Historias de hoteles: Las Mañanitas, Cuernavaca

Con unos jardines casi tan legendarios como los nombres que aparecen en su lista de huéspedes, probablemente haya muy pocos hoteles que puedan competir con la fama y la historia de ‘Las Mañanitas’

29 Mar 2021

En 1996, Elena Poniatowska publicó su novela Paseo de la Reforma. La obra narra la romántica (y un poco trágica) historia de Ashby Egbert y Amaya Chacel —personajes inspirados en Archibaldo Burns y Elena Garro—, y entre los excéntricos viajes de ambos a Nueva York o a París, el despilfarro de la fortuna de Ashby y los activismos de Amaya, la pareja tiene un refugio usual: la suite principal de Las Mañanitas.

Ubicado en la calle Ricardo Linares, a las afueras del centro histórico de Cuernavaca, Las Mañanitas abrió hace más de 65 años, y prácticamente desde el día uno se consolidó como lo que ha sido por estas casi siete décadas: un (exclusivo) refugio, una escapada y un oasisActualmente cuenta con 27 suites, un restaurant que es casi legendario, enormes jardines, áreas para eventos y convenciones, y un spa que ha sido reconocido como el mejor del mundo. Y aunque en sus inicios fue más modesto, todo surgió gracias a un solo hombre: Robert Krause.

Los jardines de ‘Las Mañanitas’ han sido un punto de reunión social desde su inauguración.

El abogado que se convirtió en hotelero

Originario del estado de Oregon, Robert (mejor conocido como Bob) Krause era abogado de formación, laboraba en el departamento jurídico de un banco en San Francisco, y como muchos estadounidenses antes y después de él, decidió tomar unas vacaciones en México a mediados de los años 50. Krause armó un itinerario y recorrió algunos de los destinos que en ese momento estaban en boga en el país: la Ciudad de México, Pátzcuaro, San Miguel de Allende, Taxco y Cuernavaca, donde conoció la casa de un compatriota suyo: el señor George R. G. Conway.

Conway vivía en una ‘típica casa mexicana’ con alberca y jardín de los años 30, que además había bautizado como Las Mañanitas en honor a la primera canción que había escuchado al llegar a México. Krause quedó encantado con la propiedad y a su regreso a San Francisco, tomó una decisión: renunciaría a su trabajo, volvería a Cuernavaca, compraría la casa de Conway, y la remodelarla para abrir en ella un hotel.

Robert Krause, fundador de ‘Las Mañanitas’.

Restaurant del hotel, instalado en la terraza de la propiedad original.

El hecho de que no supiera nada de hotelería ni de gastronomía (o de español), no fueron objeciones. El abogado manejó todo el camino de San Francisco a Cuernavaca, adquirió la propiedad de Conway y el 19 de noviembre de 1955 inauguró en ella el restaurant y el hotel que había imaginado, conservando el nombre original de Las Mañanitas.

Aunque al momento de su apertura únicamente contaba con 5 habitaciones y 5 mesas, su éxito fue inmediato. El nuevo establecimiento rápidamente se convirtió en un favorito tanto de viajeros como de locales, que acudían a desayunar, a cenar, a disfrutar de los jardines y a realizar eventos sociales.

El destino consentido 

Que Krause haya elegido a Cuernavaca como sede para su hotel no fue casualidad. Conscientes de la derrama económica que el incipiente turismo estadounidense había dejado en Europa hasta antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, los gobiernos mexicanos de la posrevolución se propusieron captar algo de este mercado en pos de generar riqueza para el país. Comenzó entonces una intensa campaña estatal de promoción turística a finales de los años 20, que a su vez fue empatada con el gran plan nacional de construcción de carreteras. Los primeros destinos que se promocionaron fueron Chapala, Taxco, Cuernavaca y Pátzcuaro, sitios que cumplían con el ideal de ‘poblaciones pintorescas’ que además encajaban dentro del arquetipo de ‘mexicano’ que el nuevo régimen buscaba generar.

Jardín Borda, uno de los principales atractivos de Cuernavaca.

Vista de una de las principales calles del centro de Cuernavaca en una postal de época.

De esta manera, la carretera de la Ciudad de México a Acapulco fue inaugurada en 1927. La nueva obra conectaba a su paso Cuernavaca, Taxco y Chilpancingo, y detonó el comienzo de la actividad turística moderna en esta región. Además —gracias a la política del entonces embajador de los Estados Unidos en México, Dwight Morrow, entre ese año y 1930— Cuernavaca se posicionó como un destino favorito para numerosos estadounidenses que buscaban casas de descanso y huían de la recesión económica en su país.

Encantados con su buen clima y un ambiente social que combinaba lo refinado con lo bohemio; artistas, literatos e intelectuales estadounidenses llegaron continuamente a la capital morelense a lo largo de las décadas de los 30 y 40, y en 1952, la conexión creció aún más cuando se inauguró la supercarretera con el Distrito Federal.

Inspiración colonial, aves exóticas (y un pequeño toque moderno)

Fue a esta ya consolidada Cuernavaca, a la que Krause llegó. Consciente de su considerable población extranjera, el abogado-convertido-en-hotelero diseñó Las Mañanitas pensando justamente en atraer a los estadounidenses que habitaban o visitaban la ciudad. Para las habitaciones escogió una típica decoración mexicana de tintes coloniales: suelo de baldosas de barro, anchos muros blancos, chimeneas, baños cubiertos con azulejos y muebles de madera gruesa. Pero fue en los jardines donde dejó volar su imaginación.

La música en vivo siempre ha sido una de las principales atracciones de las comidas en el hotel.

Krause llenó los espacios verdes con flamingos, pavorreales, guacamayas y grullas coronadas; y a través de los años plantó semillas de plantas exóticas que recolectaba en los numerosos viajes que hizo a la India. El jardín comenzó a ganar fama como un exuberante y hermoso paraíso, pero había un problema: las anchas y pesadas sillas neocoloniales del hotel resultaban sumamente imprácticas para usarse en esta área. Krause se dio entonces a la tarea de buscar un mobiliario ligero, cómodo y elegante que pudiera acomodar a los huéspedes que llegaban al caer la tarde para disfrutar de los cocteles y que no fuera complicado de levantar y guardar durante el día.

La solución se la dio el legendario diseñador danés Hans J. Wegner, uno de los principales promotores del diseño escandinavo de mediados de siglo. De viaje por México, Wegner le recomendó a Krause una de sus famosas sillas, pero dadas las dificultades y el alto coste que representaba transportar los muebles desde Dinamarca a Cuernavaca, el diseñador optó por instruir a carpinteros y artesanos locales sobre la mejor manera de producir una versión mexicana de sus modernas sillas plegables danesas.

Huéspedes relajándose y tomando el sol junto a la alberca del hotel.

Trabajo en equipo

Sin embargo, los jardines no podían serlo todo. Krause se esforzó en que el servicio de Las Mañanitas fuera el mejor. Para ello trabajó conforme a su filosofía según la cual cada uno de sus empleados, sin importar su puesto, era igualmente importante. Además, estaba convencido de que el secreto de la calidad y la satisfacción del cliente, era el trabajo en equipo. Para estar al tanto de todo, Krause solía comer a diario con los trabajadores y acondicionó un espacio del hotel como un club en el que todos pudiesen relajarse tras su jornada laboral.

Algunos de los empleados llevan más de 50 años trabajando en el hotel, y han forjado una relación muy estrecha con él desde los tiempos de Krause.

El servicio de Las Mañanitas ganó fama, muchos de sus huéspedes se volvieron regulares, y el desayuno y la cena se convirtieron en largos y disfrutabas rituales. En los años 90, un periodista del New York Times reportaba cómo, al presentarse al restaurant para su reservación en punto de las 8 de la noche, primero fue conducido a una de las terrazas en los jardines para tomar un coctel, donde podía ver el menú de la cena escrito con gis sobre una pizarra. A eso de las 9, finalmente tomó asiento en su mesa, donde los platillos fueron llegando acompañados de pequeñas cazuelas que contenían desde la sal y hasta el aguacate, el queso y la crema para agregar a los platillos al gusto. Tras haber terminado, un mesero llegó a su mesa para ofrecerle un digestivo de cortesía y cuando se retiró a su habitación, por ahí de las 11, la atmósfera del lugar estaba en su máximo.

Princesas y actrices en el jardín

Más de sesenta años después, y a diferencia de muchos de los establecimientos que surgieron durante la época dorada del turismo en México a comienzos y mediados del siglo XX, Las Mañanitas se ha mantenido como un lujoso y exclusivo referente turístico de Cuernavaca, con una lista de visitantes distinguidos que es prácticamente inverosímil. A los nombres de todos los presidentes de México que han gobernado desde 1955 a la fecha, se suman los de María Félix, Pelé, Clint Eastwood, Muhammad Ali, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, la millonaria heredera Barbara Hutton, la princesa italiana María Beatriz de Savoya, y Mohammad Reza Pahlavi, el último Sha de Irán. 

Mohammad Reza Pahlavi, el último Sha de Irán, captado en los jardines de Las Mañanitas, sentado en una de las sillas que Wagner diseñó.

Vista de la casa principal de ‘Las Mañanitas’.

Entre 1959 y 1988, se construyeron nuevas suites, en 1991 el hotel se hizo acreedor de la membresía al prestigioso grupo francés de hospitalidad y restauración Realais & Chateaux, y en 2009 finalmente inauguró su spa: el afamado Spa Orlane, que en 2019 fue reconocido como el mejor del mundo. Aunque Krause falleció en 1981, Las Mañanitas se mantiene como un negocio familiar que es operado por sus descendientes y, tras 60 años abiertos, aún funciona como un oasis que sigue transportando a sus huéspedes y visitantes a una era de desayunos prolongados, vacaciones glamorosas y veladas con artistas,  actrices de Hollywood y miembros de la realeza en exilio.

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