En un tiempo en que las mayores proezas arquitectónicas y de la ingeniería toman apenas unos cuantos meses, la historia de la Sagrada Familia suena descabellada. Un edificio que lleva más de 140 años en construcción y que, aún hoy, después de que la humanidad haya alcanzado la Luna, descubierto la penicilina, generalizado la electricidad y detonado la bomba atómica, sigue encontrando obstáculos para terminarse.
La cuestión es que el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia justamente no es un edificio que pertenezca a la modernidad, por todo lo que ha tomado tan sólo empezar a divisar una ansiada conclusión y que, con ello, su concepción original también se nos haya ido alejando en el tiempo. Tampoco es que sea un edificio que se haya quedado viejo, sino que se trata de una estructura que simplemente no tiene lugar en nuestros días.

Los edificios que hoy se construyen a ritmos prácticamente milagrosos y que han ido llenando las ciudades modernas –cada vez más altos, cada vez más estandarizados, siempre más eficientes– no se parecen en nada a lo que Antoni Gaudí se imaginaba que podría lograr con su obra maestra en pleno centro de Barcelona. Y ni siquiera tanto por su estilo radical como por su concepto. Quizá por eso siempre nos ha llamado tanto la atención. Hoy ya no tiene sentido que un edificio no tenga sentido. Todo está perfectamente planeado, no hay nada que no sea rigurosamente funcional y redituable.
Los valores modernos se oponen a las rigurosas intenciones estéticas de Gaudí. Quizá por eso, la Sagrada Familia nos parece tan extraña e impresionante; en definitiva es la razón por la que su construcción ha resultado todo menos práctica, al punto de que el arquitecto supo que jamás podría terminarla en vida. De ahí que se pasara sus últimos años obsesionado con la idea de dejar suficientes planos y maquetas para que su obra pudiera culminar en el futuro tal como él la pensó.
A casi cien años de la muerte de Gaudí, eso todavía no sucede. No es que no contemos con las guías póstumas necesarias, sino que la obra también ha debido superar inevitables crisis económicas, cuestionamientos estilísticos, la guerra civil española, la gentrificación, la especulación, los tiempos modernos y la pandemia de Covid. A pesar de todo, la basílica sigue en pie. Inacabada, pero en pie. De hecho, desde España llegan noticias alentadoras sobre sus avances y parece que, ahora sí, estamos en la recta final de su construcción. Algunos incluso se atreven a sugerir estimados sobre su finalización. Sin embargo, hay que ver cómo la Sagrada Familia se ha resistido históricamente a la frialdad de cualquier cálculo, optimista o no.
Génesis
Aunque el nombre de Antoni Gaudí está irremediablemente atado al rumbo de la Sagrada Familia, la realidad es que él no fue el arquitecto original de la basílica. El primero en recibir el encargo de la Asociación de Devotos de San José fue uno de sus maestros, Francisco de Paula del Villar y Lozano, quien planeó un proyecto de características neogóticas, por completo diferente de lo que será la versión final de la iglesia, pero que no se conservó durante mucho tiempo.
La primera piedra de la Sagrada Familia se colocó el 19 de marzo de 1882, pero para 1883 De Paula del Villar y Lozano ya había renunciado por desacuerdos con sus mecenas, que buscaban construir en Barcelona una especie de réplica de la basílica de la Santa Casa, en la región italiana de Loreto. Su lugar fue ocupado, prácticamente de emergencia, por un joven integrante de su equipo, un tal Antoni Gaudí, que por entonces apenas contaba con 31 años y sin ninguna obra de importancia a su nombre.
Gaudí repensó por completo el proyecto, con ideas que en la época ya sonaban radicales y que el tiempo no ha matizado. ¿Su inspiración? La naturaleza, pero no en un afán de integrarla, sino con la intención de recrearla. Su concepto de originalidad significaba volver al origen y, de manera muy literal, Gaudí pensó que la mejor forma de construir era observando de cerca los sistemas, las leyes y las formas que se encontraban en la naturaleza. La distribución de la estructura fluye conforme lo dicta la gravedad; las columnas son arborescentes y aunque, de acuerdo con los planes, podría llegar a ser la iglesia más alta de Europa, jamás superaría el punto más alto de Barcelona: el Montjuic. Dios y la naturaleza siempre por encima de cualquier cosa que el hombre pudiera construir.
Las tres fachadas
La Sagrada Familia está cargada de personajes, escenas y símbolos, prácticamente a donde sea que se dirija la mirada. Incluso cuando no es del todo implícito, la numerología, la distribución o los colores pueden decirnos algo sobre la intensa fe que profesaba Gaudí y que fue su principal estímulo en la creación de su obra magna. Por ejemplo, cada una de las fachadas de la iglesia cuenta una historia diferente.

La fachada del Nacimiento, orientada al este para recibir el amanecer, está dedicada a Jesús. Fue la primera en construirse, entre los años 1893 y 1936, aunque algunos trabajos escultóricos se extendieron hasta el año 2016. Gaudí le dedicó una obsesión particular, pues pensaba que serviría para atraer la ciudad hacia el proyecto. Aunque murió antes de verla completada, el arquitecto no se equivocó: esta es quizá la parte más icónica de la iglesia, llena de esculturas bíblicas, animales y los portales de la Fe, Esperanza y Caridad, dedicados a María, san José y Jesús, respectivamente.
Tuvieron que pasar 20 años para que se empezara la construcción de la segunda fachada, la de la Pasión, que apenas en 2018 se dio por concluida. Esta parte del exterior contrasta tajantemente con el resto de la iglesia, pues es quizá la menos ornamentada. Gaudí la dedicó a la pasión de Cristo y, en sus propias palabras, quería que provocara miedo, para que los devotos pudieran darse una idea de lo cruento que fueron las últimas horas de Jesús. A pesar de que es la parte más austera de la basílica, tiene varias curiosidades, como su diseño propuesto para recibir el sol del atardecer y recalcar el dramatismo de la escena con sombras alargadas y una estatua del propio Gaudí, a manera de homenaje en medio de todos los personajes bíblicos, diseñada por el escultor Josep Maria Subirachs.
Cuando la Sagrada Familia por fin esté terminada, la fachada de la Gloria será la entrada principal a la iglesia. Es muy significativo que además esté dedicada a la eternidad, con lo que por fin se sellará la gran obsesión de Gaudí por perpetuar su legado más allá de su vida. Aunque a cien años de su muerte, y a pesar de los grandes pendientes de la basílica, eso ya es un hecho innegable. Además, esta fachada se proyectó para ser la más grande y espectacular de las tres. Pero la eternidad tiene su precio y el desarrollo de está porción de la obra, que apenas comenzó en 2002, ha sido uno de los más complicados.
Las 18 torres
Cuando la Sagrada Familia finalice su construcción, será la basílica más alta del mundo. Bueno, ni siquiera tendremos que esperar hasta la conclusión total de la obra, pues, de acuerdo con los planes del equipo de arquitectos, la iglesia alcanzará su cima a principios del año que entra, cuando quede culminada la torre de Jesucristo, de 172 metros de altura, apenas medio metro por debajo del pico del Montjuic.

Estará rodeada por otras 17 torres que, como en el caso de la fachada, cuentan una historia. Cada una representa a un personaje religioso: 12 para los apóstoles, cuatro para los evangelistas, una para la Virgen María y la última, la más alta, para Jesús.
En la actualidad, sólo se han terminado 13 torres; dos de ellas, la torre del Nacimiento y la de la Pasión, incluso cuentan con acceso al público y, como uno se podría imaginar, tienen las mejores vistas de todo Barcelona.
Recta final
La culminación de la torre de Jesús en los próximos meses no sólo significará el punto cumbre del proyecto, cuando rebase la altura de la catedral de Ulm, en Alemania, sino que dará inició a la última etapa de construcción. Después de casi 150 años desde que se colocó la primera piedra, por fin podemos empezar a imaginar lo que algunos antes acusaron de imposible: ver la Sagrada Familia sin grúas a su alrededor.
Aunque la espera ha hecho de la obra de Gaudí una estructura anacrónica, también es curioso pensar que algunas herramientas modernas han logrado acelerar el proceso, lo que quizá parecía inviable al momento de su construcción. Las ideas del arquitecto catalán planteaban algunos desafíos técnicos que sólo hasta hoy pudieron resolverse mediante el uso de herramientas como impresiones 3D estereolitográficas, que fabrican los prototipos capa por capa. El beneficio del tiempo es que las técnicas y los materiales han evolucionado a la par de la construcción.

Desde hace algunos años se empezó a divisar la luz al final del túnel. Incluso se había anunciado que 2026 sería el año en que las obras concluirían definitivamente. Sin embargo, las pausas por la pandemia, el financiamiento y otros conflictos acabaron con la ilusión de los optimistas. Las últimas estimaciones han empujado la conclusión hasta el año 2035, como mínimo.
El problema mayor que aqueja a la obra está en su fachada principal, la de la Gloria. A pesar de que la Sagrada Familia ha sido una proeza arquitectónica, en este caso no tiene que ver con problemas técnicos, más bien con disputas sociales. Resulta que los planos de la fachada contemplan una escalinata frontal, pero su construcción implicaría la demolición de edificios residenciales en al menos dos manzanas contiguas a la iglesia. Por supuesto, los vecinos han reaccionado y se niegan a ceder, dejando en el aire una posible conclusión. En fin, nada nuevo para la Sagrada Familia.