Miami Beach, después de la tormenta

Luego de enfrentar al más grande huracán del siglo, Miami se levanta, reivindicando su pasado y apostando por el verde y el arte.

29 Nov 2017

Lejos de la frivolidad de las compras, del anonimato de las autopistas y los gigantescos shoppings y “condos” que dan la idea de una ciudad habitada por automóviles que van de un parking a otro, Miami Beach reivindica una ciudad a escala humana. Cosas tan elementales como las banquetas, una farmacia, un café con sillas afuera permiten conectarse con otros a través de la mirada y no de las pantallas.

La estrecha franja de tierra de 12 kilómetros de largo que corre de norte a sur está amarrada al continente por cuatro puentes que traen automovilistas deseosos de bajarse y caminar. La columna vertebral es la avenida Collins que, desde la calle 87 en North Beach, atraviesa el Mid Beach y termina en la calle 5, en South Beach, el barrio estrella.

La prueba de que Miami Beach está pensada para la gente y no para favorecer a la industria automotriz es el Boardwalk, un serpenteante boulevard que bordea la playa desde la calle 46 hacia el sur, sólo apto para peatones, bicicletas y rollers. Comenzó a construirse con la llegada del nuevo siglo, junto con varios kilómetros de ciclovías, el desembarco de las ferias de arte y el rescate de edificios históricos que en la década de los ochenta eran vistos como adefesios decadentes en oposición a las futuristas torres vidriadas de la Miami continental.

Esta refundación de Miami Beach como ciudad verde, con arte e historia, reivindica a aquellos visionarios que creyeron que esta región bendecida por el clima amable y amplias playas de aguas turquesas era el lugar indicado para tener una gran vida. Y con muchas fiestas.

Las fiestas favorecen encuentros, inician historias, y para eso es preciso un gran salón de baile. Algo de esto pensó Ben Novack cuando compró en 1952 la mansión de Harvey Firestone en North Beach y le pidió al arquitecto Morris Lapidus que la convirtiera en el enorme y opulento hotel Fontainebleau. Su fachada levemente circular se convirtió en un ícono de Miami Beach, y Ben Novack y su mujer Bernice aparecían en las revistas fotografiados en el lobby de cinco mil metros cuadrados junto a Elvis Presley, Bob Hope, Lucille Ball o Judy Garland. Escenario de películas como Scarface y The Bodyguard, el hotel terminó siendo también protagonista de una película que sus dueños nunca hubieran querido protagonizar. Hermosa y peligrosa (Beautiful & Twisted) narra el destino trágico del heredero, Ben Novack Jr, asesinado en 2009 por orden de su mujer, Narcy, una exstripper que primero mandó a matar a su suegra de 87 años. Por estos crímenes Narcy Novack fue condenada a cadena perpetua en 2012.

El hotel había reabierto sus puertas un año antes de los asesinatos, en 2008, después de tres años de reformas.

Y si este hotel sobre la avenida Collins a la altura de la calle 45 fue el imán para famosos y paparazzi en los años cincuenta, en la nueva era de Miami Beach los flashes encandilan diez cuadras más al sur. El primero en posar para las fotos es el argentino Alan Faena, una nueva celebridad que ha logrado revolucionar el Mid Beach a tal punto que hasta la playa ahora se conoce como Faena Beach. El hombre se pasea por sus dominios que llamó humildemente Faena District, íntegramente vestido de blanco, sombrero de ala ancha incluido. Este nuevo ombligo urbano está compuesto por siete manzanas distribuidas sobre la avenida Collins, entre 32 y 36, el océano Atlántico e Indian Creek. Allí confluyen el Faena Hotel, el Art Forum, dos torres de residencias, el Bazar y Casa Faena, un hotel más discreto.

Parte de la inversión de mil millones de dólares que realizó junto a su socio ucraniano Len Blavatnik se destinó a la renovación del hotel Saxony que en los años cuarenta era el preferido de Frank Sinatra y Marilyn Monroe. Convertido en el Faena Hotel, hoy es habitual ver a Leo DiCaprio y a Madonna tomando sol en la piscina o cenando en Pao, el restaurante de cocina asiática que dirige el prestigioso chef Paul Qui. En Pao se luce, además del chef, una obra realizada por el inglés Damien Hirst, el artista vivo mejor cotizado del mundo. Se trata de Golden Myth, la escultura de un unicornio recubierto de oro en su mitad izquierda, mientras que en la derecha muestra sus músculos. No es la única obra de Hirst. Camino a la playa y la piscina deslumbra la obra Gone But Not Forgotten, enorme fósil de mamut original bañado en oro, dentro de una enorme caja de cristal, valuada en 11 millones de dólares.

Miami, después de la tormenta

 

Rojo y dorado son los colores preferidos de Faena. El lobby impacta por sus columnas y techo revestidos de láminas de oro y los murales pop barrocos de Juan Gatti, quien hiciera la portada de discos de rock argentino en  la década de los setenta y afiches de las películas de Almodóvar. Las 169 habitaciones y suites están lujosamente ambientadas y en todas hay un sofá de terciopelo rojo. El restaurante Los Fuegos, bajo la batuta del argentino Francis Mallmann, el bar y el teatro, el impresionante por lo inmenso spa Tierra Santa, el living para tomar una copa con un bocado, todo transmite la sensualidad y glamour de los años cincuenta, pero remasterizados al siglo XXI.

Frente al hotel insignia está el Faena Forum, inaugurado durante la pasada edición de Art Basel en noviembre de 2016. Construido por el premio Pritzker de arquitectura Rem Koolhas y su estudio OMA, el Forum nació con la idea de borrar las barreras entre la ciencia, el arte, la performance, la producción, la filosofía y el diseño. “Alquimia” y “espacio utópico” son las palabras de Alan Faena y su mujer, la curadora Ximena Caminos, para definir este espacio concebido por Koolhas como una gran escultura. Con una superficie de cuatro mil metros cuadrados, las áreas de exhibición y contemplación, para público y hacedores, tampoco son los clásicos. Asientos dispuestos en todas las direcciones entre múltiples plataformas subrayan la intención de levantar las fronteras y que todo se mezcle. En una de sus paredes, un mural hecho in situ por la artista argentina Graciela Hasper le da una explosión de color al edificio blanco.

Al lado del Forum está el Faena Bazaar, un edificio de cuatro pisos con una gran terraza y patio central, inspirado en los mercados de Marruecos e India. Allí curadores de moda convocan a distintos diseñadores de indumentaria, accesorios, perfumes y objetos que van rotando. Además, suele haber shows de música en vivo, una barra de tragos y performances. Para la inauguración, hace un año justamente, Faena y su mujer convocaron al artista mexicano Pedro Friedeberg.

En la cuadra siguiente está el más discreto de los edificios del Faena District, la Casa Faena. En sus orígenes, esta casona de tejas rojas y aires españoles levantada en 1928 se llamó El Paraíso Apartments. Fue construida por Martin L. Hampton, el mismo arquitecto que haría el City Hall de Miami Beach. Si bien Hampton había nacido en Carolina del Sur, su viaje por España marcaría su estilo a la hora de diseñar. Más tarde, la casa fue utilizada por el ejército durante la Segunda Guerra Mundial y luego convertida en el hotel Casa Claridge’s. Hoy se propone como una casa de huéspedes y la decoración no traiciona aquel estilo hogareño de las casas mediterráneas, pero le suma la artillería artística de Faena. El rojo característico está presente no sólo en el toldo de la puerta, las sombrillas y las molduras exteriores, sino en una fantástica obra del artista argentino Manuel Amestoy, una filigrana de papel perforado rojo que pende del techo en medio del lobby. Cuenta con 50 habitaciones y el restaurante bar Café Claridge’s, que pueden frecuentar incluso quienes no se hospedan aquí.

 

El Faena District bulle de gente a toda hora que se cruza del hotel al Forum, del Bazaar a Casa Faena, pero las ambiciones del hombre de blanco no terminan acá. Le quedan aún por construir un centro de arte, una marina y un parque.

Si bien Faena ha logrado correr el foco de atención hacia el Mid Beach, la atracción principal de Miami Beach sigue estando al sur de la calle 22 donde los mapas ubican el comienzo de South Beach. Este barrio, más que ningún otro, guarda una historia que se lee en las fachadas de sus edificios.

Corría la década de 1930, una de las más oscuras de Estados Unidos, cuando la depresión no sólo vaciaba los bolsillos, sino que se llevaba también las ilusiones, cuando, el arquitecto Murray L. Dixon y un grupo de colegas pensaron que podían aportar algo para levantarle el ánimo a los norteamericanos. Diseñaron edificios de no más de 15 pisos que pintaron en colores pastel e incluyeron en las fachadas rombos, cubos, esferas y, sobre todo, carteles de neón. Nacía así el movimiento art déco.

En la década siguiente, cuando Franklin Delano Roosevelt era tema obligado en las charlas de sobremesa, Winston Churchill preparaba alguno de los discursos que harían historia y John Lennon estaba por nacer, los norteamericanos descubrían este nuevo balneario al sur de la Florida. Sólo entre 1940 y 1942 se construyeron 41 hoteles que terminarían de cambiar definitivamente la cara del barrio. Las casi tres mil habitaciones, siempre ocupadas, precisaron de restaurantes y bares, muchos dentro de los mismos hoteles, que funcionaron como clubes secretos.

Además de la avenida Collins donde se alinean uno tras otro estos edificios firmados, la clase magistral de arquitectura continúa en Ocean Drive, frente al mar.

Ubicado en el comienzo del distrito, sobre Collins y la calle 21, el hotel The Setai es sin dudas el más lujoso. Construido en 1937 bajo el diseño del arquitecto Henry Hohauser, su nombre original fue Dempsey-Vanderbilt Hotel donde el campeón mundial de boxeo Jack Dempsey tenía su propio restaurante e iba a comer con estrellas de la época como Ed Sullivan. Se convirtió en The Setai en 2005. Se conservaron intactos tanto el edificio original como la fachada, y la ambientación introdujo influencias asiáticas; además, se levantó detrás una torre de 40 pisos de residencias. Entre el hotel y la playa hay tres piscinas y un bar que dan refugio a quienes disfrutan del sol y el agua. En 2017, en su 80 aniversario, el hotel de 75 habitaciones y 50 suites festeja agasajando a los huéspedes con beneficios y sorpresas. Para no perderse, aquellas que incluyan al excelente restaurante Jaya de cocina asiática con mesas tanto en el salón como en el enorme patio con una gran fuente que se cubre o descubre gracias a un sofisticado toldo corredizo.

Desde las habitaciones de The Setai que dan al frente, la primera obra de arte llega bajo los colores fluorescentes de la escultura Miami Mountain, de 12 metros de alto, realizada por el artista suizo residente en Nueva York Ugo Rondinone. La obra fue adquirida en noviembre pasado por el museo de arte The Bass, ubicado dentro del Collins Park que abarca toda la manzana. El museo está en remodelación y reabrirá sus puertas a fin de año.

En la avenida Collins y la 18 se encuentra The Raleigh, el proyecto más importante de Murray Dixon, responsable de cien edificios en la zona, entre ellos los hoteles The Grossinger, hoy un Ritz Plaza, The Atlantis, The Tides y The Victor, todos en vigencia. El Raleigh fue construido en 1940 por 250 000 dólares. Durante la Segunda Guerra Mundial alojó a las tropas norteamericanas y más tarde fue un hotel kosher, y su salón de baile, una sinagoga. Retomó el espíritu original hacia 1950 y mucho ayudó La primera sirena, famosa película con Esther Williams, de 1952, que se filmó en su piscina. En honor a la actriz, hay una suite con su nombre.

En la 16 y Collins está el hotel que primero apostó por una nueva era en South Beach, el Delano, íntegramente blanco por obra y gracia de Philippe Starck. Sus cortinas de tul saludan desde las ventanas y su restaurante Leynia, dirigido por el chef argentino José Icardi, convoca gente a toda hora con su cocina al fuego vivo y sabores japoneses. Como The Setai, The Raleigh y otros hoteles sobre la avenida principal, el Delano tiene su ingreso desde la Collins mientras hacia el fondo están las piscinas y el acceso al Boardwalk, y la playa, donde también ofrece servicios.

Otra calle clave del barrio es Washington. Allí está el Miami Convention Center, enorme centro de convenciones que, a partir de la primera edición de Art Basel en 2001, se convirtió en un motor poderoso del resurgimiento de South Beach. Desde entonces, Art Basel convoca cada noviembre mayor cantidad de público y nuevas ferias satélite se multiplican a su alrededor y extienden las semanas de arte y diseño. Entre las 12 ferias paralelas que se presentaron en 2016, va ganando prestigio Untilted que se realiza en la playa frente a Ocean Drive, seguida por NADA, Scope, Pulse y Design Miami, dedicada a muebles y objetos. Los hoteles se suman exhibiendo muestras de un artista en particular y organizando cocteles y fiestas, como The Setai, que invitó al artista italiano Gaetano Pesce que expuso varias obras en el lobby.

Muy cerca del Miami Convention Center está Lincoln Road, una calle peatonal que, entre Washington y Alton Road, concentra cafés, restaurantes y tiendas. Parada obligada para quienes van o salen de las ferias de arte, la Lincoln está incluida desde 2011 en el Registro de Lugares Históricos.

Posiblemente, la imagen de postal por la que se reconoce a South Beach, con sus palmeras y autos convertibles, sea la calle Ocean Drive. Ubicada frente al océano, entre Española Way y la calle 5, es la más animada del barrio, sobre todo cuando cae la tarde y los bares y restaurantes empiezan a llenarse de gente en busca de una margarita que sirven en una gran copa para beber entre dos, y suena la música en vivo.

Aquí se encuentran algunos de los edificios más icónicos que se pueden admirar de día, desde la distancia que permite la Boardwalk, o por la noche, cuando se encienden las luces de neón. Algunos de los más destacados son The Betsy Ross, Cavalier, The Tides, de 1936, The Webster, de 1939, y The Carlyle. Betsy Ross fue construido en 1942 y declarado Patrimonio Histórico en 1970, ya que, entre otros hitos, alojó a las tropas durante la Segunda Guerra Mundial. Fue reinaugurado como hotel de lujo en 2009, completamente renovado. El Cavalier es una de las perlas de Ocean Drive. Fue diseñado por el arquitecto Roy F. France en 1936 y es uno de los 20 edificios de France que permanecen en pie. Muchos señalan a France como el autor del skyline de Miami Beach. The Webster es una joya del art déco, obra de Henry Hohauser. Desde 2009 funciona como una tienda de marcas de lujo que reúne más de 300 diseñadores europeos y americanos que se distribuyen en sus dos pisos. The Carlyle fue escenario de varias películas, entre ellas Scarface y La jaula de las locas. Fue renovado en 2006 y transformado en 19 residencias de lujo que se alquilan para vacaciones.

También sobre Ocean Drive está Villa Casa Casuarina, una casona de estilo español de 1930 con una bella estatua de Afrodita en la entrada. Justamente esa imagen de la diosa del amor fue lo que cautivó a Gianni Versace durante unas vacaciones en Miami Beach en 1992. Amante de la mitología greco-romana, Versace la compró en casi tres millones de dólares. Compró también el pequeño hotel Revere, lindero a la casa y, contra la fuerte oposición de las entidades protectoras de los edificios históricos, lo demolió para hacer un jardín con piscina. Invirtió 32 millones de dólares en transformar los 24 departamentos en 10 suites de lujo. Contrató artistas italianos que pintaron frescos por toda la casa, compró tapices, fuentes y esculturas, y él mismo realizó el diseño de la piscina con una escena con Poseidón plasmada en miles de mosaicos, muchos de oro 24 quilates. Después del asesinato del diseñador italiano en las puertas de la mansión, en 1997, se ha convertido en un hotel de lujo y un restaurante de alta cocina, Gianni. Los turistas suelen sacarse fotos en las escalinatas donde Versace cayó al ser atacado por la espalda por Andrew Cunanan.

Seis cuadras más al sur, la calle 5 anuncia el final de Ocean Drive y de South Beach. La franja de tierra se va afinando, el bullicio se apacigua y la naturaleza prodigiosa recobra protagonismo en el South Pointe Park, el punto más austral de Miami Beach. Allí, además de una escollera que se interna en el mar y ofrece espectaculares vistas panorámicas de las playas, comienza un camino en dirección opuesta, rumbo a la Miami continental. Entre el verde y el azul de aguas profundas del canal que conduce a puerto, es habitual ver a los locales haciendo picnics, paseando al perro, leyendo bajo una palmera o tocando un instrumento. Este paseo es un respiro, ideal para ir en bicicleta y detenerse a almorzar en Smith & Wollensky, famoso por su bife de chorizo.

Con el parque de un lado y el canal del otro, el camino nos lleva a la última de las esculturas de Miami Beach, el Faro obstinado. Esta obra de 17 metros de alto del artista alemán Tobias Rehberger fue encargada por el municipio de Miami Beach en 2011 con la visión de convertir el distrito en una capital cultural y centro internacional de innovación y diseño. Realizada en vidrio, aluminio y luces, el Faro obstinado funciona como un faro, no para guiar a los buques que pasan por el canal, sino para orientar a aquellos que no se han enterado aún de que Miami Beach quiere alejarse de las ofertas de electrónica y parecerse a su hermana del norte, Nueva York.

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