Este es el Valle de Arán

Arán es el único valle de la parte española de la cordillera orientado hacia el norte. 

31 Mar 2020

Se trata de una inmensa alfombra ondulada con prados, hayas y abetos rodeada de montañas. Pero, sobre todo, el valle de Arán es una excepción que sigue desafiando las leyes del tiempo. Durante siglos, esta comarca española incrustada en los Pirineos ha fraguado una particular cultura, que la modernidad y las carreteras conectaron al mundo exterior a mitad del siglo pasado.

Al salir del largo túnel de Viella y avanzar por Arán, uno comprueba por qué estos recónditos 600 kilómetros cuadrados —un tercio de ellos por encima de los 2 000 metros de altitud— han sabido mantener sus encantos. Son 33 pueblos de montaña atravesados por ríos que vierten sus aguas en Francia, ya que Arán es el único valle de la parte española de la cordillera orientado hacia el norte.  En las alturas de Beret, por ejemplo, nace el caudaloso Garona, que serpentea por cientos de kilómetros hasta desembocar cerca de Burdeos.

Foto: Getty

Durante la Edad Media, el territorio fue moneda de cambio entre los reinos franceses al norte y Aragón, lo que ha esculpido su carácter único. Hoy se habla aranés, un dialecto que proviene de la casi extinta lengua de oc; hay instituciones propias y la mayoría de sus 10 000 habitantes, a pesar de formar parte de Cataluña, exaltan con fuerza su propia identidad. Esa historia ha dejado una huella arquitectónica que combina las influencias del exterior con su propia alquimia. Las iglesias del siglo XII, Era Mair de Diu dera Purificacion, Asunción de María del Siglo de Bossòst o Sant Andreu de Salardú, son sólo una muestra de las joyas que el arte románico regó entre un cinturón de montes.

Fotos: Getty

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Hasta los años sesenta, el valle de Arán latía al ritmo de la ganadería y los bosques, pero la estación de esquí de Baqueira-Beret abrió las puertas al turismo y a una explosión económica desconocida. Baqueira pronto se convirtió en el refugio invernal de los reyes y la élite de España, aunque, fuera de las pistas, la naturaleza y riqueza cultural se despliegan exuberantes. Adentrarse en el Camin Reiau, un viejo sendero de 150 kilómetros que atraviesa todos los pueblos, es la mejor manera de explorar a pie la arquitectura mitológica del pueblo de Bausen, cruzarse con algún ciervo, perderse en el mágico bosque de Carlac o conocer cualquiera de los secretos que cada vez lo son menos.

Fotos: Getty

Foto de portada: Getty

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