Vivir de cerca el Festival Gion

Una oportunidad única para acercarse al Festival Gion en Kioto, uno de los más importantes para la cultura japonesa.

21 Mar 2024

Durante las festividades, las maikos realizan una danza de ofrenda y reparten frijoles en bolsa, para orar por buena salud.

El verano en Kioto es húmedo y pegajoso: se despierta temprano y no se va a la cama sino hasta bien entrada la noche. Es uno de esos veranos absolutos. Se trata también de la época más importante para la ciudad, pues durante estos días de calor agobiante se celebra el Festival Gion. Del 1 al 31 de julio, la zona central de Kioto se convierte en una fiesta. El itinerario completo incluye una ceremonia de apertura, visitas a los santuarios, varios desfiles secundarios, la construcción de carrozas y, finalmente, los desfiles principales. Aunque es una festividad bien conocida entre los japoneses, todavía no es muy popular entre los viajeros extranjeros.

Pensando en el público internacional, el gobierno de Kioto ha organizado una serie de paquetes especiales para acercar a los viajeros al festival, una celebración difícil de entender para el público no nipón. Además de una inmersión en la cultura local, los que se anoten a estas experiencias tendrán asientos preferenciales durante los recorridos de las carrozas –con una codiciada sombra y todo lo que quieran para comer y beber– y podrán entrar a la hora que quieran al Ayuntamiento de Kioto, donde se ha instalado un salón con cómodos sillones y raspados de matcha para refrescarse. Soy parte de un grupo de periodistas especializados en Japón invitado para poner a prueba esta experiencia y compartir con los organizadores nuestras opiniones.

Durante el Festival Gion, que se realiza desde el año 869, las calles de Kioto se llenan de carros, músicos y bailarines tradicionales, además de puestos de comida y entretenimiento.
Durante el Festival Gion, que se realiza desde el año 869, las calles de Kioto se llenan de carros, músicos y bailarines tradicionales, además de puestos de comida y entretenimiento.

En el grupo sólo hay mujeres. Roxanne es una agente de viajes de California, de ascendencia japonesa, quien lleva toda su vida vendiendo este destino. Conoce Japón de punta a punta, habla el idioma y entiende, posiblemente mejor que nadie más en el grupo, el valor de esta experiencia. También de Estados Unidos está Cristina, la más joven del grupo, pero ya toda una experta en el destino. Escribe para Vogue principalmente y su tema por excelencia es la gastronomía japonesa. Desde Manila, Kissa es una periodista filipina que estuvo a cargo de la revista Tatler Asia y que ahora vive en Irlanda con su esposo y su hijo. De joven estudió aquí, en Beppu, una pequeña ciudad de Kyushu, por lo que también habla japonés. Yo soy la latina del grupo y, aunque no me considero una experta, sí he dedicado los últimos años de mi vida a recorrer este país y disfrutar muchos de sus rincones. Gracias a esa pasión me gané una invitación a formar parte de este particular conjunto, que más allá de las diferencias comparte el amor y la admiración por el país.

Hay que decirlo, es difícil sorprender a un grupo como éste, pero nuestro punto de encuentro, el Mitsui Kioto, lo consigue. El hotel es totalmente moderno, aunque ha mantenido algunos detalles antiguos, como su espectacular puerta de entrada, The Kajiimiya Gate, con más de 300 años de historia conectada con la familia Mitsui. Las habitaciones son amplias y modernas, y todas miran a un hermoso jardín interior donde al atardecer disfrutamos un espectáculo de geishas. También hay un onsen privado, ideal para los que no se hacen a la idea de desnudarse en público. Y, al tratarse de Kioto, tenía que haber espacio para la ceremonia del té. Cenamos en un pabellón privado al centro del jardín, en compañía del gerente del hotel, Manabu Kusui, y nos ofrecen un delicioso menú kaiseki mientras nos preparamos para las festividades del día siguiente.

Como parte de las actividades que organiza el gobierno de la ciudad para acercar el festival a los viajeros, el programa incluye una mañana de música con maikos seguida de un almuerzo. Entre los asistentes hay también locales que buscan acercarse o entender mejor las tradiciones de la ciudad. Seguimos después con una clase que me hace recordar la escuela y en la que nos explican el origen y desarrollo del festival. Cerramos la jornada con una demostración de los instrumentos utilizados sobre las carrozas (que en un espacio cerrado y sin contexto no resulta especialmente placentero). Se trata de prepararnos para lo que nos espera el día del desfile. Después salimos a la calle para visitar los gigantescos carros que al día siguiente recorrerán las calles de la ciudad. Antes de terminar hacemos una parada técnica donde un equipo está ensamblando uno de ellos. Aunque aparentemente es sencillo, no tardamos en darnos cuenta de que el trabajo de ensamblaje se realiza solamente con cuerdas. Es decir, no utilizan clavos de ningún tipo. La labor toma dimensiones faraónicas.

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Llega el día de la procesión de Saki Matsuri Junko, una de las principales, si no es que la más importante. En total son 23 los carros o yamaboko que desfilarán a lo largo de Shiro-dori. Este día sale la deidad del santuario Yaske en un santuario portátil. Ya no estaremos aquí cuando se celebre a final del mes el Ato Matsuri Junko, una procesión tras el festival en la cual 10 de los carros recorren de nuevo la ciudad, pero en sentido inverso.

Son las 10 de la mañana cuando nos instalamos para ver la procesión. La mayoría de los asistentes ya espera al borde de la calle, protegiéndose del sol con sus paraguas. Nosotros, en cambio, nos encontramos en una zona privilegiada, con asientos, mesas y sombrillas: nos ofrecen un kit de bienvenida que contiene todo tipo de parafernalia para combatir el calor, desde un protector solar que promete refrescarnos hasta toallitas húmedas que bajan la temperatura del cuerpo. Hay también un menú de comida y bebida, pero lo principal es la ubicación que nos permite ver claramente cuando los carros comienzan a aproximarse. Somos la novedad, llamamos la atención de quienes se cruzan en nuestro camino y se preguntan, seguramente, “¿Cómo llegaron esas personas ahí?”.

Cerca de las 10:30 aparece el primer carro que gira en la esquina de Kawaramachi-dori para seguir por Oike-dori, justo enfrente del edificio del Ayuntamiento de la ciudad. El carro se acerca a nosotros lentamente, con un movimiento que pareciera casi en cámara lenta, pero que en realidad es controlado por un grupo de hombres que desde lo alto del carro van dando indicaciones a quienes lo arrastran. Son cuatro hombres que, con el movimiento de sus abanicos, guían al resto. La gigantesca estructura lleva encima elaborados adornos y exquisitas piezas de ornato, incluidas unas hermosas telas con coloridos tonos, además de varios pasajeros. Por si fuera poco, coronando la aparición, la estructura lleva en lo más alto un árbol. Mientras se acerca a nosotros, por un instante pareciera que perderá el equilibrio, sin embargo, los maestros que lo conducen logran dar la vuelta y continúan su avance sobre la calzada. Sólo se escuchan aplausos. Hay también música que sale desde el interior de los carros. Estas estructuras llegan a pesar hasta 12 toneladas y observar cómo consiguen moverlas entre un puñado de hombres es increíble.

Mover los carros es una labor faraónica. Es un esfuerzo que se consigue gracias a una coordinación perfecta entre cada elemento. En ese sentido, es algo tremendamente japonés, un arte que se ha ido perfeccionando desde hace cientos de años.

La primera edición de este festival se llevó a cabo en el año 869, buscando calmar a los dioses durante una pandemia. En donde aparecía un brote de la enfermedad se levantaba un santuario portátil. Desde entonces, y cada año, se elige a un niño como mensajero sagrado y durante todo el festival el niño aparece sentado en una de las muchas carrozas, evitando que sus pies toquen el suelo.

Hay algo que recuerda lejanamente a una Feria de Sevilla o incluso a un carnaval, pero, al ser Japón, aquí la música, los gritos, los cantos o los lamentos se sustituyen con el más absoluto silencio. Esa solemnidad acaba también por la noche, cuando las calles se llenan de gente y de puestos que ofrecen comida y entretenimiento. Y entonces la ciudad se convierte en una fiesta. De hecho, las fiestas vespertinas de Yoiyama se celebran en las calles los tres días posteriores al desfile. Algunas de las especialidades gastronómicas que hay que probar durante el festival son yakitori, okonomiyaki, mochi y las famosas galletas con forma de pez.

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Cuando dejamos el festival, nos espera una cita con los organizadores. Quieren escuchar nuestras impresiones en caliente. Nos encontramos en una casona antigua de dos plantas rodeada de jardines y pasamos dos horas platicando de lo que acabamos de vivir. Hacemos algunas sugerencias que, creemos, podrían mejorar la experiencia de los turistas extranjeros, pero en general los felicitamos por la iniciativa y nos resulta interesante descubrir también que hay varios operadores ofreciendo actividades paralelas. Como sucede en muchos destinos de Japón, además de traer más turismo, el foco está puesto en diversificar y ofrecer a los viajeros distintas opciones que eviten que todos se aglomeren en los mismos puntos. Por eso, abrir oportunidades como ésta es clave para ese desarrollo más sano del turismo en la ciudad.

El Festival Gion es uno de los momentos más importantes de Kioto, por lo que formar parte de él y entenderlo desde dentro es un verdadero lujo. Para los que quieran vivir una experiencia similar, están a tiempo de anotarse al festival de 2024, que incluye dos días llenos de actividades y asientos premium a la hora del desfile. Todos los detalles están disponibles en kyoto.travel.

El menú kaiseki que acompaña la ceremonia del té en el hotel Mitsui Kioto.
El menú kaiseki que acompaña la ceremonia del té en el hotel Mitsui Kioto.

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