Un itinerario por la España excéntrica
El interior de España se ha vaciado por un proceso de migración intenso y la creencia general es que no hay mucho que valga la pena en esos rumbos, pero estos proyectos prueban lo contrario.
POR: Redacción Travesías
La Casa del Limonero es una apertura reciente en Sevilla, en el barrio de Santa Cruz, perfecta para gozar de bienestar y calma como no se encuentran en muchos lugares de la ciudad.
Hay que viajar bien. Repetimos este mantra en público y en privado. Conocemos la teoría: debemos alejarnos de los lugares saturados, conectar con lo local, evitar los departamentos turísticos sin alma, dejar la menor huella posible y un largo y repetido etcétera. Lo conocemos y, sin embargo, no sabemos por qué, terminamos cada año tumbados en una playa de Mallorca, peleándonos por una mesa en una tasca de Sevilla y dándonos chapuzones en el Mediterráneo. Pero sí sabemos por qué: las inercias históricas y el sol mandan. Es la hora de ir contra lo cómodo, contra lo previsible, contra la tumbona fácil. Viajar es descubrir y redescubrir, aunque a veces se nos olvide.
Es el momento de mirar hacia la España interior, esa que no tiene resorts, grandes edificios, olas ni palmeras, la que está en el campo o en los pueblos. Es la España sin mar, la España dispersa, lejana de los centros. En ella hay buen diseño, una gastronomía espectacular, retiros de bienestar y residencias de artistas. Es moderna y antigua, remota y cercana, sencilla y compleja. Es exótica y carismática, y, sobre todo, es enorme y nos espera.
Cuando Sergio del Molino escribió, en 2016, su influyente ensayo La España vacía, acuñó un concepto que existía, pero que no tenía nombre. En el libro, cuyo título repiten hasta quienes no lo han leído, denunciaba el abandono de la España sin mar, despoblada y que comprende las provincias de Lugo, Ourense, Cantabria, Álava, Navarra, Huesca, Teruel, Lérida, Castellón, La Rioja, Ávila, Burgos, León, Palencia, Salamanca, Segovia, Soria, Valladolid, Zamora, Badajoz, Cáceres, Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Huelva, Jaén. Y todas esas provincias están llenas. Este no es un artículo exclusivo ni enciclopédico sobre esa España, sino sobre todos los lugares interiores o que miran hacia adentro, y que proponen una forma de viajar menos (o nada) masificada y más consciente.
Un buen ejemplo es Extremadura. Esta región es el epítome de este nuevo destino que buscamos. En ella hay creatividad, poca densidad de población y un buen cruce entre arte, gastronomía y arquitectura. En Cáceres, el restaurante Atrio (tres estrellas Michelin) y su bodega mítica han funcionado como imán viajero desde finales de los ochenta. Su hotel, del mismo nombre y realizado por Tuñón y Mansilla, amplió en 2010 la propuesta. Sus creadores, Toño Pérez y José Polo, han subido la apuesta: el año pasado inauguraron Casa Palacio Paredes Saavedra, un edificio renacentista rehabilitado y repensado por Emilio Muñoz y Carlos Martínez-Albornoz, con 11 suites en las que puedes dormir junto a un buen Picasso. ¿Es un museo? ¿Es un hotel? Es algo inclasificable. A pocos pasos de este ecosistema de Atrio está la Fundación Helga de Alvear, que exhibe y recoge parte de la colección de arte contemporáneo que esta mecenas alemana donó a Cáceres. Todo esto justifica un viaje o tres.
A 45 minutos de Cáceres, a las afueras de Trujillo, encontramos la finca El Azahar, que es hotel y un proyecto de arquitectura. Ofrece ocho habitaciones y se transforma, tres semanas al año, en residencia de artistas. El resto del tiempo se puede reservar por habitaciones o entera; invita a la lectura, al recogimiento y a escuchar el canto de los pájaros mientras se degusta una torta de Casar, el curioso y multipremiado queso de la zona. Sin salir de Extremadura, podemos recorrer La Vera, una zona verde y repleta de lugares semiescondidos, de esos que no se quieren compartir con nadie. Allí está Los Confites, una granja orgánica con un brunch memorable, y algunos lugares con un tremendo peso histórico, como el monasterio de Yuste. Y, para tranquilidad de los ecoansiosos, la temperatura siempre es amable.
Sin movernos de la España vacía, viajamos hasta Castilla. Allí, en Valladolid, en pleno corazón del valle del Duero y a menos de dos horas de Madrid (no podemos evitar este dato, madridcéntrico), está uno de los mejores ejemplos de hotelería del país: Abadía Retuerta LeDomaine. Esta abadía románica atesora una gran bodega con vinos propios, una colección de arte con piezas que abarcan desde el Renacimiento hasta la actualidad, un refectorio convertido en restaurante con una estrella Michelin y, ahora, ha dado un paso más allá a la hora de proponer un bienestar global. Este hotel, que es mucho más que un hotel, ofrece unos retiros de tres días para reconectar con el cuerpo y el espíritu. Se trata de Calm and Focus, enfocado en manejar el estrés. Abadía offsite se dirige a las empresas, mientras que Abadía Well Living busca rediseñar el estilo de vida para lograr ese ansiado bienestar, o bienser; los necesitamos. Y si a estos retiros les añadimos un paseo por los viñedos y el silencio de la zona, el objetivo de sentirnos bien se habrá logrado.
En otra provincia castellana encontramos otro ejemplo de buen vivir, este tan sencillo como cariñoso. Es el ecohotel Doña Mayor, un proyecto de dos hermanas, Elena y Lorea Totorica, quienes revolucionaron un pueblo de 700 habitantes de Frómista, Palencia, con un pequeño hotel de 10 habitaciones, que ha sido sostenible siempre hasta sin pretenderlo. En ese lugar está una de las cumbres del arte románico, la iglesia de San Martín, del siglo XI, y, a pocos pasos, el restaurante Hostería de los Palmeros, en el que se come de manera escandalosa; además, está en pleno Camino de Santiago. A veces, no hay que hacer viajazos; se pueden hacer viajitos.
La España interior no es ajena a la búsqueda desmelenada del bienestar, de hecho, es el lugar natural para conseguirlo. En Brihuega, en la otra Castilla, encontramos una Real Fábrica de Paños del siglo XVIII convertida en centro de bienestar. Forma parte del grupo Castilla Termal, una colección familiar de propiedades situadas en edificios históricos excepcionales: monasterios, castillos, palacios… El de Brihuega, en la comarca de La Alcarria, está en un pueblo conocido por sus campos de lavanda; no hay mejor escenario (y aroma) para los tratamientos que propone este hotel, abierto hace apenas tres años. Ha sido rehabilitado con ayuda del estudio Blak Interiorism y propone actividades como convertirse en apicultor, búsqueda de trufas o ser perfumista por un día. Y está sólo, y perdonen de nuevo el centralismo, a 45 minutos de Madrid. Cuando la ciudad más poblada (y vibrante de España) sature, podemos escaparnos de ella. Y la buena noticia es que no hay que viajar mucho para encontrar naturaleza y encanto. Otro buen ejemplo cerca de la capital es el hotel Alpino Box Art, un refugio de 23 habitaciones situado en la sierra de Madrid, que confirma que el buen diseño y la vida rural pueden ir de la mano. La España tranquila está muy cerca de la España llena.
Si buscamos lo remoto, un anhelo muy legítimo en tiempos de interconexión, podemos viajar hacia Teruel, hacia la comarca del Maestrazgo, en Mirambel. Allí encontramos Muun Landscape Hotel, uno de esos lugares en los que miras alrededor y no encuentras nada. O, mejor, encuentras muchos árboles, un cielo puro y un silencio que casi hace ruido. Su apuesta por la arquitectura contemporánea es otra confirmación de que lo último no sólo se encuentra en las ciudades. Este hotel tan particular, cuyo origen está en las masadas bajomedievales del Maestrazgo, se concibe en relación con el cielo y las estrellas, aquí limpio y sin pizca de contaminación. Cada suite, hay 10, se define como una constelación; se trata de unos módulos minimalistas que son todo privacidad y contacto con la naturaleza. Esta región es un antídoto contra el sobreturismo, y pueblos como Puertomingalvo lo confirman. Pero no lo digamos muy alto, que lo que queremos es pasear por sus calles medievales en la mayor soledad posible.
Hablemos de islas, pero desde otro ángulo. España cuenta con dos archipiélagos archiconocidos y visitados, Baleares y Canarias. Se ha escrito todo de ellos. Aquí reivindicamos los hoteles isleños del interior, esos desde los que no se ve el mar, esos que, hasta en temporada alta, cada vez más extensa, están rodeados de paz. Un ejemplo de apertura reciente es Son Xotano, en el centro de Mallorca. Este hotel tan fotogénico te convence de que hay muchas Mallorcas y que esta es una de las más apetecibles. Es una possesió, una casa señorial tradicional cuyo origen se remonta al siglo xii; ha sido rehabilitada con gusto y respeto por el estudio ClapésPizà y tiene un interiorismo en tonos azules y tierra a cargo de Virginia Nieto, la colaboradora de Annua, el sello al que pertenece este hotel. Son Xotano tiene 22 habitaciones que son pura paz y un entorno rodeado de olivos, cipreses y vides. A lugares así hay que llegar con los sentidos muy despiertos porque, si no, nos perderemos sabores como el de los pescados o quesos locales. Es como un hogar efímero, y así lo cuenta Álvaro Sasiambarrena, cofundador y director creativo de Annua Signature Hotels: “Queríamos crear un espacio que se sintiera como un regreso a casa”.
Algo de ese espíritu lo vemos en otro hotel isleño interior, el hotel César, en Lanzarote. La isla con más carisma de España sigue conservándose auténtica y muy visitable, gracias a las consignas que dejó escritas el artista César Manrique, quien “diseñó” el Lanzarote que ahora vemos. No hay edificios altos, apenas hay publicidad y todas las casas son blancas con detalles en verde Lanzarote (ese color existe). En el centro está la que fue casa de Gumersindo Manrique, padre de ese personaje clave para entender la isla, que hoy se ha convertido en hotel; antes sería también un colegio de niñas. El César cuenta con 20 habitaciones que capturan la personalidad de la isla, una piscina con agua salada y un restaurante que ofrece unas croquetas de cherne, un pescado local, deliciosas; además, se precia de tener la mejor coctelería de la isla. Tomar un coctel o un vino local mirando los volcanes es todo un espectáculo. El César que, como Son Xotano, es parte de Annua tiene el destino dentro: no necesitas salir para saber dónde estás. Y eso es un mérito que comparten con el resto de los hoteles que mencionamos. Ellos son el destino y, a la vez, lo contienen.
Ocurre igual con dos nuevos hoteles que acaban de abrir en Sevilla. Y aquí alguien puede levantar la mano y decir: “Eh, que la ciudad es una de las más visitadas de España”, y tendrá razón. Y precisamente por eso queremos destacarlos, porque, hasta en los centros turísticos más densos e intensos, hay lugares que miran hacia adentro. Son no hoteles, lugares que sorprenden y que apelan a un tipo de viajero que busca que el destino lo sorprenda. El pasado marzo abrió La Casa del Limonero, una casa señorial situada en el barrio de Santa Cruz y que contiene una colección de arte contemporáneo que incluye nombres como el de Joana Vasconcelos o Manollo Valdés. Su arquitectura tiene el lógico regusto árabe, que se aprecia en el patio con arcos mudéjares y la piscina. Todo en este lugar transcurre puertas para adentro y eso nos invita a disfrutar aromas, sonidos y sabores sin distracciones.
El último hotel en abrir en Sevilla es Cristine Bedfor, el tercero de una pequeña saga que ya cuenta con espacios en Mahón, Menorca y Málaga. Imaginemos a una amiga fabulosa con un gusto exquisito que cuenta con una gran casa y nos invita a pasar unos días. Esa es la sensación que quieren imprimir Cristina Lozano y Daniel Entrecanales, propietarios e ideólogos de este hotel con interiorismo de Lorenzo Castillo. Son ambos las dos últimas joyas hoteleras sevillanas y unos de esos lugares que sólo apetece compartir con algunas personas, como las que leen estas páginas.
La España interior es más que la España vacía que explicó Sergio del Molino. Es una parte del país (la más extensa) que no mira al mar y que se aleja de las rutas más transitadas y de los destinos más fáciles. Forma un mapa de lugares que promueven el disfrute dentro, la calma frente al ruido, el contacto con vecinos y el comercio local. Nos hace sentir descubridores. Qué fácil es viajar bien por la España excéntrica.