El Golfo de Santa Clara

Un pueblo pesquero en el extremo noroeste de Sonora que también se conoce, con cariño, como la axila de México.

04 Sep 2020

La Condensadora, Alto Golfo de California.

Ella tendría unos 10 años, su padre había sido capitán de puertos grandes en Veracruz y, cuando le llegó el tiempo de jubilarse, pidió que lo enviaran a algún lugar donde pudiera seguir trabajando. Le dijeron que habían dejado de recibir transmisiones desde la recién creada capitanía en Golfo de Santa Clara, Sonora, y que fuera a ver qué sucedía allá. Era a finales de los años sesenta. Padre e hija viajaron en tren desde la Ciudad de México hasta la estación Benjamín Hill, Sonora, donde se dividen las vías.

Hacia el norte, la ruta corre fresca por el costado de un río e hileras de álamos hasta llegar a Nogales, donde en 1882, en medio de discursos y orquestas, se conectó el ferrocarril mexicano con el Southern Pacific de Estados Unidos. Pero ellos doblaron hacia el oeste, donde comienza el desierto de Altar. Sobre un terreno que se disuelve poco a poco en arenas y espejismos, van las vías tendidas a base de puro tesón cardenista. Más de 500 kilómetros de rieles que, en 1947, conectaron finalmente Mexicali con el resto del país y costaron la vida a tres ingenieros que se perdieron en las dunas.

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El Machorro, Golfo de Santa Clara.

Recuerda que de niña iba viendo el país inmenso por la ventana del tren: ¿acaso vive gente aquí? Se detuvo el tren en Puerto Peñasco, que no era más que un caserío desordenando y una mítica guarida de Al Capone; ahí preguntaron cómo llegar a Golfo de Santa Clara. Les dijeron que debían bajarse en Estación Doctor y conseguir un auto que de ahí los llevara. Eso hicieron, pero para que el auto avanzara sobre las dunas era necesario tender una lámina enfrente de él y así, en aquella máquina paradójica que era a la vez camino y transporte, se fueron rodando como escarabajos hasta llegar a Golfo de Santa Clara.

El Tornillal, carretera costera Puerto Peñasco-Golfo de Santa Clara.

Ahí creció entre embarcaciones, radios y pugnas sindicales; aprendió las medidas y los tipos de redes, las claves y los procedimientos del puerto. Ya nunca se fue y con su esposo administra hoy una de las cooperativas pesqueras. Como ella, cada persona de Golfo trae consigo la historia de una migración reciente, de una marcha esperanzada hacia el norte, hacia el desierto. La gente fue llegando desde los años veinte, a destiempo y como que no quiere la cosa; muchos venían de Oaxaca, otros de Nayarit y de Sinaloa; incluso llegaron chinos, alemanes y yaquis. Pescadores aptos que venían a probar su suerte con la pesca de totoaba, que en aquel entonces era legal y cada vez mejor pagada en los merca- dos asiáticos de Mexicali.

No sé si exista otro poblado en el mundo que lleve nombre de mar, porque aquí es el pueblo mismo el que se llama Golfo.

Ahí, en la mera axila de México, donde solía desembocar, caudaloso, el río Colorado con su trasiego de agua dulce y sedimentos, ahí donde los cucapá, o “gente del río nublado”, pescaron alguna vez a sus anchas, se formalizó en 1966 la fundación de esta colonia de pescadores. En ese lugar, sin fruto agrícola posible, se anclaron unas 4000 personas provenientes de toda la costa del Pacífico. Al principio vivían en “cuevas”, que en realidad eran casitas enterradas en la arena, con techo de lámina, y con escalones y pisos de arena endurecida. Recuerdan algunos que incluso estaban amuebladas y tenían estufa, y que además eran muy frescas. Al parecer, todas las “cuevas” han sido abandonadas y cubiertas por la arena.

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El Indiviso, Reserva de la Biosfera Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado.

No sé si exista otro poblado en el mundo que lleve nombre de mar, porque aquí es el pueblo mismo el que se llama Golfo. Las direcciones son curiosas: Calle Miramar, Golfo de Santa Clara, Sonora. Pero algo tiene de cierto el nombre, porque en las dunas, más que echar raíces, se navega como en un golfo. Tan es cierto que el medio de transporte que con el tiempo desarrollaron los pescadores locales se llamaba “anfibio”. Era una especie de barco con llantas que transitaba del agua a la arena sin dificultades y que se usaba para llevar provisiones y pasajeros a las pangas mar adentro. Cada uno tenía nombre propio y las familias conservan fotografías de sus “anfibios”.

En 2007, durante la construcción de la carretera, los pobladores de Golfo de Santa Clara encontraron una tortuga fosilizada de un metro de largo, que ya había aparecido brevemente en 1990, antes de quedar de nuevo sepultada. En un solo domingo fueron más de 500 personas a ver aquel animal maravilloso. Los paleontólogos determinaron que se trata de una especie terrestre de más de un millón de años de antigüedad. A falta de mejor solución, las autoridades del INAH en Sonora se llevaron el fósil para resguardarlo en el Museo de Historia Regional de Sonora, en Hermosillo, que lleva años cerrado. Pero, para la gente de Golfo, la tortuga debe regresar a su lugar de origen y merece la creación de un pequeño museo de sitio.

Cada persona de Golfo trae consigo la historia de una migración reciente, de una marcha esperanzada hacia el norte, hacia el desierto.

La riqueza de fósiles de la zona conocida como Los Farallones —una serie de cañones por los que hace millones de años corrían vertientes del Colorado— es única en el país. Ahí se encuentran residuos maravillosos de otro mundo, de un tiempo antes del tiempo, cuando en esa región había bosques, osos y tigres. Hay también una importante iniciativa local para que el lugar se designe como zona paleontológica protegida.

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El Borrascoso, carretera costera Puerto Peñasco- Golfo de Santa Clara.

En 1993 se creó la Reserva de la Biosfera Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado. En las últimas décadas, la virtual extinción de la vaquita marina ha atraído decenas de grupos ambientalistas internacionales a la zona. Los pescadores de San Felipe y Golfo de Santa Clara sobreviven con dificultad sorteando vedas. Se ha impuesto un tipo de ambientalismo que criminaliza y excluye a los pescadores locales, al mismo tiempo que ignora asuntos más complejos, como la retención casi total de las aguas del río Colorado por parte de Estados Unidos. El cuidado del Alto Golfo de California requiere la participación de los pescadores locales y el reconocimiento de la riqueza cultural y la memoria de lugares como Golfo de Santa Clara.

El desierto suele presentarse como esa zona inhóspita que el viajero cruza intentando no perder el norte. Más que visitarse, un desierto se atraviesa. Pero, si uno suprime por un momento la prisa por llegar y permite que se imponga la grandeza abrumadora de estas tierras vastas y solitarias, el desierto muestra poco a poco el refugio de sus dobleces. Es verdad que suele haber un ímpetu febril en los afanes cotidianos de sus pobladores: aquí la pesca, allá el oro y la frontera. Pero también se encuentra ahí la extraña serenidad que da el saber que el tiempo geológico todavía existe. Si mueves una piedra, a la vuelta de cinco años la encontrarás donde mismo.

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Zona de dunas cerca de la estación de ferrocarril López Collada.

Natalia Mendoza @mendozarockwell
Antropóloga y ensayista. Estudió relaciones internacionales en El Colegio de México y un doctorado en antropología en la Universidad de Columbia. Su trabajo combina el análisis etnográfico, la filosofía política y las teorías del lenguaje. Autora de Conversaciones en el desierto (2008).

Miguel Fernández de Castro @miguelfernandezdecastro
Artista visual. Nació en Sonora, en 1986. Su trabajo ha sido expuesto en espacios como Frac Centre-Val de Loire, Orleans; Spazio Veda, Florencia; The Wren Library, Cambridge, y el Museum of Latin American Art, Los Ángeles, entre otros. Es autor de los libros Llanuras elementales (2016) y El desplazamiento (2012).

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