Vancouver al natural

Hace 12 años vivo en Vancouver y aún me maravillo cuando me detengo y admiro lo que puedo encontrar, como dicen aquí, “in my own yard”

11 Sep 2017

Mi ciudad adoptiva es famosa por la calidad de vida que ofrece a sus habitantes, por su diversidad cultural y por su clima benévolo; esto la ha convertido en uno de los principales destinos turísticos canadienses y es lo que, entre otras cosas, me atrajo a ella. Aquí, el deporte de aventura y la vida cosmopolita se mezclan: lo mismo puedes disfrutar de un centro de esquí que de una galería de arte contemporáneo. Sin embargo, Vancouver tiene algo mejor que ofrecer: un entorno natural único.

Más allá de las paradas obligatorias que cualquier guía turística menciona y que vale la pena visitar —recorrer Stanley Park en bicicleta, visitar los jardines botánicos y el emblemático puente colgante de Capilano—, ésta es una selección de mis cinco espacios naturales favoritos, los menos obvios y que ofrecen, además, un sabor local.

1 Deep Cove y el fiordo Indian Arm, North Vancouver

A sólo 13 kilómetros del centro de la ciudad se encuentra una pequeña bahía al pie del monte Seymour y de frente al fiordo Indian Arm. Deep Cove, o “The Cove” como cariñosamente lo llaman sus habitantes, reúne bajo su dominio el bosque, la montaña y el mar; y es un imperdible para quien viene a Vancouver por pocos días.

Conviene salir temprano para pasar el centro sin mucho tráfico, atravesar Stanley Park y cruzar el puente Lions Gate (en sí un espectáculo memorable) para aprovechar el día en Deep Cove, en la orilla norte. Nuestro punto de llegada siempre es a Panorama Park, aunque no siempre es fácil encontrar estacionamiento aquí.

Es mejor manejar hacia Rockcliff Road, estacionar el coche allá y caminar cinco minutos hasta el parque, que es el punto de partida para todas las actividades.

En la década de 1910, Deep Cove atrajo a los habitantes de Vancouver como un lugar de veraneo, y poco a poco se fue convirtiendo en una zona residencial para quienes deseaban escapar de la vida de ciudad, pero a la vez estar cerca de la civilización.

Gracias a su magnífico escenario natural y a su carácter tan especial de pequeña comunidad, hoy Deep Cove es también un punto clave para los amantes de las actividades al aire libre: kayak, canotaje y stand up paddleboard (sup), o simplemente para hacer un día de campo en la playa y disfrutar de la vista frente a la marina. Para quienes gustan del senderismo, Quarry Rock es un recorrido muy popular y su ascenso relativamente fácil recompensa con una vista panorámica espectacular de Indian Arm.

Nuestra actividad favorita es rentar canoas o kayaks por un par de horas, ya que la mejor manera de disfrutar Deep Cove es desde el agua. Pocas experiencias se comparan con adentrarse en kayak por las aguas tranquilas y silenciosas del fiordo —inmutables como un espejo— y escuchar el ruido del remo cortando el agua. Hay algo mágico en ver las montañas a ambos lados del fiordo, el agua es tan clara que junto a la orilla se pueden ver estrellas de mar —anaranjadas, violetas y blancas— sobre las rocas y de vez en cuando la cabeza de una foca curiosa asomándose. En un par de horas (aun remando a mi mal ritmo), nos da tiempo de llegar hasta Raccoon Island —un chipotito de tierra—, y ahí descansar un rato antes de regresar a entregar el equipo y comer.

Frente a la marina en Panorama Park hay un área de juegos con mesas y una vasta extensión de pasto perfecto para un día de campo. Sobre la calle principal encuentras varias opciones para comer, desde una sencilla pizza de horno de leña en bancas compartidas hasta lo mejor de la comida del Pacífico noroeste en Arms Reach Bistro, el cual ha ganado varios premios, incluyendo el Golden Plate al mejor restaurante de la costa norte.

El día no termina sin un paseo por la tranquila calle Gallant, que invita a recorrerla de arriba abajo y visitar su pequeña galería de arte y sus boutiques que ofrecen objetos de diseño y joyería de artistas locales. Por último, siempre cerramos el día con un helado en Gelato Express antes de regresar a casa.

2 Parque Lynn Canyon

Lynn Canyon es, en definitiva, una visita memorable y uno de los primeros secretos que los locales nos compartieron cuando llegamos. En ese entonces, el puente colgante de Capilano estaba fuera de nuestras posibilidades económicas, hasta que nos dijeron una clave: “En Lynn Canyon hay otro puente colgante, ¡y es gratis!”.

Si bien el puente de Capilano gana en grandeza y majestuosidad, el de Lynn Canyon gana en escenario natural: no hay camiones llenos de turistas ni gente monopolizando el puente para tomar la selfie (por cierto, dato curioso, en Capilano están prohibidos los palos para selfies). Lynn Canyon es, en cambio, un santuario de la flora de Columbia Británica, y las cascadas Twin Falls le añaden plusvalía al paseo. Conforme dejamos atrás la huella de la civilización y nos adentramos en el frondoso bosque de pinos y helechos, los sentidos se exaltan invitándonos a vivir de lleno la experiencia del entorno tan característico de la costa del Pacífico noroeste.

El puente de 40 metros de largo atraviesa el arroyo Lynn Creek, y desde sus 50 metros de altura el panorama es, sin duda, imponente. El arroyo serpentea formando albercas naturales de agua cristalina, aunque helada. Las albercas pueden parecer un punto atractivo para nadar y lanzarse de clavado desde las rocas que las rodean, pero, cuidado: aunque en algunas está permitido nadar, hay otras en donde las corrientes ocultas sumadas al agua a tan baja temperatura han ocasionado varias muertes por hipotermia y ahogamiento. Por eso, siempre hay que respetar las señalizaciones.

Deep Cove y Lynn Canyon Park se comunican mediante un tramo de 12 kilómetros del sendero Baden Powell (mismo que atraviesa todo North Vancouver a lo largo de 41 kilómetros, y que puede ser un recorrido muy interesante para quienes les gusta el senderismo). También, un poco más al norte, está el circuito Lynn Loop, dentro del Parque Regional Headwaters, que corta a través del bosque y regresa siguiendo el arroyo. Es una caminata de cinco kilómetros —ida y vuelta— que toma aproximadamente una hora y media.

Al terminar cualquier recorrido, uno, por lo general, siente hambre. La idea de un picnic siempre es aceptable, pero también se puede comer en la cafetería a la entrada de Lynn Canyon. La estructura de vidrio y madera de este espacio moderno va en perfecta armonía con el bosque, pero las opciones del menú son limitadas, por lo que recomendaría hacer la visita en la mañana y después comer en Deep Cove o en algún restaurante de la costa norte.

3 La isla Bowen

Esta pequeña isla de 52 kilómetros cuadrados hace honor a su lema “Within Reach. Beyond Comparison”, tan cerca de la ciudad y a la vez un mundo completamente aparte. Es la isla más accesible desde Vancouver, saliendo en taxi de agua desde False Creek en el centro de la ciudad se llega en 30 minutos, o bien se puede salir en ferry desde Horseshoe Bay al noroeste de Vancouver. La calma y la tranquilidad de Bowen hacen que sea el lugar perfecto para ir y volver en un día y sentirse completamente renovado.

El paseo de 20 minutos en ferry es ya parte de la aventura. Una vez estacionado el coche dentro (siguiendo una impecable logística del personal de BC Ferries), subimos a la zona de pasajeros y salimos a cubierta a disfrutar del paisaje. No hemos perdido de vista Horseshoe Bay cuando ya vislumbramos la orilla de Bowen.

Con menos de 3 500 habitantes, la isla tiene una atmósfera relajada y un verdadero sentido comunitario que celebra su cultura e historia. Bowen es conocida como refugio de artistas y artesanos, joyeros y escritores, lo que la convierte en la cuarta comunidad de Canadá con más artistas per cápita. No es de extrañarse, es un lugar que invita a la introspección. Su ritmo sosegado, el aire limpio y el olor a bosque nos obligan a detenernos a mirar, dejando que la creatividad fluya y olvidándonos de todo lo demás.

Bowen es, principalmente, un lugar residencial, ya sea de fin de semana, de gente retirada o de quien busca un lugar tranquilo para vivir. Esto hace que haya muchas ofertas para rentar casas particulares por unos días, una muy buena opción en alojamiento para quien busca algo económico y alejado, pero recomiendo hacer las reservaciones con muchísima anterioridad, pues en cuanto se termina el invierno todos los vancouveritas tendrán la misma idea de pasar los días de sol en la isla.

La mejor manera de explorar las bahías escondidas de Bowen es rentando un kayak o un paddleboard durante la temporada que va de abril a octubre, o se puede recorrer en bicicleta de montaña el monte Gardner o la orilla del lago Killarney. Siendo un lugar con tan pocos habitantes, Bowen tiene, sorprendentemente, muchas opciones para comer. Nuestro lugar preferido es el Doc Morgan’s Pub, que está cerca de la marina.

4 Isla Galiano

No podría dejar fuera de esta lista de rincones inolvidables a la isla Galiano, una de las mejores vistas del golfo situada entre la isla de Vancouver y la costa pacífica de Columbia Británica.

Desde que llegamos a vivir a Canadá, cada año vamos de campamento. Tengo la fortuna de estar casada con un hombre que fue boy scout toda su infancia, por lo que ir de campamento es una experiencia muy fácil (al menos para mí) y muy disfrutable. Jaime tiene todas las habilidades que se requieren para montar un campamento, cocinar con recursos limitados y hacer otros menesteres, como colgar toldos y hamacas.

Nos llevó un poco de tiempo descubrir Galiano y declararlo nuestro destino anual de campamento. Pasamos un par de años yendo al valle de Okanagan, al este de Vancouver, un lugar maravilloso, sin duda, ideal para quienes disfrutan del sol y el paisaje del desierto. Pero, para nosotros, el campamento ideal incluye bosque y un poquitín de frío en las mañanas, el suficiente para tomar el café bien arropados.

Cada año vamos a la isla el último fin de semana de agosto, cuando todavía hace calor, pero no demasiado. Un viaje de 55 minutos en ferry desde Tsawwassen, al sur de Vancouver, es el inicio de esta memorable escapada de fin de semana. Es recomendable reservar boletos en el ferry y llegar con los 45 minutos de anticipación que requieren para garantizar el lugar. Sé que esperar 45 minutos para abordar suena terrible, pero la terminal de Tsawwassen tiene un área con baños, cafetería y juegos para niños que hacen la espera más llevadera. Una vez en el barco, siempre salimos a cubierta a disfrutar la vista que —a pesar del viento— es preciosa, sobre todo al aproximarnos a Galiano y ver de lejos el pequeño puerto de Sturdies Bay recibiéndonos.

Para los que no son de acampar, o no viajan con su equipo de campismo y no les gusta la idea de dormir en un sleeping bag prestado, Galiano tiene opciones para todos los gustos y presupuestos, desde alojamiento en rústicas cabañas y pintorescos B&B hasta resorts de lujo.

Aunque cada vez que vamos juramos que el año siguiente reservaremos temprano una cabaña, la verdad es que nos encanta acampar en Montague Harbour Marine Provincial Park. Se trata de un parque con 28 espacios individuales para montar la tienda sobre tarimas de madera (¡olvídate de dormir con una piedra encajándose en el riñón!), además, la ubicación de cada espacio está diseñada para darles a las personas bastante privacidad.

Una vez montado el campamento, es momento de sentarse y descansar, mirar alrededor y disfrutar lo que está por venir. Nuestra tienda de campaña suele estar bajo un techo de pinos enormes donde se escuchan los pájaros carpinteros y cuervos que habitan en sus ramas; a unos pasos está la laguna, al poniente, la playa, y al este, la marina. Águilas, halcones peregrinos, venados, focas, nutrias y castores son otros de los habitantes naturales de la isla, y, por si fuera poco, ésta es una de las rutas de alimentación que siguen las orcas que frecuentan las aguas de Active Pass, en el extremo sur de Galiano.

Los sábados es usualmente día de excursión, ya sea hacer un poco de senderismo alrededor de la península Grey o salir a dar una vuelta en kayak. Como es de esperarse en un paisaje de la costa noroeste del Pacífico, las playas de conchas blancas y los bosques de abetos y madroños contribuyen a una atmósfera casi mística. Al atardecer, los campistas comienzan a dirigirse a la playa. Van tomando su lugar en la arena, anticipando el espectáculo del sol que se esconde detrás del mar, recortando los mástiles de los veleros anclados. Antes de que oscurezca, poco a poco, todos regresamos a nuestros campamentos, y se siente en el aire el aroma de los asadores preparando la carne para la cena.

Las noches en el campamento solían tener a los niños sentados alrededor de la fogata, escuchando historias y comiendo s’mores (un pedazo de chocolate y un malvavisco asado hechos sándwich entre dos galletas, un verdadero manjar), pero, desafortunadamente, con motivo de los incendios forestales en años recientes, las fogatas están prohibidas, incluso dentro de los espacios designados. Aun sin fogatas, las noches son mágicas para los niños. El diminuto centro ecológico del muelle ofrece cada sábado un espectáculo para observar los peces y otras criaturas marinas que salen a la superficie en la noche.

El domingo llega y con ello el final de la minivacación. Es hora de recoger el campamento después de desayunar y tomar el ferry del mediodía. Por alguna razón, guardar todo siempre es más difícil que sacarlo. Los niños, que ya para este punto olvidaron completamente la televisión y las tablets, aprovechan los últimos momentos para correr, jugar con palos y piedras, y, si es acaso posible, llenarse más de tierra. Una vez cargado el coche, nuevamente hay que formarse 45 minutos para hacer fila antes de la salida del ferry. Para matar el hambre mientras esperamos, en la rústica terminal hay un par de cafés, una heladería y un restaurante móvil: un camión que sirve fideos estilo tailandés.

Conforme el ferry va dejando atrás la marina de Galiano, nos despedimos de la isla y de los días cálidos. Los niños se van con la carita llena de mugre y el corazón rebosante, listos para enfrentar el regreso a clases y preparándose para la llegada del frío.

5 Squamish y el Stawamus Chief

En esta lista de lugares predilectos están los que han sido entrañables desde el principio y las más recientes adquisiciones. Los que fueron amor a primera vista y los que aprendimos a querer. Éste es el caso de Squamish, un lugar que desde el inicio conocimos, pero —aunque me dé pena decirlo— no aprendí a apreciar sino hasta hace muy poco.

Squamish está entre Vancouver y Whistler. Habíamos pasado por ahí rumbo a Whistler y Alice Lake y, por supuesto, nos habíamos detenido a admirar The Stawamus Chief, el segundo monolito de granito más grande del mundo; sus 700 metros de altura atraen año con año a escaladores de todos los rincones del planeta. Squamish es, además, el destino por excelencia para practicar infinidad de actividades al aire libre durante cualquier temporada del año: desde esquí en invierno hasta bicicleta de montaña, windsurf y kitesurfing en los meses más cálidos. Pero la verdad es que, como no soy muy hábil para ninguna de estas actividades, me olvidé de Squamish por mucho tiempo y se convirtió en un lugar de paso nada más. Hasta hace poco que alguien me recomendó la góndola Sea to Sky, inaugurada apenas en 2014 y perfecta para cualquier visitante, sin importar cuál sea su edad ni sus habilidades atléticas.

El día en que tenía la reservación para la góndola amaneció nublado y yo con gripa, y estuve a punto de cancelar la visita, pero decidí seguir adelante con el plan y ¡me alegro de haberlo hecho! Después de dejar a los niños en la escuela, mi esposo y yo nos dirigimos hacia Squamish tomando la carretera Sea to Sky, merecidamente catalogada como una de las rutas costeras más escénicas de Norteamérica. A un lado, la montaña rocosa que se interrumpe de vez en cuando por pequeñas cascadas; al otro lado, el mar, tranquilo y apacible como un lago.

Llegamos a la base de la góndola y abordamos nuestra unidad verde brillante, emprendiendo el ascenso entre el imponente Chief y las cascadas Shannon Falls.

Tras diez minutos recorriendo 1 920 metros, la espectacular jornada aérea en góndola culmina con una enorme plataforma de madera de más de 450 metros cuadrados. Abajo queda el Chief, reservado y modesto en comparación con nuestra nueva altura a 850 metros sobre el nivel del mar. Inmediatamente mis pulmones se abren, el malestar desaparece y puedo volver a respirar. La vista es estremecedora: a nuestros pies el Chief y los fiordos de Howe Sound; las montañas nevadas y los glaciares, atrás, y el bosque en infinidad de tonalidades en verde rodeándonos. Sabiendo que además Squamish es santuario de águilas calvas, no dejamos de mirar alrededor buscando una.

La plataforma más grande, The Summit, es a donde llegan las góndolas. Desde su amplia terraza la vista es sobrecogedora: el mar, las cascadas y las montañas. Cruzando un puente colgante se llega a otra pequeña plataforma, el punto de partida para varias opciones de caminata y otros miradores. Vale la pena caminar el sendero Panorama hasta el mirador The Chief, una plataforma estrecha que mira al poniente y a la parte posterior del monolito.

Cuando nos despedimos de este extraordinario mirador empezaba llover, ese chipi-chipi tan característico de aquí, tan ligero que realmente no impide pasear. Incluso en un día con lluvia, la experiencia del mirador es grande: ver las nubes a nuestros pies, ir bajando en la góndola, metiéndonos entre las nubes.

Al llegar abajo decidimos ir a comer al pueblo de Squamish y conocer la microcervecería Howe Sound. Nos alegramos por nuestra elección, los muebles rústicos de madera y la chimenea de piedra hicieron que este lugar fuera perfecto para resguardarnos mientras la lluvia arreciaba afuera. No pude resistir probar la sopa de pale ale con queso cheddar, una verdadera delicia. A través del ventanal veíamos la pared para escalar The Chief, no muy concurrida ese día por el mal clima. The Chief se erguía, otra vez majestuoso frente a nosotros, vigilando el valle de Squamish.

Manejamos de regreso a Vancouver por el camino serpenteante de la Sea to Sky, bajo la lluvia, oliendo a tierra mojada y con los ojos bien abiertos buscando venados y águilas. Celebrando la belleza natural de Columbia Británica, y haciéndome a mí misma la promesa de no perder nunca la capacidad de admiración.

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