Lo mejor del arte público en México

Esculturas e intervenciones in situ de los artistas más notables del mundo.

20 Jul 2019

1. Jardín Botánico de Culiacán, Sinaloa

Es uno de los espacios públicos para ver arte más especiales en el país: en medio de una reserva natural, algunos de los artistas más notables del mundo hacen una exploración estética in situ.

Fue fundado en 1986 como un área de investigación de la flora local. Tiempo después se le incorporaron obras de arte, realizadas especialmente para ese espacio, de uno de los acervos privados más significativos del país: el de Isabel y Agustín Coppel, notorios promotores del arte contemporáneo en México.

La curaduría estuvo a cargo de Patrick Charpenel, quien seleccionó a 37 artistas nacionales e internacionales para desarrollar proyectos que se insertaran visual y conceptualmente en su entorno. Hoy es un lugar de estudio, observación y esparcimiento, donde se promueve el diálogo y la convergencia entre arte y medio ambiente.

Este discurso está materializado en esculturas e instalaciones del legendario land artist Richard Long, el skyspace de James Turrell y la pieza del belga Francis Alÿs, en la que condujo un icónico “vocho” (Volkswagen) desde la Ciudad de México hasta Culiacán y lo chocó contra uno de los árboles del jardín para dejarlo ahí de forma permanente. Destaca también la presencia de obras de Gabriel Orozco, Tino Sehgal, Allora y Calzadilla, Teresa Margolles, Roman Ondák y Marco Rountree, entre otros artistas.

2. Xipe Tótec, Ciudad de México

Esta maraña de luces tendidas sobre el edificio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco es un homenaje a los eventos históricos de la zona y también uno de los spots más reconocibles de la ciudad de México.

Después de muchos años de gestiones, el artista Thomas Glassford logró instalar en 2010 (con motivo del centenario de la UNAM) su obra Xipe Tótec en la fachada del Centro Cultural Universitario Tlatelolco. El nombre alternativo de la obra es Un faro de México, y es una suerte de red de luces rojas y azules que se tiende sobre los muros del edificio.

El nombre de la obra es significativo: por una parte, el tejido de luces sirve como un faro que se ve desde muchos sitios de la ciudad y, por otra, ilumina el espacio ubicado inmediatamente al lado, la Plaza de las Tres Culturas, donde hace 500 años los españoles destruyeron templos mexicas para construir sus catedrales; también donde el 2 de octubre de 1968 ocurrió una violenta represión a estudiantes por parte del ejército mexicano.

Que la obra de Glassford esté donde está quizás explica su otro nombre: Xipe Tótec era, entre los aztecas, una representación del Tezcatlipoca Rojo, “nuestro señor desollado”; el faro que alumbra la Plaza de las Tres Culturas es la sangre de esta figura divina que, al cubrirse el cuerpo con la piel de sus víctimas, hacía que volviera la fertilidad de la primavera.

3. Espacio Escultórico, ciudad de México

La obra monumental que lleva más de tres décadas en la UNAM sigue siendo uno de los sitios privilegiados para ver arte público en el país. Visitarlo es visitar el cosmos.

El Espacio Escultórico de la UNAM surgió en los setenta, época en la que se cuestionaba la idea de que una obra debe ser un producto individual. Por ello, el Espacio fue concebido por un grupo formado por Jorge Manrique, Joaquín Sánchez Macgrégor y los artistas Hersúa, Mathias Goeritz, Sebastián, Helen Escobedo, Manuel Felguérez y Federico Silva. Aunque pocas veces mencionado, el escritor Luis Cardoza y Aragón tuvo también un papel decisivo.

El Espacio Escultórico se encuentra en el corazón del Centro Cultural Universitario y está integrado por dos áreas: la primera es el paseo de las esculturas, con obras plásticas de los artistas que idearon el proyecto y una gigantesca “serpiente” de piedra volcánica; la segunda es el espacio circular compuesto por 64 módulos poliédricos de piedra, dispuestos sobre una plataforma de tezontle.

Juntos simbolizan un microcosmos que sintetiza el universo. Al valor del espacio se suman las investigaciones para su trazo y la perdurabilidad de la piedra volcánica. El resultado es una obra para todo el público, al aire libre donde, además, se puede entrar en contacto con la naturaleza.

4. Anfiteatro Ochil. Mérida, Yucatán

Los cenotes de la península de Yucatán difícilmente podrían ser más hermosos. Sin embargo, el de la Hacienda  de San pedro Ochil, intervenido por James Turrell, se convirtió de sólo bello en casi místico.

En la Hacienda San Pedro Ochil, una de las antiguas fincas de henequén en las zonas aledañas a Mérida que han sido rescatadas en años recientes, se encuentra un proyecto del artista estadounidense James Turrell que lleva por título Anfiteartro Ochil y que, a finales de 2011 se inauguró con un excepcional concierto de Philip Glass, célebre compositor de música contemporánea.

Turrell, relacionado con el movimiento conocido como land art, ejecutó una icónica intervención en un cenote. El artista, que se caracteriza por su trabajo con la luz y el espacio, diseñó un hemiciclo con un escenario al centro, que se incorpora con el entorno acuático y selvático y que, mediante interacciones y juegos con luz natural y artificial, produce un espacio de encuentro entre el cielo, la tierra, el agua y el espectador.

La conjunción de lo natural y lo humano crea una atmósfera propicia para la meditación, la introspección y la contemplación. La intervención resalta el misticismo de la hidrografía en el sureste de México, mientras evoca el discurso del movimiento artístico, político y social al que pertenece Turrell, junto a creadores como Robert Smithson, Michael Heizer o Richard Long.

* Extracto del libro Arte contemporáneo en México (Travesías Media, 2015). A la venta en librerías y en Espacio Travesías (Amatlán 33, Condesa; lunes a viernes de 10 a 19 horas). 

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