El vuelo lento de la aviación sostenible
La industria de la aviación tiene una meta clara: reducir sus emisiones al máximo, como una misión de la mayor urgencia.
POR: Iker Jáuregui
La industria de la aviación tiene una meta clara: reducir sus emisiones al máximo. No como un proyecto a largo plazo o una mira lejana, sino como una misión de la mayor urgencia. De hecho, un transporte aéreo más limpio se ha vuelto el principal objetivo para la mayoría de los fabricantes de aviones, incluyendo Boeing y Airbus, los gigantes de la industria, que llevan varias décadas invirtiendo en el desarrollo de prototipos que resuelvan la encrucijada de la contaminación. La motivación es muy simple, si no se hace algo al respecto ahora mismo, no habrá oportunidades para hacerlo después.
Según la iata, en la actualidad las emisiones de la aviación representan 3% de la contaminación global, que quizá podría no parecer demasiado, pero lo preocupante es que no se quedará ahí. De acuerdo con
el Comité para el Cambio Climático (CCC), el transporte aéreo es uno de los sectores contaminantes que más rápido crece en el mundo. Las estadísticas señalan que entre los años 2000 y 2024 el número de pasajeros en avión aumentó 60% y sus estimaciones indican que ese número al menos se duplicará para 2050. De confirmarse este crecimiento, la industria de la aviación se volvería responsable de 35% de la contaminación global.
Tres rutas para una solución
Las estadísticas son claras, la aviación no se desacelerará. El reto entonces se encuentra en manos de los fabricantes y su capacidad para transformarse. Un spoiler: no será fácil. La Agencia Internacional de Energía (IEA) cataloga los aviones como uno de los medios de transporte más difíciles de descarbonizar. Pero eso no significa que no haya que intentarlo. De hecho, la industria se ha planteado el ambicioso objetivo de eliminar sus emisiones por completo antes de 2050. Para lograrlo han trazado tres rutas: los combustibles alternativos, el desarrollo de nueva tecnología y la innovación en el diseño.
Al día de hoy, la industria no ha podido reemplazar combustibles fósiles como es el caso de la turbosina. Sin embargo, la apuesta está en lo que se conoce como SAF (sustainable aviation fuel), combustibles alternativos fabricados a partir de materias primas renovables, incluyendo aceites de cocina usados, residuos de cultivos o incluso CO2 capturado del aire. Los SAF tienen una composición similar a la turbosina, por lo que pueden usarse sin necesidad de grandes modificaciones. Sin embargo, no se ha encontrado la forma de producir este tipo de combustible a gran escala de forma barata y, sobre todo, sin ocasionar un impacto ecológico similar a o mayor que el de los combustibles fósiles.
La investigación de los grandes fabricantes también se ha enfocado en una tecnología que admita alternativas de energía, como motores eléctricos o de hidrógeno. La compañía francesa Airbus presentó en 2020 su línea ZEROe, un programa para desarrollar aviones comerciales propulsados por hidrógeno que, en teoría, estaría listo para 2035. Sin embargo, recientemente han realineado sus pretensiones, al declarar que el desarrollo de algo con estas características no sólo implicaba la propia tecnología, sino la cooperación global para acelerar las regulaciones y la infraestructura necesarias en todo el mundo.
De la misma manera, los modelos más recientes de Boeing, el otro gigante de la aviación, están fabricados con materiales compuestos que son mucho más ligeros y sus diseños aerodinámicos ayudan a hacer más eficiente el gasto de combustible, aunque se calcula que cerca de 50% de la energía se desperdicia por la falta de eficiencia en los sistemas.
A pesar de la urgencia, los logros han sido relativamente discretos y aislados a casos muy particulares. El proyecto Solar Impulse completó el primer vuelo propulsado por energía solar durante 24 horas. En 2024, la aerolínea Virgin Atlantic también logró el primer vuelo transatlántico que utilizó saf durante todo el viaje. Sin embargo, lo que hace falta es extender estas aplicaciones al resto de la industria, algo que, de acuerdo con asociaciones como Friends of the Earth, está lejos de ser una realidad.