Pan árabe recién horneado y suavecito, berenjenas dulces y aromáticas, labneh fresco, lentejas con arroz, carnero, hojas de parra y hummus de garbanzo, además de una exótica bebida que incluye agua de rosas. Sí, le estamos haciendo un guiño a la gastronomía libanesa, característica por ser fresca y simple a la vista, aunque indudablemente deliciosa.
Tal vez no sea muy aventurado decir que una importante comunidad libanesa se asentó primero en Yucatán –por allá de 1920–, donde este tipo de comida es bastante común (casi como la cochinilla). Tanto así, que lo normal en las playas –y a veces en las colonias– es que los vendedores ambulantes ofrezcan a todo pulmón sus famosos kepes (kibis), una tortita de masa de trigo y carne molida que se fríe en abundante aceite y se acompaña, al menos en Mérida, de cebollita morada encurtida y chile habanero. Según se cuenta, los primeros libaneses inmigrantes no encontraban bulgur en estas tierras, por lo que tenían que mandar por él.
Por suerte, en la Ciudad de México también existe una gran oferta de comida libanesa. Además de un importante archivo cultural e histórico de la comunidad mizrají que encontró en este país una oportunidad para reformular su calidad de vida. Primero se instalaron en La Merced, luego en el Centro Histórico y, posteriormente, llegaron a la Roma, donde dieron vida a una suerte de barrio judeo-mexicano con espacios recreativos, escuelas, puntos de reunión y centros de culto.
Empecemos con la comida
Gruta Edén
Se trata del primer restaurante de comida libanesa en México, establecido en 1930 en lo que entonces era el Distrito Federal. Hoy en día, este lugar continúa respetando al pie de la letra las recetas tradicionales de Líbano, pese a que la batuta del lugar ha pasado por más de tres generaciaones. Recomendamos el kepe crudo, calabazas rellenas, arroz con fideo y tripa de carnero rellena (una de sus especialidades).
Dónde: Pino 69, Florida
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Helus
Esta panadería árabe nació en la capital poblana, por allá de 1936. Debido al éxito, la familia fundadora decidió probar suerte en la CDMX en 1949; desde entonces, se caracteriza por su amplia oferta de dulces tradicionales, arracadas de ajonjolí y empanadas, entre otros. Aunque pequeño, en este lugar se come delicioso y a muy buen precio. Eso sí, las mesas son pocas, por lo que hay que esperar un poco en caso de que se llene.
Dónde: Mesones 90, Centro Histórico
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al-Andaluz
Aunque se ubica en el bullicioso Centro Histórico de la CDMX, este lugar tiene la capacidad de aislar a los comensales, quienes se pierden entre aromas a canela, ajonjolí y mucho aceite de oliva. El lugar abrió en 1994, sin embargo, rápidamente se posicionó como uno de los favoritos entre la comunidad libanesa y mexicana. Su pan recién salido del horno y el jocoque seco son una delicia. En general toda la carta vale muchísimo la pena.
Dónde: Mesones 171, Centro Histórico
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Al-Malak
Más que un restaurante (hay sólo un par de mesas), este lugar es un expendio de antojitos libaneses, siempre frescos. Desde arroz con lentejas, kepes, hummus, tabule y limonadas con menta o agua de rosas, hasta dulces típicos y café. La dueña, originaria de Líbano, da clases de árabe en sus tiempos libres. Aquí también pueden encontrar jabones y maquillaje de Oriente.
Dónde: Guanajuato 53, Roma
S’Mir
Si están de paseo por Mérida, esta es una de las mejores opciones para probar auténtica comida libanesa en Yucatán. El servicio es para llevar y se puede pedir desde su famosa crema de ajo, hasta empanadas de acelga, berenjena dulces y tabule. S’Mir es una visita obligada y un importante referente entre las familias yucatecas; no se van a arrepentir.
Dónde: Calle 9 entre 38 y 40, Fraccionamiento del Norte, Mérida, Yucatán
Un recorrido cultural
Basta pararse en el camellón de Álvaro Obregón esquina con la calle Orizaba, en la colonia Roma, para descubrir pequeños detalles arquitectónicos que narran –todavía– lo que fue la esencia judeo-libanesa. Un ejemplo es La Bella Italia, heladería en donde los jóvenes se daban cita los fines de semana para charlar o iniciar “romances inocentes”. Las familias numerosas optaban por arremolinarse frente al carrito de La Heroica, donde las paletas y helados eran mucho más accesibles (recordemos que la comunidad todavía no contaba con una economía sólida).
También por ahí, entre las calles de Mérida y Guanajuato, había una especie de cocina comunitaria en donde los vecinos horneaban su pan. A unos cuantos metros estaba el ya inexistente cine Royal (con más de mil butacas), que funcionó como ventana al exterior para los judíos que no hablaban español. Existían, de igual manera, los llamados “sitios de vicio”, espacios cerrados sólo para hombres –pasaban ahí muchísimas horas bebiendo café, apostando y jugando–. Se cuenta que para la hora de la comida o la cena, las esposas (algunas un tanto furiosas) iban por ellos.
Respecto a las sinagogas, podemos encontrar dos en la Roma Norte: Monte Sinaí (Querétaro 110), que en aquel entonces tenía enfrente un puesto donde se mezclaba la gastronomía de dos mundos: tacos y salchichas árabes (todo kosher) acompañados de tortillas y salsas. Y el hoy Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM), donde se resguarda un millar de títulos bibliográficos.
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Foto de portada: Dylan Lee
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