Historias de hoteles: Gran Hotel Ancira, Monterrey

Divas, artistas de todo tipo y hasta el mismo Pancho Villa son algunas de las figuras que convirtieron en mito al Gran Hotel Ancira.

09 Nov 2021

Cuentan que el 13 de marzo de 1915 se apersonó ahí nada más y nada menos que Pancho Villa. Que interrumpió, con la desfachatez que lo caracterizaba, en el espectacular lobby de estilo neoclásico y que, sin importarle lo impoluto del piso estilo ajedrez y la gran escalinata alfombrada del hotel más famoso de la región, el “Centauro del Norte” no sólo llegó acompañado de sus “Dorados” sino que hizo que todos entraran a caballo. Aunque, como todo en la vida del famoso caudillo, hay una mezcla inexacta de fantasía y realidad, los regios siguen contando que Villa se quedó en el hotel a lo largo de 11 días y que, en todo momento, tuvo un compañero de cuarto peculiar: su propio caballo, al que no quiso dejar en las caballerizas del lugar.

Dicen que, como en la cantina La Ópera de la Ciudad de México, Pancho Villa lanzó algunos balazos al aire dejando marcas en el techo del hotel que quedaron como testigos de su visita. Nada se sabe de cierto, pero la leyenda se sigue respetando. Lo que sí cuenta con avales históricos es que Villa estuvo en Monterrey en aquellas fechas recaudando dinero para financiar su causa. De un millón de pesos que quería obtener en Nuevo León, se marchó con solo 280 mil. Como sea, una cantidad mucho mejor que cero.

En aquel tiempo el Gran Hotel Ancira llevaba apenas tres años en pie. Y si ya era famoso por ser “la estructura hotelera más bella de la República Mexicana” como decían las postales con las que lo promocionaban, la visita de Pancho Villa—tan real o no como haya sido— lo elevó a estatus de leyenda.

Una joya arquitectónica

La construcción del entonces llamado Gran Hotel Monterrey comenzó en 1909. Fenando Ancira Sánchez, empresario y más tarde diputado y presidente de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, compró tierras en el centro de Monterrey con la visión de establecer ahí el hotel más lujoso que los mexicanos hubieran visto hasta el momento. Un alojamiento inspirado en el Ritz de París, ciudad dónde él había estudiado su carrera en Derecho.

En su el libro Imaginarios interrumpidos: ensayo sobre el patrimonio inmueble perdido de Monterrey, el arquitecto Juan Manuel Casas apunta que este edificio neoclásico fue el primer hotel de la ciudad que contó con baños en cada habitación donde corrían agua fría y caliente y que es, sobre todo, “una pieza academicista de relevancia capital concebida en las postrimetrías de la Belle Époque que ha llegado a nuestros días en muy buen estado general de conservación”, lo que explica que en 1992 haya sido declarado Monumento artístico y patrimonio cultural de la nación por el INBA y el INAH.

El proyecto estuvo a cargo de los arquitectos franceses Henri Sauvage y Charles Sarazin, lo que dio continuidad a los cánones del lujo del Porfiriato. Sin embargo, cuando el hotel se inauguró en 1912, entre la música de orquestas y banquetes hechos por chefs franceses, el presidente en turno e invitado de honor era Francisco I. Madero. Era una época turbulenta, y aunque Ancira no comulgaba del todo con Madero, ambos tuvieron una memorable actuación diplomática. Aún así, la carrera política de Ancira despegó ya en el gobierno de Victoriano Huerta.

Entre divas y tenores

Aunque a largo de los años el hotel ha cambiado de concesiones y, por lo tanto, de complementos en su nombre, todos lo han respetado como Gran Hotel Ancira, una modificación que la familia de su fundador decidió hacer como un homenaje a su legado tras su muerte en 1921. Destinado desde siempre a ser un marco de la vida de la élite, el Ancira ha alojado a personajes clave no sólo de la política —con Pancho Villa y Francisco I. Madero— sino también de las artes y la cultura como María Félix, Agustín Lara, Gabriel García Márquez, Luciano Pavarotti, Rufino Tamayo y Leonora Carrington. Si lo visitas, te recomendamos hacer escala en Los Barandales, el restaurante del hotel. Este espacio mantiene, tanto en su cocina como en su decoración, esa ecléctica combinación de tradición francesa con ecos revolucionarios que los mexicanos conocemos tan bien.

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