La ruta de Taro Okamoto por Japón (y algo de México)

Recorrimos las obras representativas de Taro Okamoto, uno de los artistas modernos más notables de Japón, para entender su conexión con México.

27 Mar 2024

El mito del mañana, ahora se exhibe permanentemente en la estación de Metro de Shibuya.

La historia de las relaciones entre México y Japón tiene más de 130 años. En 1874, después de que una delegación de astrónomos mexicanos viajara a Japón para observar un fenómeno celeste, se dedicaron a estudiar también el país y su historia. A su regreso, sugirieron al gobierno mexicano que buscara establecer comunicaciones diplomáticas y relaciones comerciales directas con la nación asiática.

Las negociaciones para este propósito comenzaron en Washington en 1888, por iniciativa de México. Japón intentaba renegociar los tratados desiguales que tenía con la mayoría de los países occidentales y, para lograr este objetivo, el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Okuma Shigenobu, necesitaba un gobierno dispuesto a firmar rápidamente un tratado igualitario para sentar un precedente y el candidato natural fue el de México. Para Japón fue el primer tratado que reconoció plenamente su jurisdicción nacional sobre todas las personas que se encontraban en su territorio, así como su capacidad para gravar los bienes importados en virtud de sus intereses comerciales. De hecho, Japón pudo renegociar sus tratados desiguales con otros países occidentales utilizando éste como precedente legal. Para México fue el primer tratado que firmaba con una nación asiática, lo que contribuyó a renovar viejos lazos coloniales con aquel continente.

Habla mucho de la importancia que tuvieron las relaciones diplomáticas entre México y Japón dónde se situó la embajada mexicana en 1898. El espacio fue concedido por el emperador Meiji en la antigua zona de los daimios y las casas de los samuráis del periodo Edo. Está en la zona de Nagatachō, en el centro de Tokio, justo al lado de las residencias oficiales del primer ministro y de los presidentes de las cámaras, donde se encuentran sus oficinas principales. Es indiscutiblemente el centro de la vida política de la capital japonesa.

Influencia mexicana en la moda del barrio de Shibuya, en Tokio.
Influencia mexicana en la moda del barrio de Shibuya, en Tokio.

Durante la posguerra, México y Japón restablecieron sus relaciones diplomáticas y, en 1955, el Museo Nacional de Tokio organizó una exposición sobre los pioneros del muralismo mexicano titulada “Mekishiko Bijutsu Ten”. Esta exposición presentaba un enfoque artístico muy diferente al que Japón conocía del mundo occidental y tuvo un efecto profundo en varios artistas modernos japoneses, como Tamiji Kitagawa, Kojin Toneyama, On Kawara y, sobre todo, Taro Okamoto.

Okamoto estudió en La Sorbona en los años treinta y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en uno de los artistas más importantes del modernismo japonés. Fue también un prolífico escritor hasta su muerte y ejerció una fuerte influencia en la sociedad japonesa. Durante su estancia en París, donde permaneció poco más de una década, estudió etnología con el profesor Marcel Mauss y especializó sus estudios en las etnias nativas de Oceanía.

Visitó dos veces México durante la primera mitad de 1960 y cuenta su impresión sobre el arte mexicano de la siguiente manera: “¡México es imperdonable! Me ha estado imitando desde hace centenares de años…”. Con ello, Okamoto no se refería solamente a la influencia del muralismo mexicano, sino a su aprecio y justo valor por la totalidad del arte del país desde la época prehispánica.

En 1967, el empresario mexicano Manuel Suárez viajó a Tokio con el fin de encargarle un mural para lo que sería el vestíbulo de su proyecto de construcción más ambicioso hasta esa fecha. Un hotel, un centro cultural, un parque comercial, una escuela pública de arte y un mercado de artesanías, todo englobado en una misma estructura en torno a su visión conocida en aquel entonces como el Hotel de México. Fue concebido especialmente para inaugurarse con la apertura de los Juegos Olímpicos de Ciudad de México en 1968. Okamoto aceptó la oferta y viajó varias veces a la capital mexicana para trabajar en el enorme mural, al cual tituló El mito del mañana.

Kodomo no Ki o El árbol de los niños, una escultura del artista Taro Okamoto en las calles de Shibuya.
Kodomo no Ki o El árbol de los niños, una escultura del artista Taro Okamoto en las calles de Shibuya.

Su agenda era apretada, ya que también estaba ocupado con su escultura Torre del sol para la inauguración de la Exposición Universal de Osaka, en 1970. No obstante, Okamoto consiguió terminar el mural a tiempo en México y sólo dejó pendiente su firma, para hacerlo de manera ceremonial durante la inauguración del hotel. Lamentablemente, ese día nunca llegó, ya que, por la magnitud colosal del edificio, éste tardó más de una década de lo planeado en consolidarse y puso a Suárez en una profunda turbulencia financiera, que lo obligó a vender el inmueble a un mejor postor.

Vale la pena mencionar cómo Siqueiros también desempeñó un papel importante en el proyecto del Hotel de México. A un costado de éste, el mismo Suárez le construyó su propio centro cultural, el imponente Polyforum Siqueiros. Tanto el mural de Okamoto como la fachada del Polyforum fueron dos de los proyectos muralistas más grandes y ambiciosos del mundo en aquel entonces.

Con el tiempo, el Hotel de México pasó a manos de una nueva administración que adoptó un enfoque muy distinto al original. Durante 30 años, El mito del mañana estuvo extraviado. Gracias a los constantes esfuerzos de la viuda de Taro Okamoto, fue finalmente encontrado en un almacén del Estado de México y repatriado a Japón, donde su restauración tardó más de cinco años.

El mito del mañana representa la explosión de la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. Para Okamoto, la implementación de la energía atómica en la guerra implicaba un gran riesgo para el futuro de la humanidad. Esa afirmación hizo de El mito del mañana una obra con un claro peso político, una rareza entre los habituales temas surrealistas que el artista japonés solía plasmar en su trabajo. Sin embargo, bajo la influencia del muralismo mexicano, Okamoto se dio licencia para denunciar los horrores de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki.

En el mundialmente conocido y concurrido cruce peatonal de Shibuya en Tokio, llamado The Scramble Egg, con cada cambio de luz de semáforo cruzan alrededor de 2,500 personas. Enfrente se encuentra la estación de Shibuya, con sus 2.5 millones de usuarios al día que la convierten en la estación de Metro más transitada del mundo. ¿Y dónde creen que terminó expuesto de manera permanente El mito del mañana, de Taro Okamoto? 

Con sus 30 metros de largo por 5.5 de alto, el imponente mural de Okamoto puede que sea la pieza de arte público más vista por día en el mundo y la influencia de David Alfaro Siqueiros es innegable en esta monumental pieza. Entristece un poco ver que en la placa conmemorativa del mural no haya un solo texto sobre su historia, nada sobre todos los esfuerzos que hizo Japón para recuperarlo ni sobre su relación directa con México. Pero el hecho de que se pueda apreciar pública y permanentemente tiene, por otro lado, un valor incalculable.

El mito del mañana, exhibido en la estación de metro de Shibuya.
El mito del mañana, exhibido en la estación de metro de Shibuya.

En la misma década en que Okamoto pintaba su mural se dio otra de las más fascinantes anécdotas sobre las relaciones artísticas entre ambos países, pero esta vez vino de la mano del cine mexicano y su época de oro. Si eres un cinéfilo promedio, sabrás que el icónico Toshiro Mifune, la estrella samurái de Akira Kurosawa, hizo un papel de indígena zapoteco en la película de 1961 titulada Ánimas Trujano, dirigida por Ismael Rodríguez. Ésta cuenta la historia de un bebedor y jugador de un pueblo del estado de Oaxaca, cuya máxima aspiración es recibir del cura local el patronato anual del pueblo para ser el anfitrión de las fiestas de la virgen de la iglesia. Tradicionalmente, este reconocimiento solía recaer en alguno de los pobladores más piadosos o pudientes y, aunque Ánimas Trujano carecía de ambas cualidades, ello no impidió que hiciera todo lo posible para ganarse el respeto y la alabanza de la gente.

Mifune no hablaba una sola palabra de español, pero se aprendió todos los diálogos fonéticamente y más adelante fue doblado por el actor Narciso Busquets, que tenía una voz muy parecida a la del actor japonés. La fórmula funcionó y la película fue nominada al Oscar como mejor película extranjera en la edición 34 de los Premios de la Academia y ganó el Globo de Plata a la mejor película en lengua extranjera en la ceremonia de los Globos de Oro de 1962.

La otra obra maestra de Taro Okamoto fue realizada tan sólo dos años después de El mito del mañana y fue la monumental Torre del sol, comisionada por el gobierno japonés para formar parte del pabellón de la Zona de Símbolos de la Exposición Universal celebrada en Osaka en 1970.

La Expo 70 fue la primera feria mundial celebrada en Japón y atrajo la atención internacional, entre otras cosas por la incorporación de obras de arte y diseños inusuales de artistas japoneses de vanguardia, como el Gran Tejado, que cubría prácticamente todo el pabellón japonés, diseñado por el reconocido arquitecto Kenzo Tange. Pero, sin duda, la pieza más icónica y apreciada de toda la feria fue la torre de Okamoto, que es hasta ahora el último vestigio que queda de la Expo 70, erguida sobre el mismo lugar donde se construyó.

Hoy día, el paisaje de lo que fuera la Expo 70 resulta por completo distinto al de la postal futurista que se proyectó para la feria mundial de 1970. Conservar la torre fue de nuevo, y como ya era recurrente cuando de la obra de Okamoto se trataba, un acto lleno de perseverancia, voluntad y buena suerte, ya que la enorme escultura estaba destinada a ser desmantelada como todo lo demás una vez que la Expo 70 llegara a su fin. Por más de 50 años, la torre estuvo cerrada al público y, después de una remodelación de más de una década, reabrió sus puertas hace apenas seis años, el 19 de marzo de 2018.

No pude sentirme más afortunado al tener acceso a las entrañas de ese solitario gigante, sabiendo que las dos obras maestras de Okamoto lucharon contra viento y marea para sobrevivir y ser restauradas. Dentro de la torre se aprecia un enorme árbol de acero de 41 metros de altura, que sostiene 292 modelos que representan distintos organismos, ilustrando el proceso evolutivo de la vida, desde los protozoarios hasta los dinosaurios y desde los reptiles hasta la humanidad.

De golpe recuerdo que en el Museo Memorial de Taro Okamoto, en lo que fuera su casa y estudio en el barrio de Aoyama, dispuestos exactamente como los dejó en vida el maestro, se encuentra una de las famosas artesanías mexicanas de Metepec, Estado de México, localmente conocidas como árboles de la vida. Estas piezas de barro, que todo mexicano puede reconocer inmediatamente, muestran con todas sus implicaciones católicas la alegoría bíblica del mito del jardín del Edén como un lugar paradisiaco, lleno de flora y fauna alrededor de Adán y Eva. Lo único por encima de la desnuda pareja es una figura de arcilla que representa a Dios como un hombre barbudo, tan habitual en la tradición eclesiástica.

La Torre del sol, una enorme estructura creada por Okamoto para la Exposición Universal de 1970, ahora se conserva en el Expo Memorial Park, en Suita, Osaka.
La Torre del sol, una enorme estructura creada por Okamoto para la Exposición Universal de 1970, ahora se conserva en el Expo Memorial Park, en Suita, Osaka.

Por otro lado, el árbol de la vida de Okamoto, aunque con un enfoque más científico y evolutivo, al seguir la cronología de la vida celular de las especies, se asemeja también en que por encima de todas las criaturas, en lo alto de la torre, se encuentra “La máscara dorada”, una de las tres caras del sol que Okamoto creó para representar el pasado, el presente y el futuro. No me cabe la menor duda de que Okamoto rindió un homenaje al árbol de la vida mexicano con su propia versión de éste, vinculando el proceso de su estancia en México una vez más con otra de sus obras maestras.

Aun cuando encontramos en ambas piezas dos innegables referencias a la cultura mexicana, tanto en El mito del mañana, con su influencia muralista, como en el árbol de la vida dentro de la Torre del sol, es una verdad absoluta que Taro Okamoto es, ante todo, el más japonés de todos los artistas modernos japoneses. No sólo fue extremadamente auténtico, sino muy visionario. Su influencia, enorme durante su tiempo como a posteriori, sigue hoy igualmente palpable en casi todas las ramas de la cultura popular japonesa.

Otro escenario artístico que vio la colaboración entre dos gigantes del modernismo internacional fue la relación entre el arquitecto japonés Kenzo Tange y el arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez. Desde el principio de su carrera, Tange demostró un gran talento al ganar en 1954, y a la temprana edad de 36 años, su primer concurso de arquitectura, concedido por el gobierno japonés por su propuesta y visión para el Parque Conmemorativo de la Paz en Hiroshima, dedicado al legado de la ciudad como el primer lugar del mundo en sufrir un ataque nuclear al final de la Segunda Guerra Mundial, en recuerdo a las más de 140,000 vidas que se perdieron instantáneamente al detonar la bomba. Sus edificios más conocidos son los dos hermosos gimnasios construidos en Tokio para los Juegos Olímpicos de 1964, el Hotel Akasaka, así como el complejo del nuevo ayuntamiento de Tokio, la Universidad de las Naciones Unidas en Shibuya y la Place d’Italie en París.

Por su parte, Ramírez Vázquez fue uno de los arquitectos mexicanos más importantes de las décadas de 1960 y 1970. Fue autor de obras como el Museo Nacional de Antropología y el Museo de Arte Moderno, el Estadio Azteca, las instalaciones para los Juegos Olímpicos de 1968 en Ciudad de México y el Museo Olímpico para el Comité Olímpico Internacional en Lausana, Suiza.

Taro Okamoto es, ante todo, el más japonés de todos los artistas modernos japoneses. No sólo fue extremadamente auténtico, sino muy visionario.

Tange y Ramírez Vázquez colaboraron en el diseño de la embajada de Japón en Ciudad de México, en 1976, situada en la avenida más prominente de la capital mexicana, el Paseo de la Reforma. Característico de la obra de Tange, observamos como elemento distintivo el uso de ejes que rompen con la simetría de la fachada rectilínea y del volumen en general.

Resulta imposible separar la obra del memorial de la paz en Hiroshima, de Tange, de El mito del mañana, de Okamoto, sobre todo por su legado y por lo que significan para el pasado y, en particular, para el futuro de la humanidad. Frente a esta nueva era de conflictos bélicos, ha vuelto la amenaza de una nueva guerra nuclear. Resulta en una especie de magia sincrónica meditar en la misiva de Taro Okamoto con El mito del mañana y ver su contrapeso perfecto en el árbol de la vida. Ambas obras fueron concebidas prácticamente al mismo tiempo y, mientras que una nos advertía sobre la muerte y la destrucción de la guerra, la otra celebraba el milagro de la vida en todas sus formas. Ambas piezas fueron el fruto del interés del maestro Okamoto por unir dos culturas muy distintas en apariencia, pero no en esencia, al resonar de muchas formas mediante una serie de elementos ancestrales en común y una gran riqueza histórica. Este intercambio cimentó una amistad entre nuestros países que perdura y que constantemente se actualiza con nuestras constantes relaciones culturales y diplomáticas.

El Museo de la Paz de Hiroshima, diseñado por el arquitecto Kenzo Tange.
El Museo de la Paz de Hiroshima, diseñado por el arquitecto Kenzo Tange.

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