Mixcoac y sus discretos encantos

¿Poner al descubierto un barrio que se empeña en pasar inadvertido? A Mixcoac le sobran bondades; dar a conocer algunas no le hace daño.

24 Nov 2017

Empecemos por su voluble personalidad. De una calle a otra los letreros registran nombres de, por lo menos, tres colonias distintas: Extremadura Insurgentes, Insurgentes Mixcoac, San Juan Mixcoac… Ciudades españolas, insurrectos y santos bautizan colonias que se resumen bajo el paraguas de Mixcoac, vocablo nahua relacionado con la deidad Mixcóalt o “serpiente entre nubes”. Encima, sus calles tienen nombres de pintores y escultores extranjeros.

Se trata de uno más de los asentamientos cercanos a los lagos y ríos que bañaban Tenochtitlan y que, como San Ángel, empezó a llenarse de residencias campestres durante la Colonia. También, como éste, hacia mediados del siglo XX fue devorado por la mancha urbana, y sus enormes fincas de descanso, fraccionadas.

Pero “devorado” por la ciudad no quiere decir “deglutido”: puertas adentro, Mixcoac tiene una dinámica propia, lenta, de gente que camina y vive su barrio con la tranquilidad de un día normal o con la euforia de un día de fiesta. Sus dos iglesias centrales, la de San Juan Evangelista y Santa María de Guadalupe, y el ex convento de Santo Domingo de Guzmán, con la Capilla del Rosario, favorita de los casaderos, fungen como ejes físicos de la vida diaria.

Santo Domingo ocupa un extremo de la Plaza Agustín Jáuregui, con el omnipresente edificio de la Universidad Panamericana —inmueble de origen colonial que funcionó como obraje de telas y convento—, los portales y la hoy Casa de la Cultura Juan Rulfo, un edificio que alojó a León Toral y la Madre Conchita, asesinos de Álvaro Obregón, para ser juzgados. También ahí, a plena vista del paseante, están un par de murales de Francisco Eppens firmados en 1979.

Del otro lado del eje de Extremadura está el Templo de San Juan, en la Plaza Valentín Gómez Farías, que alberga dos grandes: la sede central del Instituto José María Luis Mora, dedicado a la investigación de la historia de México y, al lado, el convento de monjas dominicas; todo un hallazgo: las hermanas custodian un edificio al que sólo se puede entrar para ver la capilla. Vale mucho la pena probar el atole, las galletas, los chiles en conserva y, obviamente, los chiles en  nogada y el rompope que preparan y venden las religiosas.

Así, después de las sorpresas que salen al paso en este barrio uno queda, como Mixcóalt, entre nubes. Y el punto es que, por más que uno se empeñe en enumerarlas, siguen apareciendo.

* Extracto del libro 52 fines de semana en la ciudad de México (Travesías Media, 2013). A la venta en librerías y en Espacio Travesías (Amatlán 33, Condesa; lunes a viernes de 10 a 19 horas).

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