Un roadtrip por paisajes ‘extraterrestres’ en Utah

En un viaje por parques nacionales, ranchos y carreteras de Utah, descubrimos los que podrían ser los mejores paisajes de Estados Unidos.

21 Feb 2024

Arches National Park, donde se forman más de 2,000 arcos de piedra naturales.

No puedo creer que el sur de Utah no sea uno de esos destinos de los que todo el mundo hable sin parar. Tampoco puedo creer que exista. Es como ver el planeta desnudo y primario antes de que lo hubieran vestido con cimientos que nos impiden ver su topografía: sus vacíos, sus cicatrices, su tiempo. Además, es relativamente fácil de visitar, pero se pierde en el mapa del deseo turístico por estar rodeado de luminarias como Colorado, Arizona y Nevada. Y créanme, basta estar allí unos días para recobrar el asombro por las proporciones, la escala humana, el paso del viento sobre las cosas, el imperio que deja el agua cuando se seca. Para llegar hay que tomar un vuelo a Las Vegas, luego manejar dos horas y media por carretera y listo, se está en uno de los sitios geológicos más alucinantes del planeta. Y conforme uno se va moviendo de cañón en cañón, de aldea en aldea, la palabra alucinante ya no sirve de nada. Hay que encontrar nuevos registros para describir lo que es esto. Lo extraterrestre que resulta el paisaje terrestre.

El auto se llena de exclamaciones: “¡Guau!”, “¡Uf!”, “¡¿Ya vieron…?!”, “Pero, ¡¿qué es esto?!”, “¿¡Dónde estamos?!”, a medida que atravesamos Nevada para llegar a Utah. Vemos un paisaje desmesurado de murallas, planicies, formaciones rojas, amarillas y verdes, montañas inmensas encumbradas sobre nuestra camioneta que, mientras avanza, se siente más y más pequeña. Somos diminutos. Y no hay rastro de asentamiento humano a lo largo de varios kilómetros. Ante nuestro estupor, Zach, nuestro guía, nos responde: “Esto no es nada, guarden espacio en sus teléfonos para verdaderas fotos”. Aquí comienza una faceta mía que mis compañeros de viaje apodarían como “la niña del microscopio” y que sería, ahora lo veo, del todo insoportable para nuestro amable guía. Quiero saberlo TODO. “Zach, ¿por qué es tan roja esa montaña?, ¿de qué está hecha? ¿Cómo se formó este valle? ¿Cómo que dunas petrificadas?, ¿qué no se las lleva el viento…?”. A lo que Zach invariablemente me responde: “Es la erosión, el agua y el tiempo”. Tiene razón, por supuesto, pero quiero saber los detalles: qué tipos de minerales pintan de rojo las rocas, qué leyes químicas moldearon lo que vemos por la ventana del auto. Quiero los nombres propios de las montañas y las historias de millones de años, cuando el mar se convirtió en un gran lago salado y luego se secó para dejar un desierto de relieves titánicos. Quiero que el paisaje inorgánico cobre vida con el conocimiento geológico. Pero me atengo a la erosión, por lo pronto, que lo resume todo.

Las paredes de piedra que cubren el paisaje al sur de Utah.
Las paredes de piedra que cubren el paisaje al sur de Utah.

Kayenta Art Village

El primer lugar al que llegamos es un poblado mínimo al suroeste de Utah, establecido por personas jubiladas (muy bien jubiladas, diría), quienes pasan su tiempo tallando rocas para venderlas en sus tienditas. Kayenta Art Village es un buen comienzo del viaje para comer rico y empezar a entender la correspondencia que parecen tener casi todos los habitantes del sur de Utah con su entorno inmediato. Después de todo, un principio de la religión mormona (que rige a casi 70% de la población de la zona) es el profundo respeto por la tierra. Los fundadores mormones insistieron en este tema como un camino hacia la salvación y exhortaron a las personas a vivir de forma sencilla y sostenible. Eso es quizá lo que ha mantenido los ecosistemas tan prístinos y casi inalterados por los pobladores. Prácticamente todos en Kayenta se dedican a tallar piedras que encuentran en sus caminatas o a construir instalaciones que se mueven con el viento. Sí, erosión, viento y tiempo, como sabiamente me repite Zach: incluso la gente opera bajo esta triada fenomenológica. Comemos hamburguesas en Xetava Gardens y tomamos vino rosado en su terraza desértica. Después nos vamos, muy cerca de allí, al Parque Estatal Snow Canyon, el primer sitio de muchos que nos dejaría helados.

Snow Canyon

Snow Canyon es un parque escénico de 30 kilómetros cuadrados donde confluyen montes y dunas petrificadas, escalinatas de lava gris y, a lo lejos, como siempre, una muralla de montañas, en este caso amarillas. Mientras cae la tarde, las sombras cambian el paisaje de manera que, cada vez que uno voltea a ver algo, ya es otra cosa. Todo el panorama en el estado de Utah tiene este lenguaje escrito por el agua (ese gran lago de sal) y el viento gradual de millones de años, que además muta mil veces durante el día. De pronto se ilumina una montaña, de pronto un valle, luego un pedazo de roca. Pienso que un solo día en un paisaje como éste bastaría para sentir que uno hizo un viaje entero por la historia de la Tierra.

Tomamos el Petrified Dunes Trail, donde uno puede subir y bajar y brincar de una loma a otra para descubrir más kilómetros de dunas y monumentos que parecen pasteles de lodo. Por más que quise desobedecer y abrir mi propio sendero, entendí (me lo explicó Zach con paciencia) que los trails existen para proteger el microbioma del resto del territorio, cuyo equilibrio se ve alterado por nuestros pasos.

En este viaje descubro que quiero ser geóloga. De hecho, es la única profesión que me parece sensata en este pedazo del mundo. Por otro lado, aprecio la frescura de volver a sentirme una niña, maravillada por el mundo que veo, sin especializaciones.

St. George

Ya a oscuras, llegamos a St. George on the Cliff, un hotel modesto y cómodo, muy cerca de Snow Canyon. Cenamos en el pueblo de St. George, en un digno pub que se llama George’s Corner: platillos abundantes y deliciosa cerveza IPA local. El lugar está repleto de comensales, a pesar de ser lunes, y la comida nos reconforta para dormir y asimilar esta extrañísima aventura.

Durante los meses más fríos, los picos de Utah pueden recibir nevadas.
Durante los meses más fríos, los picos de Utah pueden recibir nevadas.

Cuando amanece en St. George y veo dónde estoy, me abordan nuevas preguntas. Hacia abajo hay un pueblo all American dominado por un cerro con una enorme “D” iluminada. Le pido a Google que me dé algo de contexto: esto es un Dixie Land. Dixie es un apelativo nostálgico para aquellos pueblos algodoneros del sur de Estados Unidos que, entre otras cosas, idealiza el mito agrario y racial. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (la Iglesia mormona) llegó aquí a mediados del siglo xix para crear una misión algodonera y establecer relaciones con la tribu paiute (que, aunque muy reducida, permanece en ese lugar). Hoy, St. George no produce algodón, pero está muy orgulloso de esa “D” sobre su montaña. Es una de las principales locaciones para jubilados del país. Hay varios campos de golf, por ejemplo, y está ganando reconocimiento como un destino para practicar ciclismo de montaña, escalada en roca, barranquismo, senderismo, paseos en vehículos todo terreno y demás actividades al aire libre.

Por cierto, al cerro que ostenta la enorme “D” los locales lo llaman Sugarloaf, “pan de azúcar”. Conforme escucho estos nombres propios, presiento que la imaginación de los pioneros mormones que reemplazaron los nombres de los nativos estaba impregnada de fantasía y sugar rush.

Después de un desayuno en una cajita (yogurt, un huevo duro, un jugo) y, para aclimatarme, hojear el Libro de Mormón que descansa sobre el buró, Zach nos conduce a Kanab, el insuperable Kanab.

Kanab

Aquí se filmó, en los años treinta y cuarenta, la mayoría de las películas del género western. No sólo llegaron los hermanos Parry a transformar el diminuto pueblo en un estudio de cine, sino que casi toda la ciudad contribuyó, sirviendo como extras, vaqueros, conductores y trabajadores. La gente del pueblo incluso recibía a estrellas de cine y miembros del equipo en sus casas cuando los pocos moteles de la ciudad no tenían habitaciones libres. Hoy, desde luego, hay un museo sobre esa “época de oro” y se puede hacer un tour temático por el llamado Little Hollywood, escenario de películas como The Lone Ranger, El Dorado y Billy the Kid.

Kanab está rodeado de dunas, cañones, cuevas y promontorios de un rojo imposible que se veían impresionantes en tecnicolor, pero que en vivo no tienen parangón. Además de la ciudad, visitamos Peek-a-Boo Slot Canyon y Great Chamber, posiblemente los dos sitios que recomendaría primero al que quiera hacer un viaje más profundo (es decir, además de los parques nacionales) por el sur de Utah.

Peek-a-Boo Slot Canyon y Great Chamber

Peek-a-Boo y Great Chamber forman parte de un cañón privado de alrededor de seis kilómetros cuadrados y es para muchos “la propiedad privada más hermosa del sur de Utah”. Hay que llegar a
Caves Lakes Canyon Ranch, un sitio de glamping que sirve como base, y allí rentar ATV (carritos 4×4 todo terreno), caballos o jeeps para explorar los alrededores.

A cada miembro del grupo nos toca manejar un ATV mientras seguimos a Micky, un guía magnífico que por fin supo explicarle a la niña del microscopio de qué está hecha cada cosa (además de la erosión). Yo prefiero manejar, subirme a las curvas y hacer los trucos que realiza Micky, mi nuevo héroe.

En la cima de uno de los cerros nos detenemos ante un inverosímil cementerio de mascotas llamado Angels Rest. Al parecer es un lugar carísimo y codiciado para aquellos que quieren que sus perros, gatos, caballos y hasta cocodrilos descansen en paz, con una vista de ensueño hacia los cañones de Kanab. Aquí el silencio es como la nieve, absorbente, salvo por algunas instalaciones de viento (quizá fabricadas por los viejitos de Kayenta) que tocan música con las corrientes de aire.

Peek-a-Boo Slot Canyon es uno de los muchos cañones excluidos de la designación de parque nacional o estatal en Utah por no tener las dimensiones suficientes. Los nombres de los lugares, de nuevo, nos dicen qué imaginar. Slot designa aquellos cañones angostos y altos como una ranura por donde cabría una moneda; por la cercanía a Las Vegas, no es absurdo pensar que las máquinas de los casinos ejercieron su influencia. Sin embargo, en su tamaño está su encanto: como no están en los mapas mainstream de turismo, la probabilidad de encontrar viajeros es mucho más baja. (¿A qué turista le gustan los turistas?). Nosotros, además, tuvimos la suerte de visitar Utah en noviembre, fuera de temporada, y nos topamos con muy pocos exploradores que no fueran locales.

En los “cañones ranura” hace frío y en las múltiples cuevas que se forman a lo alto de Peek-a-Boo las tribus hopi (nos cuenta Micky) solían guardar a los venados que cazaban para conservarlos por más tiempo.

Es curioso que su ausencia recuerde tanto al agua: el lenguaje es voluble en un paisaje estoico de puras rocas. Las formas de este cañón son sensuales, serpenteantes, altísimas y suaves. Es tan irresistible que da ganas de acariciar las paredes mientras se avanza.

En esta misma propiedad está Great Chamber, una monumental cueva amarilla que protege en su interior una duna de arena tan fina que pienso que podría usarse para rellenar clepsidras. Si uno se sienta un momento a “leer” las paredes (actividad necesaria, incluso intuitiva al estar allí), en cada marca transversal de la cueva uno adivina la dirección que tomaron el viento y el agua en distintas eras geológicas; es como aprender a leer otro idioma, pero uno que llevamos dentro sólo por ser parte de este mundo. Nos vemos como miniaturas bajo el arco amarillo de la cueva, nos tomamos fotos, nos resistimos a irnos. Great Chamber es un sitio tan espectacular que incluso la compañía Apple fotografió aquí una de sus campañas para iPhone.

Glamping en Utah

Parece increíble que un espacio natural como éste pueda ser propiedad privada, pero así es: todo lo que no se denomine parque nacional, estatal o BLM (Bureau of Land Management) puede ser adquirido y comercializado de acuerdo con ciertas reglas de conservación. Lo alentador es que parece haber un profundo sentido de hortofilia inculcado en la comunidad de Utah: el deseo de interactuar con, gestionar y cuidar la naturaleza. El estado se está convirtiendo en la “capital del glamping del mundo”: una forma redituable de aprovechar la belleza natural y ofrecer el lujo de un hotel cinco estrellas sin alterar demasiado el entorno. Qué es un glamping site sino una pequeña aldea de cara a la naturaleza. El glamping no es para todos, pero es cierto que no hay mejor manera de escuchar el silencio, ver las estrellas o convivir con los venados cola blanca, zorros y pájaros que deambulan por todas partes que acampando en el territorio.

Sobre echarle agua a las piedras

Fue tal nuestro asombro en los alrededores de Kanab, con nuestras pausas para admirar las piedras, que no llegamos a comer. Éste es quizá el único viaje que he hecho en el cual lo de menos es comer. El asombro tiene la cualidad de dejar a uno sin requerimientos. Y Micky tiene parte de la culpa: está tan infatuado con las rocas que nos contagia a todos de su obsesión. Ha escondido dos piedras, a primera vista comunes, para que no se las lleven los turistas. Cuando les echa agua de su termo, revelan gradualmente unos fósiles minúsculos con forma de estrellas que de tan perfectos parecen estampas. “Éstos son corales prehistóricos –nos dice–, de cuando este sitio era un gran lago de sal. Con el agua uno puede ver el pasado inscrito en los minerales”. La aspirante a geóloga que se forma en mí está considerando seriamente quedarse y dedicarse para siempre a echarle agua a las piedras. Qué diferente sería caminar por este lugar sin Micky, el encantador de rocas. Qué importante para la experiencia es saber un poco más de lo que se ve a simple vista.

Glamping en Caves Lakes Ranch

Regresamos nuestros atv a Caves Lakes Canyon Ranch ya casi al atardecer. Este glamping site de cinco estrellas tiene ocho suites de lona, todas con tinas interiores, aire acondicionado, tapetes, camas comodísimas… Eso que tan bien saben hacer los estadounidenses para convertir un espacio en un cuento. Además del lujo de dormir en este cañón, la ventaja de quedarse en el rancho es su cercanía con los parques nacionales (Bryce y Zion, entre otros) y otras maravillas, como las dunas de coral rosa. A unos metros de las casitas hay varias cuevas, algunas con lagos en su interior e inscripciones de los indios anasazi de alrededor de 1200 a.C., y también, increíblemente, de los pioneros blancos que llegaron en el siglo XIX para inaugurar su Tierra Prometida.

Para angustia de Zach, nos queda sólo una hora de luz para ir a las dunas de coral rosa, a 30 minutos en auto. Apenas es el segundo día y presiento que todos, al igual que yo, están más que satisfechos con la hazaña del día y nos contentaríamos con cenar, ahora sí, algo caliente. Sin embargo, la curiosidad de ver unas dunas “de coral rosa” y la visible aflicción de nuestro guía nos animan a entrar al auto y continuar.

Pink Coral Sand Dunes 

Ya en las dunas, olvidamos que tenemos hambre y sueño. Nos quitamos los zapatos y corremos como niños por la arena rosa y nos subimos a una duna gigante. Este sitio tiene la denominación de parque estatal porque es extenso y su geología resulta fascinante. La arena de las dunas proviene de la piedra arenisca Navajo, del Jurásico medio, y llevan allí, cambiando de forma cada año, alrededor de 15,000 años. El color rosa se debe al óxido de hierro, mineral protagonista y responsable de todas las rocas rojas de esta región del suroeste de Estados Unidos (según lo leí esa noche en mis “investigaciones”). Aquí rentamos sandboards y nos echamos uno por uno de la duna más alta (por supuesto todos, menos Zach, hacemos el ridículo y encallamos cada 10 metros). Yo diría que incluso si uno no es –como evidentemente no lo somos– un entendido en los deportes extremos, sentarse a contemplar el paisaje desde lo alto de una de estas dunas es en sí una experiencia extrema para los ojos y el espíritu.

Las dunas gigantes de Pink Coral Sand Dunes.
Las dunas gigantes de Pink Coral Sand Dunes.

Canyons Boutique Hotel y Sego 

Ahora sí, a cenar. Kanab es la ciudad donde mejor se come de todo el sur de Utah, a decir de los propios habitantes y los medios de comunicación. Cenamos en Sego, el restaurante de Canyons Boutique Hotel, donde también pasamos la noche. Éste es el único hotel independiente de Kanab y es un deleite de estilo victoriano con wallpaper, amplísimos baños con tina y chimenea en cada cuarto. Sego les sirve a los comensales una selección de “nueva cocina regional estadounidense”. Pedimos al centro costillas, betabeles al horno, bolas fritas de coliflor con carne, ensaladas fresquísimas. Viajero, si vas a Kanab, detente a cenar aquí.

Nos brillan los ojos al día siguiente otra vez. Hoy nos toca visitar dos de las celebridades de Utah: Kodachrome y Bryce.

Kodachrome Basin State Park

En su nombre, como siempre, está la clave de lo que hay que ver. A National Geographic Society se le ocurrió llamarle Kodachrome Basin en 1949 y todos estuvieron de acuerdo. Este parque estatal se creó para ser fotografiado. El contraste de los colores de las agujas o “chimeneas monolíticas” destaca con el fondo del valle. Estamos en un cuenco petrificado lleno de desniveles de piedra que parece pulida a mano para jugar. Un verdadero Coney Island de la mente. Las capas de arenisca de distintos colores que componen estas montañas tienen 180 millones de años.

Algo verdaderamente singular en Utah es cómo el azul del cielo recorta las montañas para darles dimensión. Es decir, el paisaje se ve en planos, perspectivas y grados de profundidad, a diferencia de casi todo el resto del planeta. Al menos no recuerdo haber visto algo así. Esto se debe a la calidad del aire desértico y a la mezcla de tantos minerales que separan por color una cosa de la otra con increíble precisión. Tal vez por eso ninguna foto, ni siquiera en Kodachrome, podría reproducir la experiencia visual de pararse dos minutos frente a este gran desierto iluminado.

Rock Shops de carretera

Si ninguna foto es capaz de transmitir las vistas, para eso están los artistas de rocas. Viajar en automóvil por el sur de Utah tiene el encanto de poder pararse en las rock shops esparcidas por la carretera, que ofrecen al viajero “donas, café y rocas”. Sugar rush y arenisca Navajo. Entre nuestro apretado itinerario, Zach (que siempre tiene prisa porque hay mucho que ver) nos permite entrar a un par de estas adorables tiendas para curiosear. Como cada roca de este desierto está hecha de lo mismo que sus montañas, al tallarla aparecen paisajes muy similares a los que uno ve a gran escala. Es una forma de ganarse la vida en Utah (otra vez, quiero cambiar de profesión), aunque siempre somos los únicos dentro de las tiendas. Todos salimos con piedras. Al final del viaje, mi maleta se compone de un solo atuendo de excursión y como 11 piedras, entre compradas y recogidas, de las cuales varias llegarían como arena a México.

Bryce Canyon National Park

Bryce es un imperio de la naturaleza. Los hoodoos (columnas irregulares de roca) existen en todos los continentes, pero aquí se encuentra la mayor concentración de la Tierra. Bryce parece una ciudad utópica de ciencia ficción, artificiosa, de interminables pilares de roca roja que el agua y el viento, a lo largo de millones de años de heladas y deshielos, tallaron en la meseta. Es difícil describir algo así. Todos, de nuevo, nos llenamos de interjecciones por no saber qué decir frente a lo que vemos desde uno de los miradores del parque, antes de tomar un sendero y adentrarnos en él. El cielo recorta de forma perfecta cada uno de los monolitos de piedra roja y blanca que la vista no alcanza a abarcar.

Allí tomamos el Navajo Trail, un sendero que baja, se adentra en el bosque y luego sube hacia un mirador especial para ver caer la tarde sobre las rocas, el cual se llama, evidentemente, Sunset. Debido a que el parque cubre una distancia vertical de más de 600 metros, abarca tres hábitats distintos: bosque de abetos, bosque de pino ponderosa y bosque de pino piñonero o enebro. Todos los transitas por este sendero. De pronto hace frío, luego viento, luego un calor difícil de soportar, ya de subida. Nos toma aproximadamente dos horas y media recorrer los bosques de piedra y, aunque la última parte es ardua, el asombro hace lo suyo de nuevo para quitarnos el cansancio del cuerpo.

Cenamos en un “buffet vaquero”, al que ya considero imprescindible si uno está en este lugar del mundo. Decenas de platillos típicos y reconfortantes, como meat loaf, pedazos gigantes de carne, puré de papa, barra de ensaladas, estofados… Al Cowboy Buffet and Steakhouse van a cenar los vaqueros y sus familias después de su jornada a la intemperie. Está ambientado con música country (Kenny Rogers, Hank Williams, Dolly Parton) y abundan las cervezas de barril. A un lado del restaurante, por si hacía falta, también venden piedras.

Un lugar abierto al cielo

De noche, muy noche, regresamos a Bryce Canyon para mirar las estrellas. Nos acostamos en unas bancas especiales a ver el cielo y nos acompañan unos venados.

Utah es un lugar obsesionado con el cielo. Un lugar abierto al cielo. La mayoría de los parques nacionales y estatales, incluso los sitios de glamping y algunas ciudades, tiene la certificación del International Dark Sky Places, que preserva y protege los cielos nocturnos de la contaminación lumínica. Todos están abiertos por las noches para promover esta actividad fundamental para el espíritu. Poder ver las estrellas aquí no es un lujo sino un derecho.

Best Western Plus Bryce Canyon Grand Hotel

Todo en Bryce tiene una irresistible cualidad vaquera. Y el hotel no es un Best Western cualquiera: se trata de una casona antigua de techos altos con vigas de madera, decorada al más puro estilo western, con todas las amenidades y desayuno incluido para recobrar fuerzas y explorar el Parque Nacional Bryce Canyon, a 10 minutos de ahí.

Zion

Hay algo ligero en Zion, sospecho que por el río Virgin, que lo atraviesa siempre sonoro, siempre en movimiento. Después de cinco días en el desierto, con los ojos llenos de rocas, de arena y de interminables superficies áridas, nos viene muy bien ver agua. En la topografía de Zion están las perpetuas montañas con su hermoso gigantismo, pero también hay árboles frondosos, cientos de venados y pájaros de agua.

Llegamos a Zion por la ruta escénica. Si nuestra camioneta ya se sentía pequeña por la escala de aquel mundo, aquí somos una hormiguita negra entre las formaciones tectónico-mitológicas de colores que se alzan sobre ella. Ojalá tuviéramos un techo transparente. Todos apretados contra las ventanas, cruzamos por el mirador panorámico Checkerboard Mesa y el túnel Zion Mt. Carmel (con enormes aperturas a los lados que enmarcan las vistas), y paramos rápido en Canyon Overlook Trail. Ésta es una caminata relativamente corta, de casi un kilómetro, imprescindible para ver el cañón desde arriba antes de recorrerlo. En Utah entendí algo sobre el orden óptimo de un itinerario en la naturaleza. O, en otras palabras, la importancia de ver el paisaje a lo lejos antes de ser parte de él. Ver Zion desde un mirador es como admirar una obra pictórica y después, al explorarlo, estar pintado dentro de ella, chiquitito como un árbol, de cara con la roca.

A la entrada del parque rentamos equipo en Zion Outfitters para poder caminar río adentro y no morir de hipotermia. Hay muchísimas opciones de trails para explorar Zion, pero ver las impresionantes paredes del cañón a la mitad de un río, sumergido hasta las rodillas y a veces hasta el pecho, es insuperable. Con cierta dificultad, nos pusimos los trajes de hule y tomamos un palo de madera que nos ayudaría a avanzar contra corriente sobre los guijarros. No sabemos qué nos espera, pero ya escuchamos el río Virgin a lo lejos.

Este trail se llama The Narrows y es la sección más estrecha del cañón en el Parque Nacional Zion, en la bifurcación norte del río Virgin y aguas arriba del cañón principal. Por lo atípico y extraordinario de una caminata en el agua, es una de las principales atracciones del parque y de la meseta de Colorado en general. Uno avanza por el desfiladero, con ayuda del palo, entre paredes de 300 metros de altura y el agua del Virgin, que parece imposiblemente turquesa y transparente. Yo la tomo con las manos, la bebo y me la echo en la cara, mientras mis compañeros se ríen. Creo que todos ya asumimos que el personaje en mí que visitó Utah es una niña que quiere saberlo y probarlo todo, y echarles agua a las cosas.

A pesar de su constante prisa (que entendemos después de ver lo que nos hubiéramos perdido de no apresurarnos), Zach se ha ganado el respeto del grupo por diseñar un itinerario tan especial. Visitamos grandes destinos turísticos, como Bryce y Zion, en un otoño fuera de serie, y también aquellos cañones pequeños y territorios bellísimos conocidos casi sólo por los locales. Un itinerario, con su orden perfecto “de mirador a excursión”, que volvería a hacer casi exactamente igual, pero con menos prisa. Me quedaría al menos un par de noches en cada lugar y visitaría todas las tiendas de rocas en mi camino. Creo que es la mejor manera de entender una cultura tan distinta a la nuestra: tan completamente orientada a las montañas, a los cielos, a lo que existe “allá afuera”.

El último hotel en el que nos quedamos (dormimos en uno distinto cada noche) resultó sin duda el más encantador: Cable Mountain Lodge, en Springdale, a prácticamente 50 metros de la entrada de Zion. La arquitectura en piedra de arts and crafts se remonta a los primeros días de la gran tradición de los parques nacionales y, si abres la puerta de la habitación tempranito en la mañana, las nubes bajan por la montaña detrás de los árboles y te reciben los venados que pasean por todas partes, como si supieran que el paraíso es suyo.

Viajero, si tienes la curiosidad y la suerte de ir a Zion, quédate aquí y cena en Switchback Grille: los mejores cortes de carne USDA Prime de Creekstone Farms, especiales para después de caminar por los desfiladeros a lo largo del río Virgin, agotado y feliz.

El sur de Utah tiene esa cualidad de animar una enorme e insaciable curiosidad en quien lo visita. Nadie se escapa de prestar atención al planeta como tal, a su pasado geológico, al lenguaje del tiempo sobre los paisajes. Visitar Utah es un ejercicio de mirar bien, y mirar es en gran medida un acto de verbalización. Me quedan los nombres de algunas montañas, el volcán Santa Clara, Dixie Land, los slot canyons y el Sugarloaf. Me queda la palabra alucinante y las ganas genuinas de, al menos, tomar un curso de geología o aprender a usar un microscopio.

Viajero, visita Utah.

Expedición nocturna en el navajo trail.
Expedición nocturna en el navajo trail.

next