Chiribiquete: una visita a la casa de los hombres jaguar

Para las culturas indígenas, éste era el centro del mundo. No por nada es un lugar que atraviesa la línea ecuatorial.

06 Apr 2023

Fue una tormenta tropical la que lo desvió de su ruta en la Amazonia y lo enfrentó al paraíso perdido que cambiaría su destino para siempre. En 1986, Carlos Castaño Uribe, quien era entonces el director de parques naturales en Colombia, divisó desde una avioneta el monumental paisaje de la serranía de Chiribiquete, uno de los lugares más secretos y desconocidos del planeta. Nunca imaginó que esas gigantescas rocas que surgían de la selva, con las que se topó por error y que no figuraban en ninguno de los mapas de navegación de la época, serían el descubrimiento que cuestionaría todas las teorías sobre el poblamiento de América y que luego serían declaradas Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, por considerarlas uno de los tesoros culturales y naturales más emblemáticos de América.

Chiribiquete, que tiene la superficie de Países Bajos, se ubica entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, en Colombia. De su densa selva tupida surgen 38 tepuyes de cerca de 900 metros de altitud, que triplican la altura de la torre Eiffel. Estas formaciones, características del escudo guyanés, son un tipo de mesetas de pendientes verticales con cima plana. Parecen la inspiración de los escenarios selváticos y las montañas voladoras de Pandora en la película Avatar.

Cuando lo descubrieron hace 36 años, Castaño Uribe y el piloto de la aeronave de Parque Nacionales Naturales se limitaron a sobrevolar con asombro y anotar las coordenadas de este lugar. Necesitaron muchos más viajes en avioneta para elaborar un mapa y plantear los argumentos técnicos para declararlo como área protegida y parque nacional. Sin embargo, lo que este explorador considera como su verdadero descubrimiento fue el encuentro con dos enormes jaguares pintados en los abrigos rocosos de estos tepuyes cuando los escalaron en sus primeras expediciones. Según las pruebas de carbono 14, que permiten conocer la antigüedad de los materiales orgánicos, tienen más de 20,000 años, lo que contradice las teorías sobre el poblamiento en América, que afirman que la llegada de la especie humana a este continente por el estrecho de Bering data entre 12,000 y 14,000 años. Desde el encuentro con los primeros murales en Chiribiquete se han realizado muchas expediciones con los mejores científicos en todos los campos, quienes han recogido las pruebas de por qué éste es un sitio extraordinario y la importancia de su protección.

Julia Miranda, quien fue también directora de Parques Nacionales y lideró las dos ampliaciones del área de conservación del lugar a 4.2 millones de hectáreas, indica que “las expediciones que se han hecho demostraron que es una zona inexplorada e intacta, en la que no ha habido asentamientos humanos, sino que es un sitio sagrado de peregrinaje. Allí se encuentran estos testimonios de esos pueblos indígenas que quedaron plasmados en enormes murales, que prácticamente son únicos en nuestro país”. El lugar se sigue usando por comunidades indígenas no contactadas o aisladas por decisión propia. Ha sido reutilizado permanentemente con fines y propósitos ceremoniales a lo largo de muchos siglos y, lo que es más admirable aún, hay la certeza de que comunidades indígenas no contactadas posiblemente estén realizando actividades ceremoniales e, incluso, manteniendo esta tradición pictórica con fines rituales hasta hoy. De hecho, ésta fue una de las razones para limitar la presencia y las visitas en el parque nacional, porque es una manera de proteger los derechos de estas comunidades de mantenerse aisladas y así no poner en riesgo su bienestar y sus prácticas culturales.

Desde el encuentro del primer abrigo rupestre se han localizado cerca de 70 murales y, en ellos, más de 70,000 representaciones que estructuran uno de los patrimonios más fascinantes de nuestra historia, desarrollados desde el periodo paleoindio. Estos paneles de pinturas, que pueden alcanzar ocho o 10 metros de altura o longitud, han sido dibujados en rituales por chamanes –una especie de brujos con poderes para percibir otras dimensiones–, que son los líderes espirituales de las comunidades indígenas.

El libro Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar es el estudio más completo que se ha hecho de las pinturas rupestres que hacen parte de la tradición cultural de Chiribiquete y explica que éste es un lugar ritual y sagrado. Se indica que, quizá, fueron chamanes los que las pintaron, quienes ingerían plantas alucinógenas y venenos de insectos en busca de estados alterados de conciencia para convertirse en hombres jaguar y lograr una forma de pensamiento filosófico determinada. De hecho, hay escenas en las que se ve el consumo por parte de los chamanes de plantas como el yajé y el árbol yopo, así como el uso ritual de veneno de hormigas y avispas.

Para las culturas indígenas, éste era el centro del mundo. No por nada es un lugar que atraviesa la línea ecuatorial. Es llamado La Maloka (que para muchas tribus indígenas representa la casa comunal donde se adquiere la sabiduría) del Jaguar. En la cosmología de varios pueblos amazónicos, el felino es el hijo del Sol y la Luna. La mayoría de las representaciones de estas pinturas están asociadas con éste y con los cazadores-recolectores que se transforman en jaguar. Lo que más asombra es que algunas tienen más 20,000 años. Algunas de las comunidades que habitan en sus fronteras dicen que entrar ahí es un sacrilegio. Los únicos que pueden hacerlo son los chamanes, porque son capaces de manejar las fuerzas y la energía que desprende esta serranía.

Por su parte, en los estudios del antropólogo y experto en estos rituales amazónicos Gerardo Reichel-Dolmatoff se han evidenciado prácticas en las que chamanes usan alucinógenos y buscan transformarse en animales para poder vagar, sin ser reconocidos, por nuestro mundo terrenal. Luego de ingerir las sustancias, se retuercen, arañan, rugen y asumen movimientos felinos. Lo que Castaño Uribe encontró en Chiribiquete es que se puede identificar a los cazadores y guerreros pintados en estas piedras milenarias, donde las figuras humanas se ven, como los jaguares, con sus bocas o fauces abiertas y en algunos casos se observan sus grandes colmillos. Aparecen en escenas de cacería, en medio de batallas y sobre todo en bailes rituales que, como los jaguares, acompañan todas las escenas.

No es coincidencia que estos cazadores-recolectores quisieran convertirse en hombres jaguar: no sólo por ser considerado el rey de las selvas del continente americano, sino porque representaba el poder y la fuerza de los cazadores y el enlace entre el mundo físico y el espiritual. Muchas culturas americanas creen que estos animales son seres mágicos, ya que llevan al sol en la mirada para ver en la oscuridad. Un mordisco basta para desnucar un cocodrilo. Son irrastreables, imperceptibles. Fueron ellos quienes lideraron por siglos la punta de la cadena alimentaria.

Los chamanes que pintaron en las rocas eran nómadas que llegaban por diversas rutas durante su peregrinación. Como un templo sagrado, en este lugar no se puede vivir, solo visitarlo. De hecho, Carlos Rodríguez, director de Tropenbos, una reconocida organización de pueblos indígenas de la Amazonía, explica que los chamanes no sólo recorren el lugar, sino que lo visitan con el pensamiento. “No es un centro, es El Centro. Un espacio común que es cuidado por chamanes que tienen que mantenerlo vivo porque ésa es la cuna de la espiritualidad”, afirma.

Los estudios realizados por expertos y las expediciones a esta serranía, que se han adelantado por muchos años de la mano de conocedores y científicos de diversos campos, han demostrado que se trata de uno de los patrimonios culturales más importantes del continente. Los significados de los pictogramas son hallazgos que permiten darle una nueva interpretación a nuestra historia: conectan a nuestros ancestros con diversas culturas aborígenes en toda América Latina y el Caribe, ya que se ha encontrado evidencia de esta misma tradición pictórica desde México hasta Brasil. Son las mismas figuras que aparecen en lugares remotos del continente, dejando la evidencia de una cultura milenaria que los une.

Pocos sitios en el planeta cuentan con la excepcional biodiversidad de los ecosistemas de Chiribiquete, que alberga 1,850 especies de plantas vasculares, agrupadas en 143 familias. Ello representa 7.3% de las especies presentes en territorio colombiano y 57% de aquéllas en la denominada región guayanesa del país. En cuanto a la fauna, el número de familias, géneros y especies corresponde respectivamente a 37, 29 y 16% de los registrados para el país.

Gonzalo Andrade, un reconocido biólogo y profesor del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia que ha participado en varias de las expediciones al lugar, explica que no sólo su geografía o la cantidad de nuevas especies que han encontrado lo hace único, sino que “Chiribiquete es como el centro de masificación de especies. Hemos encontrado allá una mezcla de especies de otras regiones del país. Aunque es amazónico, no sólo hay de la región amazónica y la Orinoquía de Colombia, sino que hemos encontrado especies de mariposas andinas volando en Chiribiquete”. Es muy extraño que en un mismo espacio convivan especies de cuatro ecosistemas diferentes.

Por varias décadas se mantuvo casi en secreto la existencia de este parque nacional natural. Se decidió protegerlo por su valor natural y fragilidad, y mantenerlo con un bajo perfil para evitar exponerlo al turismo y el desarrollo sin un marco jurídico y técnico sólido que comprometiera al Estado y a los gobernantes. No es fácil cuidar un área protegida tan grande, donde no hay suficiente presencia institucional y en donde los servicios públicos o centros de salud se encuentran a seis días a pie.

¿Por qué no se sabía de este lugar? Porque Castaño Uribe, por más de una década director de Parques Nacionales e investigador principal del arte rupestre, temía una avalancha humana sin tener la capacidad ni los recursos para proteger el sitio. Éste había permanecido inexpugnable durante siglos, no sólo por la impenetrable geografía, sino por decisiones culturales y milenarias de sus visitantes ancestrales, que lo consideran un sitio sagrado.

Teniendo en cuenta varios escenarios, se hicieron esfuerzos para garantizar la protección y conservación de la Amazonia y de Chiribiquete. Estas tareas iban desde incentivos y políticas para la conservación y el desarrollo sostenible en zonas de alta deforestación y cultivos ilícitos hasta la implementación de medidas de vigilancia y control. Más recientemente, y con el acompañamiento de la cooperación internacional, se destaca el cuidado del lugar y de las comunidades indígenas no contactadas que permanecen allí. En el mismo sentido, se fortalecen diferentes valores naturales y culturales asociados a otras formaciones similares: por ejemplo, el ecoturismo en San José del Guaviare y particularmente la serranía de la Lindosa, con patrimonios afines y similares a Chiribiquete, porque finalmente nadie cuida lo que no conoce y valora.

El arte rupestre de la serranía de la Lindosa

Dado que el Parque Nacional Serranía de Chiribiquete se encuentra restringido para el ingreso turístico por tierra, y desde la pandemia tampoco se permite el ingreso por aire, por la fragilidad del ecosistema y para la protección de las comunidades indígenas en aislamiento voluntario, la mejor forma de conocer las pinturas de esta tradición es visitarlas en la serranía de la Lindosa.

Para poder conocer las pinturas rupestres de la tradición de Chiribiquete hay que ir a San José del Guaviare, uno de los destinos predilectos para los viajeros que disfrutan los planes de aventura, en territorios agrestes y paisajes exóticos, así como estar en contacto con diferentes comunidades indígenas.

Sólo dos aerolíneas viajan a San José del Guaviare desde Bogotá (Easyfly y Satena), pero hay que tener en cuenta que no tienen frecuencia diaria, sólo vuelan algunos días de la semana. Para conocer la región, lo idóneo es coordinar la visita con guías locales porque no hay sistema de transporte público y las distancias son largas, con caminos que requieren vehículos 4 x 4 que los guías suelen brindar. Es fácil conseguir paquetes completos, que recomiendan al menos cinco días de viaje para vivir una experiencia integral.

¿Cómo se llega al arte rupestre?

Para visitar algunos de los sitios se sugiere salir muy temprano, dado que las pinturas están a dos horas de San José (47 kilómetros) y los planes de los guías suelen incluir una parada educativa en la finca El Chontaduro, donde los locales relatan el conflicto que hubo en la zona y sensibilizan sobre la sacralidad de la planta de coca. Se camina cerca de cuatro kilómetros para llegar a Cerro Pinturas y Cerro Azul, que, según los expertos, pueden tener entre 10,000 y 12,000 años de antigüedad. Vale la pena pasar por una cueva en aquel lugar, con túneles naturales entre las paredes rocosas que caracterizan la región y que desembocan en otro mural de pinturas y en el mirador de Cerro Pinturas, desde donde se puede contemplar la jungla, a la que llaman por su extensión “el mar verde”.

Un mismo legado ancestral

El experto de esta tradición cultural, Carlos Castaño Uribe, explica que las pinturas de la serranía de la Lindosa son la puerta de entrada a Chiribiquete, tanto por la fauna como por las representaciones rupestres. Los paneles en Guaviare se encuentran en diferentes grados de conservación, pero en todos se puede evidenciar las representaciones figurativas y abstractas que comparten simbolismos –aunque con otro estilo– con los abrigos dentro del Parque Nacional Chiribiquete.

Puerta de Orión

Una de las formaciones rocosas más emblemáticas del Guaviare es la Puerta de Orión, que mide 12 metros de altura. Dicen que la llamaron así porque en las noches, durante algunas temporadas, sus grutas encuadran la constelación de Orión. Ésta es considerada por algunos pueblos indígenas de la región como la constelación del jaguar. Sus estrellas más luminosas (Rigel, Betelgeuse, Bellatrix y Saiph) completan el cuadrilátero de Orión, que representa las patas extendidas del felino. La cosmología señala que el jaguar, hijo del Sol y la Luna, recorre en la canoa cósmica (la Vía Láctea) el territorio desde el cielo para asegurar el cumplimiento de las leyes y normas de este mundo.

Los ríos de colores

Nadie sabe colorear mejor un paisaje que la propia naturaleza. Otro de los lugares que ofrece un espectáculo excepcional es Caño Sabana, el cual abarca formaciones rocosas que, por la presencia de Macarenia clavigera –una planta acuática prehistórica endémica–, se pintan con tonos rojos, amarillos, verdes y azules en las aguas del río, aunque sus colores dependerán de la época del año, ya que aparecen entre junio y noviembre, durante la temporada de lluvias.

Se resalta la importancia del agua en la región con la formación de los paisajes en los cuales sobresalen las formas rocosas labradas por el agua en la superficie, así como en los lechos y arroyos que han esculpido de manera particular pozos, piscinas y caños naturales en la roca.

La laguna Damas del Nare, una apuesta de ecoturismo con delfines rosados

Uno de los sitios imperdibles para ver fauna de la región es la laguna Damas del Nare, alrededor de la cual se puede realizar senderismo en un bosque inundable y ver primates, aves y árboles característicos del piedemonte amazónico, pero cuyo principal atractivo está en bañarse con los delfines rosados, los animales más amistosos y curiosos de estos ríos amazónicos.

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