Historias de hoteles: Las Brisas, Acapulco

Con 263 habitaciones (todas con vista al mar), una lista de huéspedes que incluye lo mismo a miembros de la realeza que actrices, astronautas o políticos, y un ubicuo color rosa, bien podría decirse que Las Brisas es el último bastión en pie de la época dorada de Acapulco

13 May 2022

Las trompetas y las guitarras alegres suenan en el fondo. Y aunque todo parecería indicar que se trata de otra canción mexicana de mariachi, no pasa mucho tiempo para que una voz masculina, perteneciente a nadie más ni nadie menos que Ringo Starr, empiece a cantar en inglés: 

Cross over the border,
We’ll take a sailing ship into the night.
A sea without horizons,
We’ll have each others love to hold us tight,
On a starless night.
Oh, las brisas…

El ex-beatle compuso la canción en 1976 como un homenaje a Acapulco, cuando el puerto disfrutaba los últimos años, quizás sin saberlo, de su época dorada. Y si bien los días en los que las playas acapulqueñas atraían lo mismo a Aristóteles Onasis que a Elizabeth Taylor han quedado atrás, uno de los extremos de la bahía aún resguarda al que posiblemente es el emblema mejor conservado de esa época, y musa original de Ringo para su canción: el hotel de Las Brisas.

Un nuevo hotel para el destino más popular del mundo

Localizado sobre un enorme terreno de más de 10 hectáreas de puras colinas y fácilmente reconocible por sus emblemáticos colores blanco y rosado, Las Brisas abrió sus puertas en Acapulco en diciembre de 1954. Para este momento, el puerto ya estaba bien posicionado en el mapa turístico internacional, su bahía era considerada como la más hermosa del mundo, la Junta Federal de Mejoras Materiales de Acapulco (impulsada por el entonces presidente Miguel Alemán) había mejorado la infraestructura del lugar considerablemente, y el número de personas que soñaba con vacacionar ahí no hacía más que crecer.

El turismo (y el dinero) fluían a Acapulco por la nueva carretera que comunicaba al destino con la Ciudad de México, pero también a través del aeropuerto internacional que, diseñado por Mario Pani y Enrique del Moral, recién había abierto sus puertas en 1952. Además, y con la conclusión de la avenida Costera tres años antes, las inversiones pudieron salieron de las ya tradicionales playas de Caleta y Caletilla, y nuevas zonas a lo largo de la bahía comenzaron a ser desarrolladas. De esta manera, el empresario español Juan March puso la mira sobre el extremo oeste de la bahía. 

Entre casitas, palmeras y el ‘estilo Acapulco’

March adquirió entonces un terreno de 16 hectáreas en la península que separaba las bahías de Acapulco y la de Puerto Marqués. El español había vislumbrado levantar en él un complejo hotelero de 24 cabañas de lujo, todas con alberca privada, y para diseñar el complejo eligió al arquitecto Jorge Madrigal Solchaga, quien tras haber trabajado junto con Carlos Obregón Santacilia, había estado desarrollando una fructífera carrera en el puerto de Acapulco diseñando residencias de descanso.

Con el país disfrutando las mieles del milagro mexicano, numerosos arquitectos se habían ya embarcado en la tarea de levantar construcciones que celebrasen la llegada de la modernidad a México. En el contexto de Acapulco, y además de Félix Candela, Francisco Artigas, y las duplas compuestas por Pani y del Moral, y Juan Sordo Madaleno con José Wiechers, muchos otros habían comenzado a diseñar residencias, hoteles y edificios sociales que presentaban una nueva modernidad tropical. De este modo, Madrigal Solchaga diseñó las habitaciones como un sistema de casitas independientes que, haciendo eco de la arquitectura doméstica californiana de la época, integraban arquitectura y paisaje. Además, cada una estaba adecuada al terreno sinuoso y contaba con vistas al mar.

Más aún, y haciendo un guiño al monumento histórico más importante del puerto, el nuevo hotel retomó algunos elementos característicos del fuerte de San Diego (localizado justo en frente al otro extremo de la bahía) en su construcción. 

Las Brisas, rosas, y Acapulco, dorado

Para los años 50, el rosa ya había sido adoptado como un color favorito para entornos tropicales. Sin embargo, Las Brisas lo llevó al siguiente nivel. De las sombrillas junto a las albercas y hasta las toallas, pasando por los muros de las casitas y los tanques de oxígeno para los visitantes que quisieran practicar buceo, todo estaba decorado con franjas rosas y blancas. Incluso los jeeps encargados de transportar a los huéspedes entre los restaurantes, las cabañas, la recepción y el club de playa también estaban pintados con los colores insignia del hotel, y aunque esta paleta de colores causó sensación, lo que catapultó al nuevo hotel al éxito fue la mezcla que ofrecía entre lujo y privacidad.

Además de tener vistas envidiables del Pacífico, Madrigal diseñó cada casita de tal manera que sus ocupantes no pudiesen ser vistos por nadie, y a su vez ellos tampoco puedan ver a nadie más, algo sumamente apreciado por los personajes de alto perfil que ya se habían convertido en visitantes asiduos de Acapulco.

Gracias al estallido de la Revolución Cubana en 1959, la popularidad de México entre los estadounidenses como su destino predilecto de sol y playa subió por los cielos, y con el apoyo expreso del presidente Alemán, el puerto se convirtió también en la sede de la Reseña Mundial de los Festivales Cinematográficos (un festival de cine que proyectaba los largometrajes que habían sido premiados en los principales festivales del mundo). Cada diciembre, entre 1958 y 1969, la crema y nata del mundo del cine descendía sobre Acapulco, y Elizabeth Taylor, Mick Jagger, Roman Polanski, Jackie Kennedy, John Lennon, Yoko Ono y hasta la tripulación del Apolo 11, se hospedaron en Las Brisas en esos años, que no tardó en expandirse hasta alcanzar las casi 300 casitas

Gracias a la apertura de varias (ahora legendarias) discotecas, como Tequila à Go-Go, Le Club, Le Jardin y Baby-O, la fama de Acapulco como posiblemente el mejor, más exclusivo y más divertido destino de playa del planeta, y el hotel agregó a Gloria Gaynor, Dustin Hoffman, Linda Carter, Rod Stewart y hasta a John Travolta a su lista de huéspedes distinguidos en la década de los 70. Su éxito estaba siendo tal, que sus inversionistas decidieron ir un paso más allá, y crearon un desarrollo residencial homónimo en las inmediaciones del hotel, y Frank Sinatra no tardó en comprar una casa. Acapulco vivía su época dorada, y  con sus casitas rosas situadas a lo alto de los cerros, Las Brisas coronaba, literalmente, al puerto. 

El último bastión

Sin embargo, el brillo de la costa dorada fue eventualmente atenuándose con los años. Acapulco comenzó a perder popularidad en los años 80, y las celebridades, miembros de la realeza y demás jet setters que habían hecho de Acapulco su paraíso por prácticamente cinco décadas, dejaron de frecuentar el puerto.

La situación era tal, que a finales de la década de los 80 los dueños de Las Brisas estaban considerando fraccionar las famosas casitas que componían al hotel y venderlas como un fraccionamiento horizontal. Sin embargo, y si bien la popularidad del destino nunca se recuperó, la implementación de un nuevo plan estratégico le permitió al hotel regresar a la lista de los mejores hoteles de playa del mundo en 1990. Así, y aunque los días en los que el yate de la reina Juliana de Holanda luchaba por poder entrar (sin éxito) al puerto, han quedado atrás, Las Brisas se mantiene aún en lo alto de la bahía, escondiendo entre sus casitas, sus albercas, sus tulipanes y sus caminos recorridos por jeeps rosas, ese Acapulco que hizo que Ringo Starr cantara: 

Oh, las brisas,
Means the breeze will carry us like two birds in flight,
On a starless night.
Oh, penumbra,
Means the sunset that I see within your smile,
Is the dawn of your eyes.
Yo te amo,
Means I love you like I’ve never loved before.

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