En el corazón del estado del centro de México, a unos pasos de la ciudad de Puebla, existe un pueblo que parece sacado de un mapa europeo olvidado: Chipilo. Contra toda probabilidad y lógica, aquí se respira una herencia cultural que desafía el paso del tiempo y las fronteras. Pues se trata de un pueblo italiano en medio de México.
No es ninguna coincidencia. Chipilo fue fundado en 1882 por un grupo de familias italianas provenientes de la región del Véneto —especialmente del pequeño municipio de Segusino y sus alrededores en las provincias de Treviso y Belluno—. Nació como parte de un proyecto de colonización impulsado por el gobierno mexicano de Porfirio Díaz para atraer campesinos europeos y modernizar la agricultura.

Veneto chipileño: una lengua única
Pero, lo que hace verdaderamente único a Chipilo no es solo su origen, sino la forma en que ha conservado su lengua. Mientras que en otras comunidades de emigrantes las generaciones posteriores terminan adoptando el idioma del lugar que los acogió, en Chipilo el dialecto veneciano —conocido como veneto chipileño— sigue siendo lo cotidiano de la comunidad.
Al caminar por sus calles empedradas se escucha a niños jugar y conversar en un italiano que suena a música familiar. Este veneto chipileño, aunque emparentado con las variantes del norte de Italia, ha evolucionado con el tiempo e incluso incorpora palabras de náhuatl y español, creando un puente lingüístico tan fascinante como auténtico.

El pequeño pueblo de Chipilo — de unos 4,500 habitantes— las trattorías comparten espacio con fondas tradicionales y los apellidos como Berra, Dossetti, Colombo o Carnelli se repiten generación tras generación. La comunidad conserva con orgullo sus raíces: desde las festividades tradicionales italianas como La Befana, hasta deportes como las bochas (bocce), pasando por una gastronomía que fusiona quesos artesanales, pizzas y embutidos al estilo europeo con ingredientes del valle poblano.
Pero no todo es un viaje en el tiempo: Chipilo hoy enfrenta retos modernos. La expansión urbana de Puebla amenaza con absorber su paisaje agrícola y las nuevas generaciones, cada vez más expuestas al mundo exterior, hablan español con mayor fluidez, lo que pone en entredicho la continuidad del veneto chipileño.