Uno puede pasar de largo por esta maltratada construcción de ladrillos, con un anuncio luminoso que no funciona escondido entre dos altos edificios de departamentos de San Francisco. Tal vez eso es parte del encanto de este sitio: uno tiene que saber para dar con él, o de plano tener buena suerte y animarse a entrar.

Mi primo Chucho, sanfranciscano por adopción, conoce mi afición cervecera, así que cuando me contó de Hopwater y su variedad de pale ale, porter, stout, lager, weizen e ipa, de inmediato le pedí que me llevara.

Aunque la entrada no invita mucho, por dentro el lugar es acogedor, de estilo casual, relajado y moderno. Se ordena en la barra, y de alguna de las 30 llaves montadas en la pared, el bartender sirve las heladas variedades, incluso, si no sabes por cuál decidirte, puede darte a probar alguna de ellas.

La gente se sienta a esperar los alimentos, y cuando veo pasar un mousse de hígado de pato, el pollo frito buttermilk y la ensalada de arúgula salvaje con betabel, fresas y queso de cabra, empiezo a dudar si mi elección fue la adecuada, aunque mantengo la esperanza.

Cuando llegaron los deviled eggs con cangrejo, supe que había elegido bien. Tenían una consistencia tierna pero firme, con un relleno de texturas divertidas. Ésa fue la entrada, junto con unas papitas fritas que parecían croquetas, llamadas Dungeness Tater Tots. De segundo probamos las tres sliders de Angus; para entonces ya íbamos por la segunda stout, que resultó un maridaje accidental perfecto.

Raúl Villalobos, el chef mexicano, salió a supervisar que todo estuviera impecable, y así fue. Con esta comida y cervezas, dudo que pase mucho tiempo antes de que lleguen las masas y deje de ser un sitio underground.

Hopwater Distribution, 850 Bush St., San Francisco.