Buenos Aires: ciudad de tugurios y palacios

Siempre está pasando algo en la última gran ciudad del continente.

23 Aug 2017

Una ciudad de tugurios y palacios, de glamour y excentricidades. Es una ciudad de taxistas que a medianoche recogen en esquinas porteñas a espigadas modelos de piernas finísimas que van a los night clubs y bares de moda de Palermo, locales glamurosos con nombres de ciudades como Río, de reinas longevas como Isabel, o de actores muertos como Belushi. Sitios a los que acuden estrellas y celebridades, personajes del ambiente y figurines. Pero también es una ciudad de lúmpenes de la diversión, trasnochados sin dinero que llegan a pie o en bicicleta hasta bares mugrientos, recodos nocturnos llenos de mística y vulgaridad.

Buenos Aires es una ciudad de gustos contrapuestos. Lo sabe el nuevo rico que los jueves paga miles por una mesa en Tequila, la discoteca VIP frente al Río de La Plata en la Costanera, para atraer jóvenes bien arregladas y ardientes que aman la champaña y el dinero. Y lo sabe el hipster que hurga en los tachos de cerveza gratis, cortesía del Patio del Liceo, un antiguo colegio para señoritas en Recoleta convertido en reducto de cultura emergente; un edificio venido a menos con ateliers, tiendas de autor, talleres de arte, un bar, un vivero, una tarotista, locales singulares por donde pululan los modernos, los freaks, los drogones, y donde galerías hip como Fiebre regalan alcohol cada viernes al anochecer. Un sitio donde cualquier turista ávido de cosas no tan obvias levantaría la copa.

Las horas
En Buenos Aires la vida nocturna es nocturna en serio, y un salidor de horario precoz puede toparse con la más absoluta soledad. El mejor momento para asomar es a medianoche. A esas horas, avenidas como 9 de Julio, Santa Fe, Córdoba y Libertador, pesadillas del tráfico diurno, parecen más anchas y románticas. Una brisa promisoria flota bajo el relumbrón de luces callejeras que, casi siempre, conducen al barrio de moda: Palermo.

Quince años atrás, Palermo era un barrio bonito pero sin brillo. Un suburbio de galpones viejos, talleres mecánicos y antiguos ph. Hoy, Palermo es el epicentro de la modernidad porteña, un barrio copado por artistas, productoras de televisión, fotógrafos y cineastas, dividido según los caprichos inmobiliarios en Viejo, Hollywood o Soho. Palermo es la Nueva York criolla, la parte cool de la ciudad y a la vez una radiografía de la transformación que sufrió Buenos Aires al cambiar el siglo.

Después de una década de fantasía económica en la que un dólar equivalía a un peso —la moneda local—, y en la que esta ciudad era más cara que París, Milán o Tokio, la devaluación post crisis de 2001 y el auge del turismo hicieron que aquí florecieran barrios, galerías de arte, hoteles boutique, night clubs glamorosos, tiendas de moda. En pocos años, Buenos Aires vio el nacimiento y auge de la gastronomía y coctelería de autor, de los restaurantes a puertas cerradas, de los bares escondidos, de los concept stores, y de los antiguos palacios convertidos en hoteles de lujo. Y así, esta ciudad se ubicó entre las capitales turísticas del mundo.

Los bares escondidos
Buenos Aires es una ciudad de influencias; lo refleja su arquitectura y también su vida nocturna. Desde hace unos años que en Nueva York revivieron los speakeasy, —antiguos bares camuflados de la época de la ley seca— el furor por la coctelería invadió la ciudad y los bares ocultos aparecieron en escena.

Nunca antes los bartenders locales habían estado tan entusiasmados. En el último lustro su oficio creció en popularidad, status y elegancia. Muchos se visten como dandys, con moños, chalecos y zapatos pulidos. Junto a los chefs, son las nuevas estrellas del lifestyle porteño. Tato Giovannoni es el más famoso y tiene su propio bar escondido, el bullicioso y alegre Florería Atlántico, oculto detrás de una tienda de flores en el barrio de Retiro, donde él mismo prepara algunos de los mejores combinados de la ciudad. Victoria Brown es el speakeasy más nuevo de Palermo y por eso está de moda —aquí lo nuevo es moda hasta que desaparece o se convierte en clásico—.

El local de Victoria Brown está camuflado detrás de una cafetería, mezcla estilo victoriano y ambiente post punk: motores gigantes de 1900 en medio del salón, relojes mecánicos de tamaños industriales, tuberías oxidadas y bartenders sin moño, ni chalecos, ni zapatos pulidos. El inquieto Ezequiel Rodríguez, después de armar Frank´s Bar —uno de los primeros speakeasy palermitanos—, definió el concepto de Victoria Brown y reclutó al bartender Dani Bieber. “Dani es simplemente una leyenda local”, dice, mientras la leyenda prepara su trago estrella: La Provence, una mezcla de gin de lavanda, limón y miel. Este bar es ideal para ir solo y volver acompañado, especialmente los miércoles.

Pero en el principio hubo un pionero: el 878, de Villa Crespo, el barrio vecino a Palermo. Fue uno de los primeros bares escondidos y después de diez años está a punto de convertirse en clásico. Todavía mantiene una gran carta de tragos, una barra inmensa y buenos platos, además de una programación con dj´s locales. Es el bar adecuado para ir los lunes.

Bares a la vista
Rey de Copas no está escondido, no es el bar cool, ni tampoco el de moda, pero es uno de los mejores bares de coctelería de la ciudad. Ubicado en una casona centenaria de Palermo, fue decorado por su dueño, Sebastián Páez Vilaró, con objetos recogidos en sus viajes por el mundo. Hay que atravesar el patio delantero, donde sirven comida francesa, para llegar al bar y entrar en su exótica órbita. Rey de Copas parece un fumadero de opio marroquí, un living extraño y elegante. Enigmáticas marionetas de 1800, lámparas y alfombras exóticas, textiles orientales, mesas de durmientes de ferrocarril, máscaras africanas y obras de arte componen su interiorismo ecléctico.

La coctelería de Rey de Copas es estilo tiki, con clásicos y tragos de autor. Otra opción es Verne Club, un bar de impronta steampunk: sillones Chesterfield de cuero, mesas de reminiscencias victorianas, alfombras persas y paredes de hierro oxidado. En este ambiente retro futurista y victoriano tomar un gin tonic leyendo a Julio Verne o Mark Twain estaría muy a tono con el imaginario del local; aunque, claro, nadie lee en bares de moda. Uno de sus fuertes es “Los once sin mujer”, una sección de la carta que ofrece tragos de autor creados por bartenders de otras barras del mundo.

Beber en palacios y emborracharse en tugurios
Milion sigue siendo el restaurante bar más elegante de la ciudad. A esta mansión de estilo belle époque construida hace más de cien años la visitan socialités, jet-setters internacionales y bon vivants porteños. Chimeneas, pianos, vitrales, escaleras de mármol y obras de arte conforman esta lujosa pompa citadina de tres pisos que aún conserva su antigua entrada para carruajes y un jardín de ensueño. El nivel de la comida —arepas colombianas, coxinha de frango y torrejas, cochinillo confitado— y la bebida acompañan. Y una cuidada programación de conciertos, concursos de fotografía y pintura, ciclos de cine y happenings le dan el toque bohemio.

Otro sitio de elegancia atemporal es el Oak Bar, el bar del Palacio Duhau, una antigua mansión familiar en Recoleta convertida en hotel de lujo por la cadena Park Hyatt. Este salón con vista a los jardines del palacio y revestido en madera de más de un siglo es un verdadero bar de cigarros: los tragos de autor fueron creados para maridar con los puros de primera clase que allí se venden y se fuman. Más de cincuenta whiskys importados, una coctelería clásica de todas las épocas y un brillante bartender —Matías Bernasconi, 28 años—, hacen que el Oak no sea el típico bar de hotel, aburrido y sin espíritu, sino uno con encanto propio.

En la vereda opuesta a tanto lujo y elegancia centenarios, existe un bar de esquina en Chacarita, un bodegón de mala muerte lleno de alma por el que transitan los santos y demonios más adorables de esta ciudad. Actores célebres ya empobrecidos, estrellas del underground, fantasmas que llevan décadas de noches sórdidas, roqueros famosos y simples borrachos aman Mamita: el último tugurio divino que dio Buenos Aires, el sitio para vagabundear sin filtro y reventar hasta cualquier hora.

Atravesar las puertas vaivén de este bodegón de sillas vulgares es encantador y peligroso. Algo en su engranaje íntimo hace que una vez adentro nadie quiera salir. Celebridades como Ricardo Darín, Andrés Calamaro o Fito Páez se mezclan aquí con trasnochados comunes mientras suenan músicos y bandas locales como Charly García, Los Abuelos de la Nada y Los Twist, a la par de Frank Sinatra, Rita Lee, los Rolling Stones o Bob Dylan. Norman, su creador, es el antiguo dueño de varios de los cabarets más famosos de Buenos Aires, y es el alma de Mamita. Norman abrió este bar hace un año. Pero parece que tuviera décadas. Los jueves llegan las almas inquietas de toda la ciudad y Mamita despega del piso.

El éxtasis del sonido
Como toda gran ciudad, Buenos Aires tiene un circuito electrónico que atraviesa toda la semana. Aunque las mejores fiestas ocurren los lunes, martes y viernes.

Lunes: Club Severino, la única fiesta que convoca 1000 personas el día más difícil de la grilla. El venue es Bahrein. House, electro, trap, pop indie y techno en un ambiente cosmopolita lleno de franceses, estadounidenses, brasileños, ingleses y argentinos.

Martes: Hype es la fiesta correcta. A sólo dos cuadras de Plaza Serrano —el corazón de Palermo— en Kika Club, dj´s de todo el mundo seleccionan lo mejor de la electrónica emergente. Una fiesta llena de extranjeros listos para cualquier cosa.

Viernes: Mod, en San Telmo. En este club para 700 personas pinchan los mejores selectores locales: Carlos Alfonsín, Savoretti, Kevin di Serna, Vuarembom, Vasami, Martín García o Deep Mariano, productores y creadores de tracks que suenan en todo el mundo. Dos viernes al mes musicalizan dj´s extranjeros.

Sólo para enterados
Regia House es una vieja casona de Recoleta en Montevideo y Santa Fe donde funciona la redacción de Regia Mag, la revista independiente de moda más recalcitrante de Buenos Aires. En este espacio, al que sólo se llega por invitación los días programados, hay happenings, galerías de arte, showrooms de diseñadores emergentes y una programación dispareja de fiestas y cocteles que convoca a personajes claves del mundillo de la moda, el rock y el indie local. Un agujero ineludible para los modernos.

Clubhouse es el único club privado de membresía al estilo de los men´s clubs londinenses que existe en Buenos Aires. En pleno Palermo, este local sin fachada esconde una de las casas más exclusivas de la ciudad. Su acceso es limitado (sólo se puede ingresar con miembros o por listas en algún evento). Fiestas VIP, degustaciones, conciertos de jazz y eventos de moda conforman la agenda de esta casa elegantísima y moderna con jardín, piscina de vista infinita, restaurante-bar y un pequeño hotel boutique donde se alojan allegados al club y celebrities internacionales. La membresía local permite el acceso a clubes aliados en Nueva York, Londres, Budapest, Cartagena, Sao Pablo, Río de Janeiro, Toronto y Hong Kong.

Poe es un bar y restaurante en una casa centenaria de cinco pisos en Núñez —un barrio muy alejado del centro de la ciudad— que funciona como punto de encuentro subterráneo de artistas, modelos, actores, músicos y personajes. Sus dueños son dos estrellas de televisión argentina y aquí organizan muestras de arte, galerías, cocteles, DJ sets y fiestas inolvidables. El ambiente mezcla gente del underground, del mainstream y freaks de todo tipo. Sólo se llega por buenos contactos o de pura suerte.

La música en vivo
En Buenos Aires los melómanos que asisten a conciertos en clubes de jazz frescos y libres de humo como Boris, Thelonius o Notorius, parecen educados y tienen cierto aire intelectual.

Muy distintos a los traspirados, borrachos y encendidos habitués de venues ahumados como Roxy Live, Makena o Niceto Lado B, sitios roqueros con un glamour encantador y bizarro, donde se presentan bandas nuevas o consagradas, de culto, y otras que nadie sabe cómo llegaron allí.

El Club Cultural Matienzo es uno de los puntos fuertes del circuito emergente. En esta casa ubicada en el límite entre Palermo, Villa Crespo y Almagro, casi cien productores autogestionados programan espectáculos, talleres, vinculan y cruzan artistas ligados al arte, la literatura, el cine y la música. ccm tiene gran poder de fuego e incidencia positiva en las dinámicas culturales de la ciudad.

El arte del buen comer
Ralph´s es un restaurante de alta gama en Palermo Soho. Un delicado patio francés antecede al lounge de este proyecto gastronómico que cuenta con dos figuras claves: el reconocido chef Hernán Taiana (de Astrid & Gastón, sucursal porteña de la cadena del chef peruano Gastón Acurio), y el mixólogo estrella Seba García (Frank´s, Harrison, Tarquino). Cocina gourmet asiática, peruana, italiana y americana con pinchos, ceviches, tiraditos, risottos, pastas y carnes a un promedio de 40 dólares por persona.

Casa Coupage es un restaurante a puertas cerradas creado y atendido por sommeliers de reconocida trayectoria (Inés Mendieta y Santiago Mimycopulo). El salón es íntimo, sólo nueve mesas, y la cocina es argentina moderna: albóndigas de pato, lomo empanado, matambre cocido en leche, pastel de maíz y berenjenas ahumadas. La carta de vinos incluye una selección de las mejores bodegas boutiques argentinas. El precio: unos 50 dólares por persona. Sólo se accede por reserva previa.

Tegui es uno de los mejores restaurantes de autor de la ciudad. Su dueño es el top chef argentino Germán Martitegui y la cocina es contemporánea con tecnologías modernas: burrata con fresas, albahaca, vinagre balsámico y pistachos; centolla con crema de coco y mango, ossobuco cocido a baja temperatura con manzanas caramelizadas. Hay menús de 8 pasos con vino (a 100 dólares por persona) o se puede pedir a la carta (50 dólares promedio por persona).

Tarquino es el restaurante del Hub Porteño, una de las últimas mansiones de Recoleta convertidas en hotel de lujo. Allí el chef Dante Liporace cambia el menú cada tres semanas: cochinillo con puré de ajo cocido en soja y albahaca; cordero con espuma de yogurt con menta o risotto de calamares, o la secuencia de la vaca, un menú de siete pasos desde la cabeza a la cola del animal, con cortes exóticos como seso o rabo. El precio oscila entre 50 y 100 dólares por persona.

Guido es un viejo bodegón, en Barrio Norte, que sirve la mejor comida italiana. Parmigiana de melanzane, agnollotis de cordero en salsa de hongos frescos y trufas, y burrata di mozzarella di buffalla son algunos must del menú de este restaurante que abrió en 2000 y ya es un clásico.

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