Esta es una historia de dos barrios. Dos lugares que comparten nombre, costumbres, sabores y raíces, pero que están separados por más de 8,000 kilómetros. Hablamos de las dos versiones de Matongé, uno al norte de Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, y el otro en el límite sureste de Bruselas, la capital de Bélgica. Su existencia paralela, aunque en dos latitudes tan dispares, no es ninguna coincidencia. Es el resultado de un intenso intercambio, de una compleja historia de migración.
La relación entre ambas culturas se puede rastrear originalmente a la colonia belga en África central, que ocupó el territorio congolés hasta bien entrado el siglo XX. Durante esa época, la porción burguesa de la sociedad local aspiraba a “occidentalizarse” a partir de la educación y las costumbres europeas, aprendiendo francés, convirtiéndose al catolicismo y enviando a sus jóvenes estudiantes a Bélgica.

Este turismo de élite dejó los primeros rastros congoleses en Bruselas, específicamente en una zona cercana al municipio de Ixelles. Estudiantes y visitantes empezaron a moldear el barrio con galerías, restaurantes, discotecas de música latina y cafés de jazz –ambos géneros muy populares en la colonia–. No era un lugar residencial, sino un centro comercial y de entretenimiento para quienes se quedaban en la ciudad por estancias cortas.
Ni siquiera la independencia en 1960 interrumpió el estrecho vínculo entre ambas culturas. Bruselas adquirió aún un mayor interés entre la élite del Congo, pero con el tiempo también se convirtió en uno de los destinos predilectos de una migración prolongada que alcanzó su cumbre en los noventa, impulsada por conflictos internos que hoy todavía escalan en el centro de África. De acuerdo con la Universidad de Lieja, en esa época emigraron a Bélgica cerca de medio millón de personas provenientes de la República Democrática del Congo.
Para anclar su identidad, muchos recurrieron a ese pequeño núcleo de familiaridad que llevaba varias décadas formándose al sur de Bruselas, e incluso lo rebautizaron como el nuevo Matongé, la referencia de un barrio animado y colorido que exportarían de Kinshasa, su propia ciudad, a Bélgica. El Matongé europeo ha pasado por mejores épocas que otras y durante un tiempo incluso fue considerado una zona peligrosa en la ciudad. Sin embargo, recientemente se ha dotado de un nuevo aire, impulsado por sus raíces congoleñas, que lo vuelven uno de los barrios más interesantes para conocer en Bruselas.

Una calle: Chaussée de Wavre
El mejor punto de partida para explorar Matongé es a lo largo de su arteria principal: Chaussée de Wavre. Aunque esta vía en realidad recorre tres grandes barrios –Ixelles, Etterbeek y Auderghem–, se amplía particularmente a su paso por el barrio africano, entre puestos de vegetales que sólo se encuentran ahí, como yuca o ñame, un impresionante número de peluquerías y salones de belleza, restaurantes de auténtica gastronomía congolesa y los edificios art déco que en general abundan en esta parte de la ciudad.
¿Dónde comer en Matongé?
Quizá la mejor razón para asomarse a Matongé sea la comida. La oferta gastronómica de esta parte de la ciudad contrasta radicalmente con la de otros lugares de Bruselas y de todo Europa. La cocina, basada en vegetales, plátano frito, arroz e ingredientes traídos directamente desde África, es una especie de escape de la monotonía que podría empezar a sentirse después de unos días en Bélgica.
Para algo simple y rápido, bastará con caminar por la porción peatonal de la Rue Longue Vie. Ahí abundan los puestos callejeros y algunos restaurantes más bien informales para introducirse al mundo de la gastronomía congolesa, aunque sólo sea de paso. Por la misma calle también encuentras íconos de la tradición compartida, como Soleil d’Afrique. Entre las especialidades de la casa se cuentan samosas, falafel o alitas, todo bañado en diversas salsas de cacahuate y servido en unas largas mesas comunales. Los cocteles son otro atractivo entre los locales, sobre todo su “Viagra”, a base de ron y un jugo de jengibre que supuestamente es afrodisiaco, de ahí su peculiar nombre.

A unos pocos metros se encuentra L’Horloge du Sud, que desde 1997 también es otro clásico de Matongé, pero con un enfoque diferente, más moderno, al encontrar la cocina de ambas culturas en un mismo menú. Aunque es preponderantemente congolés, este restaurante busca honrar la gastronomía del hemisferio sur como una unidad, apoyándose del ingrediente local para hacer platillos como yassa o liboké, entre los códigos de un típico bistró europeo.
Un rincón cultural: Pépite Blues
Una librería en Matongé no podía ser sólo otra librería del montón que exhibiera a los mismos autores que el resto, ya que lleva impresa la esencia misma del barrio. La misión es simple y clara: promover la literatura afro en todas su formas. La ejecución es precisa: una extensa selección independiente de autores de origen africano, de cualquier género y temática. Como extensión, Pépite Blues también es un centro cultural en medio del barrio: organiza reuniones literarias, lecturas de poesía, exposiciones y talleres para la comunidad africana de Bruselas y cualquier interesado.

Una parada extra
Aunque no se encuentra dentro de los límites de Matongé, el AfricaMuseum es otra buena parada para entender más sobre el intenso intercambio cultural que se dio entre Bélgica y el Congo a partir de la colonia, y que incluso sigue vigente. Situado en el espectacular parque de Tervuren, la exposición no sólo ofrece un vistazo detallado de la historia entre ambos países, sino que hace un recorrido por la cultura popular de todo África central, con muestras interactivas y la obra de artistas africanos contemporáneos.