Foto: cortesía Leroo La Tau

Seguro has visto esos documentales de National Geographic con reservas naturales que desbordan vida silvestre y enormes concentraciones de elefantes cruzando un río, pequeñas canoas de madera desplazándose perezosas por estrechos canales repletos de nenúfares y esa imagen aérea del delta del Okavango ramificándose por el desierto en un esfuerzo inútil por llegar al mar.

Pero hoy no vamos a hablar de todo eso que lo convierte en uno de los países favoritos de Africa para los viajeros, sino de una de las regiones menos exploradas del país: las salinas de Makgadikgadi.

Las salinas por tierra y aire

Me cuesta trabajo imaginar una experiencia más conmovedora que pasar una noche bajo millones de estrellas, sin nadie alrededor, en una de las salinas más grandes del mundo.

Makgadikgadi es un lugar tan remoto que no hay contaminación acústica ni lumínica. El silencio es ensordecedor y, al caer la noche, las estrellas se comienzan a multiplicar exponencialmente.

Recuerdo estar acostada en el salar, observando el cielo, y sentir cómo se difuminaban los límites del espacio, fundiéndome con un universo infinito de lucecitas tintinando.

Foto: cortesía Leroo La Tau

Es difícil explicar esa sensación extraordinaria que surge al exponernos de forma tan directa a la naturaleza en su estado más puro. Son éstas las vivencias que marcan un antes y un después, aquellas que se convierten en historias entrañables.

Pero la aventura comienza mucho antes de que salga la primera estrella. Llegas en helicóptero, descubriendo a vista de pájaro la inmensidad de las salinas. Aterrizas en medio de la nada, con tiempo suficiente para apreciar el paisaje y sacar fotos divertidas. La fogata está encendida. El sol comienza a tejer el horizonte con magenta y rosado.

Se avecina un atardecer perfecto, con tu bebida favorita y la mejor compañía. El chef está cocinando la cena. Les han preparado una mesita encantadora, con manteles largos y flores. Un par de colchones sobre el tapete, lámparas de aceite, una fogata y cientos de miles de estrellas…

¿Qué más se puede pedir? El amanecer también es impresionante. Lo celebras con una taza de café recién hecho y vuelves a tu lodge (Leroo La Tau) justo a tiempo para agasajarte con un delicioso brunch.

Desierto de Kalahari

El desierto del Kalahari ofrece una gama extraordinaria de vivencias inauditas para que tu viaje por estas tierras lejanas sea incluso más original: puedes hacer caminatas guiadas con una tribu de bosquimanos, tener encuentros cercanos con suricatas ya habituadas, recorrer las salinas a caballo o en cuatrimoto, explorar el desierto en 4×4 y, si viajas entre noviembre y abril, hasta podrás ver la migración anual de cebras.

Foto: cortesía Makadikadi Kalahari

Mi campamento favorito en esta zona es Jack’s Camp (renovado en 2021). Un oasis de belleza y hedonismo, con el sofisticado estilo cásico de los safaris de antaño y la salvaje autenticidad de los exploradores modernos. Ralph Bousfield es el visionario detrás del proyecto, en cuyos ojos azul infinito hierve la pasión por esta tierra.

Tuve la suerte de recorrer el Kalahari en su 4×4 y escucharlo emocionado mientras revelaba las historias escondidas en esas piezas –rarísimas– que atesora en su museo: una vitrina de cristal llena de fósiles, restos arqueológicos, huesos de todo tipo, colmillos enormes, pieles de serpiente y extraños especímenes flotando en formol…

Y es que viajar nos abre, nos expone al mundo, nos conecta con personas interesantísimas que nos inspiran y transforman.

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