Probablemente hemos abusado del término getaway dentro de la industria de la hospitalidad. Ahora todo puede ser un getaway weekend. Un fin de semana a escasos 45 minutos de la ciudad califica para ello. Una mañana de caminata por el bosque, aun sin salir de la periferia urbana, al parecer también. Pero poniéndonos muy estrictos y dándole al término la verdadera carga de placer, huida y desconexión que merece, les puedo prometer que he encontrado la quintaesencia de ello: el Rosewood Mandarina.
Y es que, cuando uno despierta sin alarma, con el sonido de los pájaros, y abre las cortinas para encontrarse con un paisaje en el que parece que la música de John Williams (el genio detrás de la musicalización de la película Jurassic Park y otras más) podría empezar a sonar en cualquier momento, sabe que está en el lugar correcto.

Bienvenidos al verdadero getaway. Eran las 6:45 de la mañana. Apenas se colaban los primeros rayos de sol entre las nubes y el piso seguía húmedo por la lluvia de la noche anterior. Gracias a esas lluvias, el follaje verde se desbordaba de los senderos del hotel y llegaba hasta lo más alto de las montañas que lo rodeaban. Me puse los tenis y seguí los caminos que poco a poco me alejaban del lobby del Rosewood y me acercaban al resto del complejo de Mandarina. Mi meta: el Club de Polo y Centro Ecuestre.
La humedad se hizo presente, pero aun así el trayecto matutino fue una maravilla. La inmensidad de las montañas contrastaba con el paisaje selvático y me esperaba un gran premio al final del camino: un grupo de caballos pura sangre pastando y corriendo frente a mí. Encontré mi favorito inmediatamente: Troya. Un caballo pinto que se acercó a saludar y que al día siguiente sería el que me llevaría en un recorrido por la propiedad, desde el Club de Polo hasta la playa. Me hubiera quedado horas ahí, pero había que volver para desayunar en el hotel. En cuanto llegué a La Cocina (uno de los cuatro restaurantes dentro de la oferta gastronómica del Rosewood), me senté en una de las mesas frente al mar, hundí los pies en la arena y disfruté un café recién hecho y un trío de sopes con salsa.

Lograr este escape (de todo y de todos) perfecto tomó casi una década de planificación y desarrollo, pero este santuario conformado exclusivamente por suites, en medio de la Riviera Nayarit y a lo largo de 300 kilómetros de costa del Pacífico mexicano, valió la pena la espera. Y es que se trata de un proyecto que logra algo poco común: tres ecosistemas distintos –selva, montaña y playa– dentro de un mismo resort y con suites que se extienden entre cada uno de ellos.
A mi pausa matutina le seguirían actividades varias: clases de surf, un circuito de tirolesas para sobrevolar la selva y algunos de los atardeceres más espectaculares que he visto en México. Para las tardes, hay que buscar una mesa en Buena Onda, un chiringuito muy bien logrado donde sirven comida española costera con vistas al Pacífico en un ambiente relajado. Y para curar el inevitable dolor de tener que volver a la realidad: un masaje en Asaya Spa, que forma parte del programa de bienestar integral de Rosewood. Aquí, uno sale de la cabina de masaje para encontrarse con un árbol de parota al centro de todo y que llena de misticismo el lugar. La despedida perfecta para redondear un fin de semana de un verdadero getaway.
