El camino ciertamente ya no es el mismo. Entre curvas infinitas y montañas que parecían interminables, antes el trayecto no tomaba menos de siete u ocho horas. Ahora hay una moderna autopista, con puentes colgantes a más de 100 metros de altura y largos túneles que atraviesan las montañas que rodeábamos por horas. La forma de llegar a Acapulco ha cambiado: todo es más rápido, más conveniente, pero, de muchas formas, se siente igual.

Ford fue la primera compañía automotriz en llegar a México, hace 100 años. Fotos: Andrew Reiner
A pesar del tiempo y los cambios, aún sé perfectamente cuándo puedo abrir mi ventana para sentir cómo el calor tropical y la brisa salada me golpean, para confirmar que estoy cerca del puerto. Conozco el punto exacto desde donde se alcanza a ver el mar en la carretera y tengo que confesar que me emociona tanto como cuando era niño. Han pasado los años y hoy vuelvo a Acapulco en un Ford Mustang Dark Horse, tal como lo hice por primera vez con mi papá, pero ahora voy al volante.
¿Cuántas veces habré hecho el viaje? Muchas más de las que puedo contar. Los primeros trayectos, los más largos y entrañables, acomodado en el asiento de atrás del Mach 1 de mi papá, donde mis hermanos y yo competíamos por encontrar primero el azul del océano Pacífico. Todos soñábamos con Ford Mustang, simplemente hacía de cada viaje una aventura y, aunque el Match 1 cambió por un Dark Horse, después de tantos trayectos conservó el mismo sentimiento.

La particularidad y el principal atractivo de Las Brisas es, definitivamente, su vista. Una de las mejores de toda la bahía de Acapulco. No por nada, las 263 habitaciones del hotel se asoman al mar desde una pequeña colina. Otro punto destacado es la privacidad de sus villas, unas casitas con alberca privada y con detalles en tonos rosa mexicano. Fotos: Andrew Reiner
Apenas entrar al puerto, es evidente que también este ha cambiado. Poco tiene que ver con el mundo tropical donde pasaba los veranos con mi familia. Tampoco es el Acapulco de Sinatra o de Mauricio Garcés. Los edificios han crecido en altura, la vida se ha expandido más allá de la bahía. Los retos no han sido pocos, pero la resiliencia local ha sido aún mayor y Acapulco se conserva como el refugio ideal. Supongo que es lo que sucede con los clásicos. Uno va y viene, el diseño y el contexto pueden cambiar, el tiempo pasa, pero, a pesar de todo, mantienen la esencia que los ha hecho icónicos.
TIEMPO, CLASE Y EVOLUCIÓN
Mientras recorro el mismo camino de tantas veces, me pregunto cómo es que Ford Mustang se volvió tan icónico. Por qué su silueta es inevitablemente reconocible. Es fácil distinguir un clásico, lo que no resulta tan sencillo es forjarlo. Simplemente no hay una fórmula exacta para hacerlo. Pero, sin duda, un elemento necesario puede ser el tiempo.

La Autopista del Sol, una de las carreteras más icónicas del país, que conecta el puerto de Acapulco con Ciudad de México. Fotos: Andrew Reiner
Ford lleva 100 años abriendo camino en México. En un siglo no sólo ha sido pionero de la industria automotriz en el país, abriendo las primeras plantas de producción en México, sino que se ha involucrado directamente en nuestra comunidad, al impulsar la educación con la apertura de más de 200 escuelas, contribuyendo en momentos cruciales, como durante la pandemia de Covid-19 o con los terremotos que han sacudido el centro del país, y apostando por el talento mexicano con uno de los tres Global Technology and Business Centers en el mundo, desde donde se realizan operaciones de distintos mercados internacionales.
No es ninguna coincidencia que Mustang sea el coche con el que mis hermanos y yo soñábamos de niños, ya que Ford lleva más de 60 años produciéndolo aquí mismo, generación tras generación. Tampoco me sorprende que, mientras lo manejo por la Carretera Escénica, robe tantas miradas. Un clásico también necesita clase y el diseño de Ford Mustang se ha forjado a lo largo del tiempo como un emblema de potencia y dinamismo, diferente de cualquier otro. Así, entre miradas de asombro, llego a mi destino.

Quizá el hotel más icónico en Acapulco, Las Brisas ha hospedado a los visitantes más ilustres del puerto: desde la tripulación del Apolo 11 hasta Jackie Kennedy y Mick Jagger. Fotos: Andrew Reiner
Hablando de clásicos, Las Brisas tiene su propio lugar en la historia de Acapulco. Quizá no haya un hotel tan icónico en el puerto. La cultura popular y su prestigiosa lista de huéspedes son la mejor prueba de ello. Nada más que la tripulación del Apolo 11, Jackie Kennedy, Mick Jagger, Rod Stewart y John Travolta, entre muchos otros, se hospedaron en el pintoresco hotel durante los años de oro de Acapulco, entre 1958 y hasta bien entrados los ochenta. Ringo Starr, el legendario baterista de los Beatles, incluso le compuso una canción a Las Brisas.
El magnetismo de un lugar así se explica por sí solo. Probablemente no haya una mejor vista de la bahía de Acapulco. Las habitaciones, casitas con detalles en rosa mexicano, conservan el aura de lujo y exclusividad que alguna vez hizo del puerto el destino más cotizado del mundo. Frente al mar, la playa de La Conchita aún es el mejor lugar donde tomar el sol y relajarse en la Costera.

Pero, si algo distingue a los clásicos, también es su capacidad de ser atemporales y seguir renovando su esencia. Porque evolucionar es como caminar por una cuerda floja. Dar un paso en falso y confundir la dirección de un legado es un riesgo que no cualquiera está dispuesto a correr y, sin embargo, es necesario para seguir vigente. Es cuando una historia como la de Ford de México, con más de un siglo de trayectoria, se vuelve aún más significativa.

Después de 100 años, el legado sigue escribiéndose con una mirada hacia el futuro. Los clásicos como Mustang se renuevan con versiones como Dark Horse, que mantiene la esencia del muscle car más icónico de la historia, adaptada a las necesidades de un conductor moderno como yo. Es el mismo poder de siempre, pero con la tecnología de asistencia de conducción Ford Co-Pilot ® 360. El mismo diseño distintivo que no ha dejado de provocar miradas, pero con nuevos elementos deportivos. Cada vez que manejo por estos caminos, se siente tal como la primera vez que me puse tras el volante del Mach 1 de
mi papá.
