En San Francisco hay más arte mexicano del que imaginas

El área de la Bahía de San Francisco es de las más ricas en historia artística e intercambio cultural con México.

28 Mar 2022

Foto: Diego Berruecos

Away in the lovable west.

— G.M. Hopkins, El naufragio del Deutschland

1. La república del oso en la bahía

El poeta norteamericano Charles Olson comienza su ensayo sobre la novela Moby Dick, de Herman Melville, señalando que el espacio es el hecho fundamental de Estados Unidos. Y la geografía de California es su occidente: the West Coast, de Los Ángeles a San Francisco, y de Lake Tahoe a Joshua Tree.

La región conocida como el Área de la Bahía incluye, entre otras ciudades, las de Berkeley, Oakland y San Francisco. Asimismo, está rodeada al sur por Silicon Valley y la ciudad de San José, y al norte por los condados vinicultores de Napa y Sonoma.

Lejos de Ciudad de México, durante siglos la metrópoli colonial que habría de encabezar la ocupación de los territorios ohlone (Amah, Muwekma), además de haber construido, en colaboración con la orden franciscana, una columna de 21 misiones bordeando la costa del océano Pacífico, de sur a norte. Entre ellas, la de San Francisco de Asís, asentamiento original de la actual capital mundial de la tecnología. Aunque no fue sino hasta 1849 cuando comenzó la fiebre del oro y con ella el dinamismo que hoy persiste y caracteriza a la ciudad de San Francisco.

Desde aquel año comienzan a llegar olas de buscadores, aventureros y criminales de toda raigambre, en una expansión constante que no ha cesado desde entonces, incluyendo la última cresta de emprendedores y empresas de tecnología, sobre todo con el talento proveniente de países como India y China.

Naufus Ramírez Figueroa, “Guardian 2” (2018). “The Missing Circle”, curada por Magalí Arriola de KADIST. Foto: Jeff Warrin, KADIST Collection

Esta plural y compleja cristalización de intereses migrantes que dio origen a la región de San Francisco sigue presente en expresiones que aún palpitan en la cultura que caracteriza sus barrios y su gente: la herencia histórica en Chinatown, Mission y Japantown.

El impulso de la arquitectura moderna en el distrito financiero, en el centro de la ciudad, o las expresiones de la cultura gay en el distrito de Castro (al que representó con dignidad Harvey Milk) o el legado del movimiento hippie y contracultural en Haight-Ashbury.

Pero también, hay que decirlo, el Área de la Bahía es un lugar donde perdura la memoria de los migrantes chinos sometidos a la ambición de los buscadores de oro o la expulsión forzada de la población japonesa a campamentos del gobierno federal (entre ellas la artista Ruth Asawa), incluso de las personas sin hogar que viven al día en las calles actualmente.

Y a pesar de que Oscar Wilde pasó un par de semanas de visita por la región a finales del siglo XIX, que Gertrude Stein creció en la ciudad de Oakland, que Ambrose Bierce escribió y ejerció el periodismo para periódicos propiedad de William Randolph Hearst (antes de desaparecer en compañía del ejército villista en el norte de México), no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que se gestó el comienzo del presente, o de la actual fisonomía cultural que aún se respira en primer plano y se comparte a partir de una sensibilidad particular de la costa oeste.

Porque fue en la década de los años cincuenta del siglo pasado cuando surgió una constelación de escritores, artistas y bohemios que capturó e interpretó al mismo tiempo el momento histórico de manera tal que cambió para siempre la geografía cultural de la región y del país entero.

En la década de la posguerra comenzaron los conciertos de jazz en la calle Fillmore, en el poniente de la ciudad, por donde pasaron nombres como los de Miles Davis, Dexter Gordon, Dizzy Gillespie, Ella Fitzgerald y John Coltrane, en cuya memoria se erigió en 1969 una iglesia que sigue la espiritualidad de su música y lleva el nombre de St. John Coltrane Church, en la calle Turk.

Este espíritu ha sobrevivido en las novelas de Jack Kerouac y en las cartas de Diane de Prima, en una matriz de gestos y apuestas existenciales interconectadas en medio de una comunidad de artistas quienes, con el tiempo, se han convertido en un fenómeno de larga duración que encuentra derivas en vertientes de la vida de la ciudad.

Las lecturas de poesía en el barrio de migrantes italianos de North Beach, por ejemplo, donde todavía hay vestigios como el Café Trieste (su africano en vaso de leche es mejor que cualquier café latte de la ciudad), y donde un joven Francis Ford Coppola escribió el guion de la película El padrino.

Por otro lado, sobrevive la librería y editorial City Lights, fundada por el poeta Lawrence Ferlinghetti, con miles de libros de literatura curados por libreros de oficio y un segundo piso dedicado enteramente a libros de poesía, una rareza en un mundo donde las editoriales inundan el mundo con novelas.

La librería, por cierto, da al callejón Jack Kerouac (repleto de grafitis y un mural dedicado al movimiento zapatista mexicano), donde también se encuentra el café Vesubio, célebre por ser uno de los lugares de reunión de la generación Beat. En la misma calle Columbus, pero en la banqueta de enfrente, está Specs’ Twelve Adler Museum Café —o Specs—, en el que, además de no tener una televisión en ninguna pared del bar, y hasta antes de morir recientemente, uno podía encontrarse al poeta marxista Jack Hirshman recitando a todo pulmón “El halcón”, de Gerard Manley Hopkins, o defendiendo sus traducciones juveniles de Vladímir Mayakovski.

“Model for Solo House”, Cretas, España (2013-15). Instalación, SFMOMA. Foto: Katherine Du Tiel

Asimismo, el ímpetu del San Francisco Renaissance fue más allá de las artes y también confluyó en corrientes contraculturales de orden político en contra de la guerra en Vietnam, en la ciudad de Berkeley, en sintonía con el movimiento afroamericano de los Black Panthers contra los abusos del capitalismo y la brutalidad policíaca, fundado en la ciudad de Oakland por Huey Newton y Bobby Seale.

Pero también en el redescubrimiento de una nueva relación con la naturaleza y el sentido de las comunidades en contextos urbanos en torno a temas como la igualdad, el racismo y la discriminación sexual.

Alrededor de la bahía hay senderos para realizar caminatas, caminos para practicar el alpinismo, rutas para andar en bici de montaña, clubes de nadadores y una red de defensores de las tierras públicas que permite el acceso público y gratuito a magníficos espacios naturales.

A escasos metros de la caída del arco norte del Golden Gate Bridge está el bosque John Muir, en el condado de Marin, en cuyo centro hay un magnífico claro de bosque con secuoyas centenarias en las faldas del monte Tamalpais. Este paisaje, dicho sea de paso, fue fundamental en el desarrollo del budismo en California y el resto del mundo. Y es que en una cabaña (hoy abandonada) de estos bosques montañosos fue donde Allan Watts, con un grupo de amigos y rebeldes antiestablishment,comenzó el estudio y la divulgación de tradiciones espirituales que antes eran prácticamente desconocidas.

2. Los reyes de Montgomery: Diego Rivera y Frida Kahlo

Y si bien la cultura del Área de la Bahía se enriqueció y revitalizó gracias al empuje de las migraciones negras del sur de Estados Unidos para trabajar en los astilleros del ejército y la marina, también migraciones del otro sur, desde México, han sido cabalmente tonificantes para su vida cultural.

Uno de estos impulsos acabó en el camino que llevó a que Diego Rivera y Frida Kahlo se mudaran a San Francisco, para que el pintor pudiera terminar dos murales que le habían sido comisionados. La idea permitía, por un lado, revitalizar a la comunidad artística de la región con la presencia del artista mexicano y, por otro, impulsar el movimiento muralista localmente, sobre todo en el año de 1930, cuando la memoria de la caída de la bolsa y los estragos que causó era todavía reciente.

El domicilio de la pareja fue en el número 716 de la calle Montgomery, cerca del barrio italiano de North Beach y del Barrio Chino, donde décadas después habría de nacer la leyenda de Bruce Lee. Hoy, las ventas de legumbres o frutos en las calles de este barrio se llevan a cabo en una variedad del cantonés originaria de la población de Taishan, en el sur de China.

En la correspondencia con su familia, Kahlo menciona que los cohetes tronantes en el Barrio Chino durante la celebración del año nuevo le recordaron a los que tronaban en Ciudad de México. Y en un jardín en la ciudad de Santa Rosa, una hora al norte, la pintora tuvo una epifanía ante las innovaciones del horticultor Luther Burbank, y a partir de la cual comienza a gestar su vocabulario pictórico, que perfeccionó con el paso del tiempo.

Después de seis meses de estancia, la pareja regresó a México y solamente 10 años más tarde emprendieron otro retorno efímero para vivir en un domicilio junto a una casa diseñada por el arquitecto Richard Neutra, a unos cuantos pasos de la Coit Tower.

Diego Rivera pintó tres murales en la ciudad de San Francisco. El primero de ellos, California Allegory (1930), ocupa las paredes y el techo de unas escaleras entre los pisos 10 y 11 de un edificio art déco del distrito financiero.

El segundo, The Making of a Fresco Showing the Building of a City (1931), fue comisionado por el San Francisco Art Institute y se encuentra abierto al público, en un patio que da entrada al resto de las instalaciones de la escuela de arte.

La tercera obra mural se titula The Pan American Unity (1940) y su itinerario peripatético es en sí mismo testimonio de esa unidad ideal a la que aspira en su título. Fue el último mural que Rivera pintó en Estados Unidos y ha encontrado un espacio temporal en una esquina del museo SFMOMA, que da a la Calle Tercera en el centro de la ciudad.

Foto: Rigo de la Rocha

Parte de este diálogo transcontinental que entrevió Diego Rivera permanece en algunas de las exhibiciones que comparten actualmente el SFMOMA con el mural. La primera y más destacada es Unstable Presence, con esculturas, instalaciones o “antimonumentos”, como los llama el artista Rafael Lozano-Hemmer, en una suerte de retrospectiva de media carrera de la obra del artista nacido en Ciudad de México.

En el séptimo y último piso del museo se encuentra 33 Questions per Minute (2000), la cual opera con base en un algoritmo que genera casi cinco billones de preguntas, a un ritmo de treinta y tres por minuto. En una de las 21 pantallas rectangulares de LCD cableadas sobre la pared se puede leer, por ejemplo, “¿Dónde se excomulgó el esperpento?”.

En Call on Water (2016), una serie de atomizadores ultrasónicos debajo de una plancha de agua produce humo que en el aire forma palabras de poemas escritos por Octavio Paz. Un código controla el mecanismo con el cual el agua se convierte en humo y que, al disiparse, se esparce para desaparecer en el aire como los anillos que hace el fumador al jugar con el humo de su cigarrillo.

Y en el mismo SFMOMA también es posible visitar Tatiana Bilbao Estudio: Architecture from Outside In, una aproximación metodológica al trabajo de la arquitecta mexicana y su estudio, que desde 2004 han buscado diseñar soluciones urbanas inclusivas.

Al final de la exhibición se incluye una descripción de un proyecto en el barrio de Hunters Point, en la periferia de San Francisco y donde vive una parte importante de la —decreciente— comunidad afroamericana, que durante décadas ha sido afectada por el descuido ambiental, para lo cual el estudio mexicano se encuentra desarrollando un plan maestro con un enfoque de participación comunitaria para el proyecto.

Y si bien es cierto que este museo posee la colección más grande de arte contemporáneo en el Área de la Bahía, en el centro de la ciudad hay diferentes museos, galerías y centros culturales.

Rafael Lozano-Hemmer, “Call on Water”, 2016. Instalación, San Francisco Museum of Modern Art. Foto: Katherine Du Tiel

Cruzando la calle frente al SFMOMA se encuentra el Yerba Buena Center for the Arts (YBCA), el cual brinda a sus visitantes una oferta a partir de un enfoque multidisciplinario, con especial atención a propuestas emergentes, además de contar con un foro para la presentación de videos multimedia, danza y performance. A un costado, en contraesquina, está el Museo de la Diáspora Africana (MOAD), que no solamente se concentra en la obra de artistas afroamericanos, sino en la reflexión crítica del legado histórico de las migraciones africanas en California y Estados Unidos.

Enfrente del Parque Yerba Buena está el domicilio del Museo Contemporáneo Judío, el cual fue diseñado por el arquitecto polaco Daniel Libeskind y se caracteriza por ofrecer programas que mantienen un diálogo constante con diversas expresiones culturales. Y aunque en el centro de la ciudad predominan los edificios de oficinas, hay también varias galerías, entre las que destacan Berggruen, por su selección de artistas californianos, y Crown Point Press, por su destacada librería en el sótano y talleres de impresión abiertos al público.

3. El destino de una biblioteca mexicana

En el museo Legion of Honor se presenta Borderless: Artist’s Books, del artista mexicano Enrique Chagoya. El trabajo gráfico de Chagoya comienza con una visión de la ciudad azteca de Tenochtitlan, pero vista desde una cultura visual posmoderna y con una lectura crítica del legado del imperialismo estadounidense en su frontera sur.

Artista gráfico, diseñador, ilustrador, editor, impresor cuidadoso, estudiante de José Guadalupe Posadas y la historia de la caricatura mexicana, su trabajo creativo surge a partir de “códices” que sugieren un arco histórico heterogéneo para tener acceso a una antropología en reversa sobre la historia política reciente en América del Norte.

Los códices de Chagoya son acordeones de papel amate ilustrados y se despliegan con un estilo que mezcla las técnicas del collage y el lenguaje de los cómics. Sus personajes pasan lista a Superman, Pedro Infante, guerreros aztecas, calaveras, Mickey Mouse, la Mujer Maravilla y la virgen de Guadalupe.

Foto: Rigo de la Rocha

La visión fundamental en el trabajo del artista ha sido una reflexión visual sobre la destrucción de la biblioteca de Texcoco, construida por Nezahualcóyotl y quemada por religiosos franciscanos con cargo a la idolatría de los pueblos prehispánicos.

La fuente de inspiración directa en el trabajo de Chagoya son los amoxcalli, que quizá fueron las primeras bibliotecas del continente y existían como parte de un sistema cultural en Texcoco, Tenochtitlan, Tula, Tlatelolco y Tlaxcala. Estas bibliotecas funcionaban como archivo, resguardo y centro de preservación para los códices.

La curaduría de los amoxtli estaba bajo el encargo de los maestros tlacuilos, a quienes se les llamaba amoxtlamalhuiani, y tal vez estuvieron entre aquellos que se colgaron o lanzaron al vacío ante la destrucción de esos objetos cuyo cuidado era su responsabilidad máxima. No obstante las dimensiones irreversibles del genocidio cultural, la memoria de las antiguas bibliotecas no despareció, pues perduró en la influencia que tuvieron en las bibliotecas y colecciones que surgieron durante los primeros años de la Colonia.

Escasos 20 años después de terminar la conquista militar se formó la primera biblioteca para el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, el cual abrió sus puertas alrededor del año 1542. Este colegio fue una institución donde se editó la mayor cantidad de libros publicados en náhuatl, así como la primera escuela para la conservación y transmisión del conocimiento de la cultura indígena, en particular la medicina tradicional y la herbolaria.

La influencia de los tlacuilos y el poder de su imaginación sobrevivieron en la enseñanza de artes como la pintura, el oficio de la encuadernación y la impresión de materiales gráficos.

Los avatares de los libros a veces son también los del imperio. Y es que, en 1850, solamente un año después de que se descubriera oro en California, el señor Adolph Sutro se dirigió a San Francisco en busca de dinero y fortuna.

Después de volverse rico haciendo negocios mineros, decidió establecerse en la ciudad y convertirla en una capital del mundo. Al morir en 1898, su colección contaba con casi medio millón de libros raros y más de 4,000 incunables.

Este coleccionista voraz e intrépido viajó a México en 1889, donde se encontró con la venta y el cierre de la librería y editorial Abadiano, heredera de la Biblioteca Mexicana de Eguiara y Eguren en Ciudad de México.

Asimismo, vale la pena mencionar que la insigne familia Abadiano fue una suerte de amoxtlamalhuiani, pues su librería se convirtió en refugio de bibliotecas religiosas amenazadas por la guerra de Reforma y sus huestes jacobinas, hasta que el señor Sutro compró la librería entera y la trasladó a la ciudad de San Francisco, donde sobrevive intacta.

La biblioteca cuenta con una colección de impresos variopintos, manuscritos y crónicas tempranas de la conquista, además de 500 volúmenes de la antigua biblioteca del Colegio de Tlatelolco, todos resguardados en una sección de la Biblioteca de la Universidad Estatal de California en San Francisco, olvidados e ignorados en espera de los estudios que se merecen.

No lejos de este campus universitario se encuentra el barrio de Mission, fundado por miembros de la orden franciscana, quienes llegaron con la encomienda de adoctrinar a la población originaria en el año 1776, el mismo en que nace Estados Unidos, y dos siglos y medio después de que los 12 primeros religiosos de la orden del Poverello llegaran a México.

Durante la década de la guerra de Independencia en México, la población de la misión apenas rebasaba las mil personas y operaba más bien como una ranchería que poco a poco fue decayendo, hasta que revivió como un lugar de distracción y diversión para los mineros en busca de oro y las empresas que financiaban la aventura de su comercio.

Hasta el día hoy, el barrio de Mission mantiene esa dualidad como centro de la cultura mexicana trabajadora y centro de esparcimiento para el resto de la ciudad, a pesar del desplazamiento económico y la gentrificación de la nueva economía.

En Mission subsisten varias galerías, como Cushion Works o Ratio3, y centros independientes para la creación, como The Lab, ATA (Artist Television Access), 500 Capp StreetGalería la Raza o Southern Exposure, que forman una constelación que en conjunto explora y cubre ramas como el cine, la música experimental, la danza y el activismo político.

En el barrio de Mission también está la fundación Kadist. Su última instalación, curada por la directora del Museo Tamayo, Magalí Arreola, es The Missing Circle y gira en torno a la violencia política en países de Latinoamérica desde la Colonia hasta nuestros días.

Éste es el círculo del inferno que falta en la Divina comedia —una idea proveniente del escritor argentino Julio Cortázar— y que ha sido manufacturado por gobiernos que despueblan territorios indígenas para luego desarrollarlos para su venta y la explotación de élites económicas, como el caso del Tren Maya en México o los campos de algodón en Estados Unidos durante la época esclavista.

En este registro crítico, la exposición incluye la obra Noé Martínez sobre el tráfico humano en la Huasteca de México; de Sam Durant, quien evoca el movimiento de emancipación de Haití; de Cildo Meireles y Carla Zaccagnini, quienes aluden a la violencia del régimen militar en Brasil y la figura libertadora de Joaquim José da Silva Xavier “Tiradentes”; de Naufus Ramírez y su rememoración de las ruinas de Kawinal en Guatemala; de Jorge Julián Aristizábal, que retrata la masacre del oro en Colombia; de Rometti Costales siguiendo las huellas de la dictadura pinochetista, y de Edgardo Aragón, que mapea las rutas de la violencia del ejército en su guerra contra las drogas en México.

Esta exhibición se basa en la amplia y nutrida colección de arte contemporáneo de la fundación Kadist. Pero llama la atención, por encima de los demás nombres coleccionados, un artista que de alguna manera me permite cerrar el círculo que este ensayo abrió con una observación sobre la importancia del espacio en la experiencia de este país.

Y es que, además del trabajo de artistas contemporáneos como Adriana Lara o Julio César Morales, y de los colectivos Tercerunquinto y Los Ingrávidos, la colección incluye también un boceto a lápiz titulado Shasta, del año 1940 y que Diego Rivera realizó cuando viajó al norte de California mientras trabajaba en su mural panamericano.

La estructura que Rivera observó y dibujó en su viaje al norte del estado remite y representa una maquinaria industrial en forma de torre o pirámide: arriba y abajo, el sur y el norte, esa mitad mexicana que sube y la otra mitad de California que baja, un columpio que sube y baja todo el tiempo, sin importar los mapas o el mal gobierno en turno.

Para terminar, me gustaría confesar que para mí es vergonzoso que el arte y la cultura en México no sean el motor del país y la carta de presentación en el extranjero. No hay admiración o interés alguno en el Área de la Bahía por los empresarios mexicanos cuyas fortunas surgen de negocios truculentos con los gobiernos en turno o la desigualdad social que otorga ventajas a las élites.

Tampoco, hay que decirlo, alcanzamos victorias que den alegría ni le interesen a la población en el beisbol, ese deporte racista que el imperialismo yanqui exportó para consolidar su destino manifiesto. O que, la verdad sea dicha, desde la última etapa del sexenio de Peña Nieto, y en lo que va del actual, no haya ni programa cultural en San Francisco, ni agregado cultural ni un entendimiento mínimo de la fortaleza que la cultura es capaz de expresar.

Es una pena, pues, que en el único tema donde México es una potencia mundial (es decir, donde ganaríamos la Serie Mundial), o sea, en la cultura y las artes, las autoridades y los consulados, como en San Francisco, lo ignoren y lleven a cabo eventos y programas deleznables por parte de burócratas improvisados, familiares, amigos y próximos a las personas en el poder.

Mantengo una esperanza subversiva, no obstante, porque si la fuerza de la cultura indígena sobrevivió al genocidio de la conquista y sus huestes barbáricas, es razonable también colegir que nuestras formas de expresión cultural sobrevivirán también a los gobiernos, empresarios y diplomáticos que ignoran, bajo su propio riesgo, la fortaleza de México y su cultura.

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