Qué le ocurre a tu cuerpo durante un vuelo y cómo llevarlo mejor

Volar pone a prueba nuestra adaptabilidad a los cambios. Pero con algunas recomendaciones éstos se pueden sobrellevar mejor.

06 Jul 2022

Nada como recorrer largas distancias en cuestión de horas. Sin embargo, este privilegio de la vida moderna tiene su costo: nuestro organismo debe vivir una serie de cambios y adaptaciones, tanto espaciales como temporales, entre muchos otros. Desde cambios de altitud y presión, hasta variaciones en la humedad ambiente y hasta desajustes del ritmo circadiano.

Mayor altitud, menor presión

Tener la posibilidad de volar a una altitud de 10,000 metros implica la adaptación del ambiente interno de la cabina. A esa altitud, la temperatura exterior suele rondar los-57 °C y la presión atmosférica es tan baja que el oxígeno se encuentra disperso en el aire, lo que dificulta que los pulmones puedan obtenerlo a través de la tráquea. Sin la presurización y ambientación de la cabina, un humano no podría vivir más que minutos.

La presurización es la inyección de aire comprimido dentro de la cabina, con lo cual el oxígeno se encuentra fácilmente disponible para respirar, como ocurre a una altitud “normal” en la tierra (equivalente a la de una altitud de 2,100 y 2,500 metros). Simultáneamente, se regulan la temperatura y a humedad dentro de la cabina para evitar la deshidratación (ya que se trata de un ambiente cerrado y artificialmente ventilado) y el frío extremo del exterior.

Algunos aviones, como el Boeing 787 Dreamliner, cuentan con tecnologías que mejoran en cierto grado las molestias causadas por este ambiente artificial: para empezar, posee una presurización equivalente a un altura de 1828 metros, lo que implica un 8% más de oxígeno disponible en la cabina.

Por otro lado, la humedad ambiente dentro de la cabina de la mayoría de los aviones comerciales oscila entre los 10 y 20% (algo muy bajo, que se traduce en resequedad de la piel y mucosas), mientras que en el Dreamliner ese porcentaje es ligeramente más elevado, lo que ayuda a tolerar mejor los viajes largos.

Soluciones:

  • Por lo general, tanto si procedes de un sitio a nivel del mar o con una altitud por encima de los 2,000 metros (como la Ciudad de México), y no tienes problemas respiratorios (asma, EPOC) o cardíacos, la diferencia en la oxigenación en la cabina será imperceptible.
  • Para quienes tienen algunos de esos padecimientos, es recomendable que viajen con oxímetro para controlar su nivel de oxigenación y ver si requieren usar oxígeno adicional (que deberían llevar y presentar, con un certificado médico, a la hora de viajar).
  • También es importante que estas personas consideren que un movimiento tan común y leve, como el de levantarse para ir al baño, supondrá una baja en su oxigenación corporal. Si bien es importante mantenerse ligeramente activo para evitar el riesgo de trombosis, se puede recurrir también al uso de medias elásticas de compresión graduada, mover pies y tobillos sentado en su lugar y mantenerse hidratado con agua para facilitar la circulación.
  • Para prevenir la deshidratación en la piel, conviene llevar agua en pulverizador y crema humectante. Si usas lentes de contacto, es recomendable no llevarlos puestos en el vuelo y optar por los lentes tradicionales. También es importante beber al menos dos litros de agua y preferir las infusiones y bebidas sin alcohol, ya que el café y las bebidas alcohólicas deshidratan el cuerpo.

Cambios de presión y dolor de oídos

Tanto durante el despegue como el aterrizaje en nuestros oídos ocurre un efecto de cambio de presión que genera no sólo que se tapen, sino también dolor. En el caso de los niños y bebés, suele ser aún más complicado, ya que no entienden lo que está ocurriendo en sus cuerpos que les causa semejante molestia ni cómo resolverlo.

Solución:

  • Para los adultos, basta simplemente con bostezar, masticar, beber agua o hacer la maniobra de Valsalva, que consiste simplemente en inhalar por la nariz y con la boca cerrada y la nariz tapada con los dedos, hacer fuerza como para expulsar el aire sin dejarlo salir (esta maniobra es infalible).
  • En el caso de bebés y niños menores de tres años, basta con darles leche o agua en biberón, ya que la succión permitirá que se descomprima el aire que ha quedado bloqueado en los oídos. También se les puede ofrecer un chupón, que tendrá el mismo efecto.

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