan. Junto a ellas caminan las piruhas, mujeres que siguen las mismas prácticas de las patricinhas, pero que les doblan la edad.

También desparramadas entre las calles Alameda Santos o Lorena, caminan con tacón alto, cabello teñido, playeras transparentes, faldas cortas y ajustadas y bolsas que imitan las grandes marcas. Se trata de las famosas periguetis, un término que nació hace más de dos años en Brasil para definir a esas cazadoras de hombres adinerados que les garanticen un buen futuro.

Y entre periguetis, patricinhas y piruhas camina desapercibida Gabriela Figueiredo, una brasileña que ha vivido sus 30 años en São Paulo, pero que no se identifica con las costumbres típicas de las paulistanas. “Es que siempre he intentado escapar de los estereotipos brasileños”, afirma. Gabriela es delgada, debe medir 1.75 y jamás se ha teñido ni siquiera una punta de su cabello ondulado y voluminoso, es morena, no se maquilla y ese día lleva una falda estampada que le llega casi a la punta de sus zapatos, con la que evita mostrar las piernas, como le encanta al resto de sus compatriotas.

Por eso, la estrofa que coreó hace 35 años el popular cantautor brasileño Caetano Veloso, aludiendo a la “deselegancia discreta de tuas meninas” cuando compuso la canción “Sampa”, en homenaje a la ciudad, hoy está obsoleta. No por nada desde 1996 es sede del Fashion Week, catalogado como el mayor evento de moda en América Latina.

São Paulo se llenó también de centros comerciales —hasta la fecha existen 52—, los cuales nunca se encontrarán vacíos. “Los shopping están siempre llenos, es difícil encontrar estacionamiento y hay un volumen de tiendas internacionales impresionante que nunca vi en otro país, por eso no acostumbro mucho ir, creo que durante el año voy sólo una o dos veces”, me confiesa Gabi. También nacieron largas avenidas repletas de productos para las mujeres, como la popular 25 de Marzo en el centro, donde se pueden encontrar impresionantes imitaciones y bisuterías. O la glamurosa calle Oscar Freire en el barrio de Jardim que se ubica a unos escasos 50 metros del departamento de Gabriela.

Alternativa, pero tradicional

“Donde yo vivo hay muchas tiendas que están en todas partes del mundo, por eso prefiero buscar lugares y productos más originales, que sólo pueda encontrar acá en Brasil”, me dice Gabi. Así que comenzamos nuestra ruta alternativa frente a su casa, en la calle Haddock 1408, en una pequeña panadería llamada Pão de Queijo justamente porque en honor a su nombre, según ella, preparan el mejor pão de queijo de la ciudad (una pequeña masa circular con queso caliente dentro).

Luego doblamos hacia la calle Lorena para dirigirnos a la Librería Da Vila que por fuera es un enorme cubo de concreto. Gabriela me cuenta que la librería fue diseñada por el arquitecto Isay Weinfeld, quien también creó la popular tienda de Havaianas a pocos pasos de ésta. Su particularidad es que sus espacios están tan bien divididos que incluso hasta la escalera que conecta al segundo piso es usada como estantería.

Nos alejamos de ese innovador cubo y a pocas cuadras, específicamente en la calle Alameda Franca 1243, nos topamos con una tienda cubierta de áreas verdes. En su interior, en cambio, las coloridas estampas de la diseñadora Adriana Barra empapelan algunos de sus muros, así como sus exclusivos diseños de ropa, zapatos y tejidos. Por eso hoy Barra es sinónimo de estilo y buen gusto en Brasil, afirma Gabi. La tienda simula una casa y en el segundo piso incluso había una chica que hace un manicure con estampas que usa la mismísima Lady Gaga, pero debido a su éxito, se trasladó a una tienda privada que bautizó como Gi Camargo a escasos 200 metros de Adriana Barra (núm. 1024). “Producirme en exceso no combina conmigo, pero sí hago algún esfuerzo como pintarme las uñas”, confiesa Gabriela riéndose.

Pero Jardim también acoge tiendas de diseño, en las cuales frecuentemente se pueden encontrar “productos para alguien que lo tiene todo”, afirma una piruha que entra a la tienda Loja do Bispo a buscar un regalo para su hermano. “Justo era lo que te iba a decir”, me comenta riendo Gabriela. Efectivamente la originalidad es la inspiración de sus productos, los cuales se pueden apreciar en pequeños detalles como en las populares pulseras coloridas de Bahía, que en vez de decir “Bonfim” aparece “SÃO GOOGLE”, hasta sillas inspiradas en peces y cierres de ropa.

Cuando salimos de la tienda, el cielo ya está completamente oscuro, aunque felizmente sin lluvia, y tras una tarde de shopping, pero sin compras, decidimos ir por una cerveza nacional y sentarnos a conversar un rato. Las opciones para cenar son amplias y también caras, podríamos ir por ejemplo al cuarto mejor restaurante del mundo, del chef Alex Atala, el prestigioso D.O.M. que se ubica a pocas cuadras del departamento de Gabriela. Pero fiel a nuestra ruta, optamos por algo de más bajo perfil, como la lanchería Frevo, donde desde hace 57 años preparan los sabrosos sándwiches Beiruth y donde nadie se viste como si se tratase de una boda.

Me despido de Gabriela con un hasta pronto, y a medida que camino veo las tiendas cerrar, pues ahora es el turno de los pubs y bares que de a poco comienzan a despertar. Es que al llegar la noche, el panorama se triplica en São Paulo, en especial sus fiestas que la transformaron en la Nueva York de Sudamérica. Como El Secreto ubicado en Itaim, cuyos misterios descubrió Madonna en una de sus tantas visitas a la ciudad.

Arte y la cultura paulistana

São Paulo no sólo es la sede financiera de Sudamérica, sino que se perfiló también como la gran capital cultural y de vanguardia en la región. Uno de los barrios que mezclan ambas afirmaciones es la Vila Madalena, donde “se respira arte por todos sus rincones”, me dice Tché Ruggi, un escultor y pintor que junto a un grupo de amigos abrió la galería A7MA en la calle Harmonía, que se suma al puñado de tiendas de ropa vintage, artesanías de Brasil y otras tantas que la invaden.

“Muchos creen que la vila es un punto de referencia sólo para fiestas, pero hace tiempo que diseñadores y artistas estamos ganando un importante espacio en este barrio.” Como el Beco de Batman en la calle Gonçalo Afonso, casi enfrente de A7MA, donde diversos grafiteros han crearon una galería a cielo abierto y donde Tché también perpetuó su arte callejero.

“Estas expresiones de arte callejero se están expandiendo mucho y transformando São Paulo”, afirma. Incluso en Avenida Paulista, que según Tché es como el amor, pues “comienza en el Paraíso y termina en la calle Consolaçao”, también se crearon algunas manifestaciones.

La Paulista es una de las principales arterias de la ciudad y refugio de grandes edificios empresariales. También acoge al Museo de Arte de São Paulo (masp), que reúne 8000 obras de arte, incluidas las de pintores como Monet, Renoir y Van Gogh. El centro es también conocido por sus inmensos pilares rojos que sostienen un bloque elevado de ocho metros de altura, obra de Lina Bo Bardi. Hoy, bajo ese espacio abierto, se realizan protestas, ferias artesanales y de vez en cuando algunos artistas se reúnen para acompañar a los turistas y jóvenes que hicieron del masp y sus alrededores el punto turístico más visitado de São Paulo.

Siguiendo en dirección hacia Paraíso, efectivamente hoy se dejan ver coloridos murales que alegran el tono gris de la Paulista. Uno de los más llamativos es el recientemente hecho en honor al arquitecto Oscar Niemeyer, que se instaló en el punto final de la avenida. “Niemeyer, eso sí, no es la cara de São Paulo. Si bien hizo importantes aportes a la ciudad, como el edificio Copán y el parque de Ibirapuera, su trabajo es más la cara de Brasilia.” Otro de los arquitectos que ayudan a “quebrar el paisaje urbano”, como señala Tché, es el brasileño de origen japonés Ruy Ohtake. Gracias a emblemáticas construcciones como el Hotel Unique con forma de sandía y el instituto que lleva el nombre de su madre, la artista plástica Tomie Ohtake.

Los museos son otra de las cartas fuertes de la ciudad, los cuales se ofrecen —felizmente— en demasía, proporcional a su tamaño. Como el del Futbol, donde se homenajea a los ídolos nacionales, o el de la Lengua Portuguesa, donde se puede entender el origen de su pegajoso idioma y que está ubicado a pocos pasos de la Pinacoteca, el museo de artes plásticas más antiguo de la ciudad, que data del año 1905 y acoge el arte brasileño de todos los tiempos.

São Paulo siempre nos sorprende, es curiosa, adictiva y de look fashion, pero intimidante. Sin embargo, su verdadero rostro se delata sumergido entre sus rascacielos, donde su espíritu agitado, bullicioso y workaholic la convirtieron en la gran urbe de Latinoamérica.

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